Las elecciones madrileñas; Ayuso, Pablo Iglesias y el resto. Lo que para el técnico político es un escenario apasionante por el juego de intenciones y su exacerbada monitorización resulta, en realidad, el reflejo de la bajeza y decadencia más evidentes. Es así, con la profunda tecnificación de todos los procesos humanos y su rápida expansión que hemos creado una ciencia procedimental valiosa per sé. Es frustrante el cariz que ha tomado la política actual.
La política se ha convertido en una suerte de fútbol, los colores pelean entre sí, se lanzan entre sí las culpas y los berrinches y, finalmente, uno de ellos logrará imponerse sobre el resto, una imposición que surge de la valorada, imperturbable y fundamentada opinión popular. Todo se plantea como un juego de bandos y, lo peor de todo es que se obliga a las personas a formar parte de uno de los bandos, no importa el que sea. Sin embargo, ojalá fuéramos las personas de a pie completamente inocentes.
La «sociedad» está presa de vagos principios basados en los titulares y en la superficialidad intelectual. La clase política es paupérrima a todos los niveles, pero especialmente en el de la virtud. Ambos caminan ciegas, dando torpes coletazos; niños imberbes con cuerpo de adulto puestos al frente de un grupo de individuos empoderados carentes de la mínima intención de comprender la menor de las nimiedades. Marchamos ebrios de sensación de libertad, votamos, y eso es lo que importa, pues mientras votemos seremos grandes y poderosos.
Además, las escasas opciones que se presentan frente a un hipotético votante en cada uno de los programas políticos son todas (sin excepción) representantes de un intrínseco mal. No hay opción para un pobre ciudadano. Incluso en eso se han inmiscuido el liberalismo y el capitalismo, con partidos cuyo único fin es el de gobernar por el gobernar, por poder meter mano a la hucha del trabajador. Y de esto, ningún partido se escapa, por desgracia.
Madrid es el espejo del vergonzoso plano político español. Personas cuyas bocas están llenas de frivolidades y conceptos inocuos deciden qué es el Bien bajo la arbitrariedad de su más que reputado buen juicio. Dios nos libre.
José Nicolás Caballero, Navarra