A medida que nos desenvolvemos en los ámbitos sociales cercanos, es imposible no advertir el peso que van tomando los vicios. Lo más sangrante es su normalización. Su enorme presencia en las calles carece de necesidad demostrativa. Tienen tal fuerza progresiva que incluso mutan, a medida que cambian las situaciones de las víctimas. En tiempos del desenfreno inmobiliario de Aznar, las carreteras se llenaron de casas de mujeres. Tras la crisis del 2008, el juego, con su cebo de éxito económico, y la pornografía han ocupado ese puesto.
Los vicios no son algo que se encuentre en la sociedad de forma espontánea, cobijados en vacíos legales. Al contrario, responden a estrategias de control social muy concretas, relacionadas con la destrucción antropológica de la que son consecuencia. Los hombres, especialmente los jóvenes, pierden su fin de la vida y llenan los huecos de la misma con diversiones o estupefacientes. Algo que les evite la amargura de pensar sobre sí mismos, o la costumbre misma de pensar.
Una sociedad sana, ante la inundación de la ponzoñosa influencia de estos hábitos perniciosos, habría acudido a las casas de juego y otros lugares de perversión pública sin más intención que derribarlos. Pero ahí siguen.
Puede que dirigir las culpas a los poderes del mundo sea correcto, pero no completo. ¿Cuántos hombres de nuestra sociedad no luchan contra el mal instituido porque son sus víctimas? ¿Cuántos jóvenes se dedican a apostar, a consumir estupefacientes con la naturalidad de quien se toma un refresco? ¿Cuántas víctimas somete la pornografía cada día? Vicios que convierten la amargura de la vida moderna en un placer instantáneo y efímero, que haga olvidar el desorden.
Estos entretenimientos pueden seguir corrompiendo generaciones y sociedades. Haciendo de la sociedad rebaños obedientes, cuyo pasto venenoso les hace perder su legítima capacidad de reacción. O pueden ser derribados por una sociedad que aspire a la rectitud y al orden natural.
Esperemos que podamos optar por la segunda opción. De lo contrario, al pernicioso significado de los vicios sociales, se les añadirá una nueva acepción: monumento a una sociedad miserable, encadenada a los más bajos instintos y pasiones.
Miguel Quesada, Círculo Hispalense.