
Cualquier persona, hasta la más maleada en su mente, puede reconocer de un vistazo que ni siquiera hay dos átomos iguales en la Creación. Cuánto menos aún existe una igualdad, en su significado riguroso, entre los hombres, incluida la diferencia entre los varones y las mujeres.
Cualquiera que haya tenido alguna experiencia en la vida académica puede constatar la sencilla y genuina llamada del alma que todas las personas poseen y que es infalsificable: la vocación. Casi como un cliché, se aprecia claramente una desproporción inmensa entre las vocaciones de los hombres y de las mujeres, que ni siquiera la promoción revolucionaria ni la violencia de la legislación moderna consiguen extinguir o perturbar.
¡Cuantísimos varones llenan las aulas de las carreras técnicas, en comparación con las escasísimas mujeres que escogen tales enseñanzas académicas! ¡Cuántas mujeres dedican sus talentos a la enseñanza de los más infantes, en contraste a los poquísimos hombres que buscan iniciarse en tales magisterios!
Nada hay hoy, como pretextan los partidos políticos, que impida escoger libremente el estudio al gusto de cada cuál; como acusaban, por cierto con falsedad, que sucedía en la sociedad tradicional que ellos extinguieron. Ningún atavismo social ni rastro patriarcal y despótico se percibe hoy que impida a las mujeres estudiar una ingeniería mecánica. Y, sin embargo, no lo escogen mayoritariamente, en contraste con los varones.
Ante este estado de cosas, la última ocurrencia del ministro de Universidades es proponer que la aberrante ideología de género sea el criterio para determinar los cargos del personal académico de la universidad. En el nuevo proyecto de Ley Orgánica del Sistema universitario (LOSU), Castells quiere fijar que «se podrá establecer reservas y preferencias en las condiciones de contratación», para que «en igualdad de condiciones de idoneidad, tengan preferencia para ser contratadas las personas del sexo menos representado en el cuerpo docente o categoría de que se trate». Penúltimo clavo sobre la tumba de la genuina excelencia académica.
Quizá el ministro no haya caído en la cuenta, pero afirmar de ese modo que el criterio para seleccionar un cargo magisterial no depende en primacía de las cualidades para desempeñarlo, sino del menor número de profesores vigentes que posean una circunstancia accidental al talento académico, como es el sexo, implica opinar que no existe una naturaleza humana.
Ese juicio contiene el corolario de que no existe una naturaleza común que sea ella la causante de la desproporción en las vocaciones de los hombres y mujeres. Castells niega la nobleza de nuestra esencia, que da riqueza de vocaciones y ocupaciones. Por ello, su postura es forzar inicuamente una «igualdad de idoneidad» (entelequia absurda), a través de injusticias arbitrarias para escoger un cargo académico según el sexo menos numeroso.
Aunque la educación haya sufrido una catástrofe desde hace décadas, incluso siglos, no debemos consentir que los partidos políticos perturben más aún el orden del mérito que, se supone, debe ser el criterio de designación del profesorado. En estas páginas de La Esperanza seguiremos denunciando tales atropellos, con la vocación de procurar una restauración fundada en las verdades inmortales, que ninguna ideología puede destruir.
Gabriel Sanz Señor, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid