Un estilo político

Emigración carlista, por Rodríguez Gil

El estilo carlista siempre se distinguió por su lozanía, pero hoy destacamos su profundo sentido político. Por su temple agradable, fue diferenciado del macarronismo falangista o fascista, y en general de los tratos toscos y animalescos más modernos. Pero el agrado está en el servicio, y éste es un estilo propio de una sociedad de saludables costumbres.

Aristóteles, que fue antimoderno antes de la propia Modernidad, enseña al legislador que aspire a instituir «una ciudad digna» que emplee como medios apropiados «las costumbres, la filosofía y las leyes». Porque es absurdo pretender que una ciudad sea virtuosa por la mera acción de un sistema de educación sobre el individuo desnudo, como hoy se evidencia.

Como sabemos, la ciudad o comunidad política es la sociedad perfecta en el orden temporal. Porque el hombre, animal político, encuentra en ella todos los medios para su completa realización natural. ¿De qué modo la ciudad perfecciona al hombre? No sólo directamente, sino principalmente perfeccionando las sociedades inferiores que contiene: la familia, el municipio, el gremio y la región, en las que el hombre ha nacido o vive. Una comunidad política natural, bien constituida y saludable es aquella que ordena y cuida unas sanas instituciones y costumbres.

Cuando sobrevino la usurpación del Estado liberal, un pueblo carlista al menos tan antimoderno como Aristóteles era plenamente consciente de esto. Conculcado el régimen natural y venerable, apartada la dirección honesta del gobierno político, no se podía ordenar activamente la salubridad de costumbres e instituciones del conjunto de España. Los carlistas sólo podían hacer dos cosas: mantener lo más sanamente fundadas que se pudiese sus familias, aldeas, cofradías, y gremios o regiones donde estuviesen; y rechazar llanamente todo modo nuevo que degenerase sus instituciones. Esto es, de manera general, lo que ha guiado las acciones del carlismo, que es la España católica y monárquica en combate bisecular contra la Revolución.

Por esta buena raíz, tanto los posibilistas como los cándidos han tachado a los carlistas de puristas. La Comunión siempre ha respondido, habitualmente de modo sereno, otras veces menos: non possumus. La prudencia política consiste en aplicar los principios de moral y gobierno a las circunstancias particulares, lo cual es una virtud esquiva que depende de la autoridad legítima; y su resultado a veces puede parecer oscuro. Pero hay criterios políticos muy claros que hasta el carlista más obtuso abrazó, y que empaparon todo el estilo con que se desenvolvía en el orden social.

En primer lugar, hay modos en política, connaturales a la dinámica de partidos del Estado liberal, que no podemos admitir. Tampoco mezclarnos con quienes los emplean. ¿Por qué? Porque determinadas malas artes como la injuria infundada, el acoso, la murmuración, la alianza vacía contra adversarios, etc., enrarecen y violentan el ambiente social y destruyen la vida común en sanas costumbres e instituciones. Y el carlismo no es un parcialismo, no es un particularismo. Está para la restauración cristiana de toda España, no para su propio provecho.

En segundo lugar, muchas de las organizaciones que quisieron o quieren beneficiarse de la alianza de la Comunión Tradicionalista no persiguen su mismo fin, que es el fin de España: su restauración católica e institucional de modo integral. Esto es como pretender un matrimonio mixto donde cada cónyuge quiere dar a los hijos una educación distinta y, además, opuesta a la del otro.

De buena o mala fe, muchas de estas organizaciones o movimientos bastardean el fin y Santa Causa a que está llamada España. Algunas incluso se aproximaron de modo alevoso a la Comunión, tratando de sustraer de distintas maneras sus medios y recursos. Conviene tener en cuenta que ésta es una práctica típica de los regímenes modernos, sobre todo del democrático, y estar precavidos.

El carlista, de autoridad o de a pie, con su estilo cristiano y español tuvo presente estos peligros, pero sobre todo atendió al bien que perseguía. Esto hace un estilo político. El estilo carlista es resultado de la atención esmerada por la salud y buen curso de costumbres e instituciones. No sólo de aquéllas a que pertenezca, ni porque sean suyas. Sino porque ésa será la fuente moral de la que beba la restauración de nuestra patria. Es el tesoro que la Comunión guarda para España.

Roberto Moreno, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo de Madrid