Comunitarismo, pandemia y prudencia

EP, E. Sanz

La llamada «desescalada» sevillana tras la cuarta ola parece estar siendo empañada por numerosas reuniones clandestinas que contravienen las normas estipuladas por las autoridades civiles. Ante las restricciones vigentes se plantean, en ocasiones, posturas y planteamientos retóricos que se hacen pasar como católicos, pero cuyas tesis nada tienen que ver con la sana doctrina.

Una primera postura ha totalizado algunos principios, especialmente el de subsidiariedad. Hace de estos principios una lectura ideológica, esto es, que somete y sesga la realidad. Las ideologías aplicadas a la pandemia provienen del comunitarismo liberal de origen protestante anglosajón, que establece una cierta dimensión de inviolabilidad del ámbito del hogar. Pero cuidado, la subsidiariedad no es un principio aplicable en el seno de estas ideologías, ya que se trata de un principio ordenador de la sociedad. Por contra, la inviolabilidad en su formato liberal no es otra cosa que la consecuencia de la inexistencia de un orden moral social objetivo, anhelando que los ciudadanos obren en su vida privada como gusten.

Al utilizar esto como argumento se corre el riesgo de asentar los pseudo principios que informan el comunitarismo liberal en la sociedad. Y mientras alguien hace de ellos bandera para defender aspectos positivos, como puede ser la formación recta de los hijos, otros —y desgraciadamente la mayoría— lo utilizarán en un sentido coherente y lockeano, esto es, afirmarán que el ámbito privado es una esfera en la que el hombre es absolutamente soberano y nadie puede llamarlo al orden.

Un segundo aspecto, fruto de esta ideología comunitarista, es una visión del poder político difuminado. El Estado, que hoy monopoliza el poder político y es el estadio superior de la organización social, parece que pierde sus poderes en base a una libertad «frustrada» de los agraviados. Así, los comunitaristas que creen sostener planteamientos católicos están actualizando las potencias destructivas del liberalismo lockeano en estado puro. Es decir, privación al poder político de sus competencias naturales y legítimas, en aras de ganar esferas de inviolabilidad basadas en la soberanía individual.

Como vemos, estas ideas comunitaristas, de matriz protestante y liberal, no hacen otra cosa que revestir de aparente piedad las consecuencias del contractualismo más corrosivo.

El comunitarismo aplicado a la pandemia nos llevaría al fin a una sociedad aún más difuminada por el cuestionamiento del fin en común al que se ordena naturalmente toda sociedad. Es por ello que hay que recuperar la verdadera virtud moral reina que precisamos para la defensa y la difusión de la sana doctrina política católica: la prudencia.

La prudencia es aquella virtud que le permite al hombre discurrir bien respecto de lo que es bueno y conveniente para él mismo, diremos con el Estagirita. Pues bien, con una buena formación en las sanas fuentes de la tradición política hispánica, es la prudencia el instrumento que nos permite la recta aplicación de estos principios. Sin prudencia, haremos de la doctrina ideología.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense