
«You´ll own nothing. And you´ll be happy.» En español: no poseerás nada. Y serás feliz. Ésta es la primera predicción del Foro Económico Mundial sobre el año 2030. Y, dados los antecedentes de la institución, es obvio que no se trata de una invitación a superar el desordenado amor hacia los bienes terrenales para dirigir nuestra atención a los divinos. Ahora es una declaración de intenciones: disminuir el número de propietarios. En menos de diez años será más que una mera declaración. Será una profecía autocumplida.
Se puede observar que, en la actualidad, la mayor parte de los sueldos permiten llevar una vida cómoda y regalada –siempre que se trate de una pareja con dos sueldos y no más de dos hijos- repleta de caprichos, viajes, cachivaches tecnológicos y cambios de vestuario cada temporada. Pero cuando se trata de adquirir bienes inmuebles, sólo cabe recurrir a una hipoteca o abandonar el proyecto.
Observemos también que las circunstancias actuales han llevado o llevarán a la quiebra a un importante número de pequeñas y medianas empresas. Previsiblemente, los autónomos y empleados de éstas se verán obligados a buscar un salario estable en grandes compañías que, a su vez, habrán crecido exponencialmente, entre otros motivos, por la compra a precio de saldo de los inmuebles que esas pequeñas y medianas empresas, arruinadas, han debido vender.
Lo anterior son sólo dos ejemplos de cómo la primera parte de la predicción tiene visos de cumplirse. Sea porque la acumulación de la propiedad en manos de unos pocos es la tendencia propia del sistema capitalista, sea porque los hombres son más levantiscos cuando tienen algo que defender, sea porque se quiere abolir cualquier forma de vida autónoma, que pueda sustraerse a los imperativos de la sociedad actual. Mi perplejidad sobre las motivaciones es igual a mi perplejidad sobre cómo se cumplirá la segunda parte de la predicción: you´ll be happy.
Tres fanegas y una vaca para cada familia, exigen, según G. K. Chesterton, los estrafalarios miembros del Club de Arco Largo. Esa misma vaca es también elemento imprescindible para que Sam Tucker, en la película El sureño de Jean Renoir, logre sobrevivir como granjero independiente en lugar de retornar a la condición de jornalero y por ella, como símbolo de su independencia, llega hasta a jugarse la vida. En suma, un trocito de tierra y algo de ganado en propiedad de cada familia como base de una alternativa al proyecto económico del capitalismo.
Pero lo anterior son meros destellos de lucidez en comparación a la rotundidad del programa político carlista de 1905. Previendo ya los peligros que acechaban, y como forma de regeneración social, proponía dicho programa el fomento de la pequeña industria doméstica; la fijación de los sueldos no por las llamadas leyes de la oferta y la demanda sino por las necesidades de la vida y la condición de los trabajadores; y el restablecimiento, en palabras de Manuel Polo y Peyrolón, de la agremiación familiar, para que el pez gordo no se coma al chico, abandonado a sus individuales esfuerzos, y de la propiedad comunal o colectiva que contrarreste los latifundios y convierta al mayor número de hombres en propietarios. Es decir, la distribución de los bienes productores de riqueza como medio para lograr la verdadera libertad de las familias.
Una vez más se pone de manifiesto la actualidad del carlismo, que nos da argumentos para oponernos con todas nuestras fuerzas a la novísima y nefasta Agenda 2030.
Elena del Rosario Risco Donaire, Margaritas Hispánicas