Entre 1694 y 1727 Ceuta fue sitiada por las fuerzas de Muley Ismail, sultán de Marruecos, apoyado por los británicos desde la vecina Gibraltar, de la cual se habían apoderado en 1704. Fue el sitio más largo sufrido por ciudad alguna en toda la Historia, treinta y tres años.
Desde 1699 estuvo presente en Ceuta, sirviendo como capellán en los hospitales reales, el misionero apostólico Pedro Cubero Sebastián, aragonés infatigable que había recorrido Europa, Asia, África y América al servicio de la Iglesia y la Monarquía católica. Para él la guerra contra los enemigos de la Fe no era algo nuevo, pues había estado presente en el sitio turco de Buda en 1686, y también en Malaca, madriguera de la herejía en las Indias Orientales, donde sufrió prisión con grave peligro de su vida a manos de los holandeses.
De su estancia en Ceuta dejó una relación, parte en verso, parte en prosa, que debió imprimirse en Cádiz hacia el año 1700 bajo el sonoro título de Porfiado sitio del mequinez adusto sobre la plaza de Ceuta, en la que de forma sucinta refiere los hechos de armas más notables protagonizados por los defensores de la plaza. En algunos párrafos, aunque no le hacía falta a los lectores de aquella época, esgrime las razones que tenían para dejar la vida en aquel muro de la Cristiandad. La primera la defensa de la Fe:
Llevóse a la ciudad un estandarte,
Y al Señor poderoso, que reparte
en los suyos la gloria,
se le erigió en señal de la victoria
con católico exemplo,
en su casa dichosa, y santo templo;
si bien algunos grandes campeones
Por hazer más heroicos sus blasones
fueron a ser del cielo cortesanos
a costa de infinitos mahometanos.
La segunda, la defensa de la Patria de aquellos soldados portugueses, andaluces, granadinos, gallegos, mallorquines, montañeses, aragoneses, irlandeses y napolitanos, entre otros, cuyo nombre y nación refiere puntualmente, hijos todos de la misma Iglesia y leales al mismo Rey, a los que se dirige de la siguiente forma:
Levante Dios tus pensamientos, Nación española, digna por la entereza de tu Fe católica del primer lugar entra las del mundo, prospere y favorezca el Cielo tus intentos, siempre se hallen a vista de tu nombre las heroicas virtudes, y el esmalte de tu fama sea nuestra Madre la Iglesia, de quien habéis sido obedientes hijos desde que el buen Recaredo, de gloriosa memoria, profesó su obediencia; no le es a los cielos móviles, ornamento de tanta hermosura el verse tachonado de tanta luciente estrella, como le es al mundo el verse ceñido, como con cinta de oro, con la católica y poderosa Corona de España, porque ella sola es digna de tanto mundo, y el mundo menesteroso de tan poderosa Corona.
Anda hoy no solo el mundo sino la propia España menesterosa, necesitada, de una Corona poderosa y no se espera que los que la gobiernan tiránicamente, gente sin Dios ni Rey legítimo, sepan para defenderla levantar el estandarte que una a los españoles de diversas naciones pues es el dinero su única bandera y la entregarán para apaciguar al enemigo, como ya han hecho.
Podemos ser la voz que clama en el desierto y exigir a esos gobernantes inicuos lo que no pueden dar y lo que no quieren hacer, pero en ningún caso unamos nuestras voces a su vocinglera jerga liberal bastando como bastan las razones de siempre: por Dios, la Patria y el Rey.
Circulo Hispalense, Javier Quintana