Este verano se van a cumplir cien años del desastre de Annual, una de las mayores derrotas militares de nuestra historia, que precipitó el final del régimen de 1876, la restauración liberal. Aquélla fue una época de gran relevancia en la historia de España, que llegó a su fin cuando se produjo el golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923. Trataremos de reflexionar acerca de la significación espiritual, política y social de aquel período, tan semejante al régimen actual de 1978.
Con una duración de 47 años, el de la Constitución de 1876 es hasta el momento el régimen revolucionario más duradero entre todos los sistemas liberales impuestos en España. Nació tras el convulso sexenio masónico de 1868, en el que los carlistas –aprovechando tanto caos liberal– no estuvimos tan lejos de entrar con el Rey de España a la Corte de Madrid. Sin embargo, cuando la Revolución vio las orejas al lobo pronto dejó a un lado las disensiones internas para impedir una restauración de España en torno a S.M.C. Don Carlos VII.
El régimen de 1876, al igual que el de 1978, pretendió fundarse sobre el pragmatismo descreído del consenso. Ya entonces se intentó que ese consenso vacío diese estabilidad a una política constitucional que había dependido más de los golpes militares que del uso regular de los mecanismos del sistema. A la sazón, el gran objetivo de Cánovas fue acabar con los vaivenes que azotaron, particularmente durante el sexenio revolucionario, la vida política de los españoles.
Sin embargo, y como era de esperar, aquel sistema basado también en un café para todos y un utilitarismo posibilista, sin una doctrina firme y sólida, acabaría descomponiéndose a la larga por su propia dinámica.
La restauración liberal, al igual que los gobiernos de Narváez antes o los de Franco después, dieron una cierta estabilidad al país. Pero éste fue el marco ideal para consolidar hasta los tuétanos la Revolución Liberal en España. El conservador, conserva, sí: la Revolución. Y adormece las reacciones existentes en una sociedad que todavía ofrece cierta resistencia a ella. La acción de los conservadores no se reduce a custodiar las posiciones ganadas. Al contrario, bajo su gobierno se va implementando de manera progresiva el liberalismo.
La ideología liberal pretende crear un hombre nuevo e independiente, no sujeto a la ley natural o categorías permanentes de verdad. El propio modus operandi del liberalismo revela inequívocamente esta tendencia general –se camufle más o menos en su praxis–.
El hombre dentro de una sociedad vertebrada de acuerdo a los principios liberales es un pelele en manos del Diablo. El propio sistema está configurado para que sea imposible que la Causa de Dios triunfe, pero sí lo haga la de Satanás. Bien entendieron esto los Papas del siglo XIX, que condenaron infaliblemente el liberalismo. Al que harían a comienzos del XX con su aplicación en el terreno religioso, el modernismo.
Daniel Sanjurjo, Círculo Tradicionalista Juan José Marcó del Pont (Vigo)