El pasado 15 de agosto se aprobó una ley que permite a las familiares otorgar a los recién nacidos el apellido materno en lugar del paterno, hecho que ha sido catalogado como un triunfo feminista. No obstante, como bien advierten los trolls de internet y los que conservan el sentido común, el apellido de la madre es el apellido del abuelo.
Lo que muchos ignoran es que esta ley no presenta ninguna innovación, ya que en tiempos de la Monarquía Hispánica se podía otorgar al recién nacido el apellido de la madre. Era tan sencillo que en la pila bautismal un bebé podía recibir el apellido de cualquiera de sus cuatro abuelos, asimismo, siendo adulto podía cambiar el orden de estos.
España no fue una monarquía feminista ni nada por el estilo, simplemente el orden de los apellidos no era de gran importancia, tanto así que los genealogistas tienen severos dolores de cabeza al investigar los registros. Cambiarse el apellido podía deberse a muchas razones, ya fuera para tener una marca personal, como Sebastián de Belalcázar (Moyano y Cabrera de nacimiento), o para complacer a algún pariente materno, a veces incentivado por herencias o favores.
Las mujeres tampoco cambiaban su apellido al casarse como sucede en la mayor parte de Europa y el mundo anglo. Por otro lado, en algunos países hispanoamericanos las mujeres casadas pueden adoptar el apellido de su marido precedido por la partícula «de».
Sobra mencionar que sólo en el mundo hispanoluso se tiene la costumbre de usar dos apellidos, resaltando la importancia de ambas familias. Las feministas, casi siempre ignorantes de la disciplina histórica, deberían ser conscientes de que el verdadero opresor es el sistema liberal y no la tradición católica-barroca. No debiera extrañarnos que, si alguna de ellas migrase, descartarían fácilmente el apellido de sus madres con tal de asimilarse al primer mundo.
Los tradicionalistas no deberían escandalizarse por esta nueva ley, la cual sin importar sus motivos está lejos de invertir el orden social. Después de todo, el registro civil no es más que una parodia de la partida de bautismo; es un pilar del laicismo.
La única ventaja real de esta ley es facilitar los trámites burocráticos en caso de que el apellido de la madre tenga el riesgo de perderse y quiera perpetuarse. Después de todo somos conscientes de que en tiempos cristianos, el bautismo bastaba.
Carlos Restrepo, Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas