Humor- ¡Qué cosas se ven, don Pero!: Entre el «woke» y el «poke»

Poke en su punto. Directo al paladar.

Es una verdad universalmente reconocida que los ingleses toman sándwiches de pepino con el té. Nunca he tenido el honor de ser invitado a la hora del té en una buena casa inglesa (y, menos aún, de la aristocracia), pero cualquier lector que haya seguido mínimamente esta columna, podrá imaginar fácilmente cuánto me gustaría. Y, sin embargo, me horrorizaría de todo punto, despertaría mi patriotismo más ramplón, haría de mí el más acendrado defensor de la siesta y las sobremesas largas si a algún pijo con ínfulas se le pasase por la antesala del cerebro ponerse a organizar horas del té en España: Una parte importante del tradicionalismo, como bien saben y ponen en práctica nuestras Margaritas, consiste en la promoción y salvaguardia de la gastronomía de cada pueblo y región.

Yo, por mi parte, siempre he defendido que si Dios, en Su infinita sabiduría, dispuso, por ejemplo, que las piñas fuesen propias de climas tropicales, un esfuerzo positivo por nuestra parte por importar y comer esas repelentes frutas tiene algo de casi pecaminoso. De pecado ecológico more Laudato si’, encima, que son los pecados más graves. En buena medida, me parece que sucede lo mismo con las horas del té y con otros ejercicios gastronómicos extranjeros y extranjerizantes, por suculentos que nos puedan parecer. Mi queja es en nombre de todos los bares de barrio que han ido dejando sus locales a establecimientos de sushi y de poke. El movimiento podría muy bien llamarse «el woke del poke». Les juro que no me está dando un ictus, sigan leyendo, por favor.

La última de las grandes novedades del basurero ideológico de la Costa Oeste de los Estados Unidos es lo que se conoce como cultura woke, que hace referencia a cualquier persona (generalmente milennials) implicada en una o varias cuestiones de lucha social, le afecten éstas o no. Woke podría traducirse en español por «despierto». Un woke se involucra en toda clase de protestas y reivindicaciones de minorías oprimidas, pertenezca a ellas o no, aunque parece ser que se goza de tanto más predicamento cuanto mayor sea el número de minorías oprimidas a que se pertenezca. Un woke de postín debería ser también capaz de pergeñar una defensa más o menos sólida de una nueva minoría oprimida, preferentemente una a la que pertenezca él mismo y, como remate brillante de su carrera de progre paniaguado profesional, mejor si se trata de una minoría compuesta por él mismo y nadie más.

Lilo y Stich, dos hawaianos «woke»

El otro día descubrí en un restaurante, antaño ocupado por un viejo negocio familiar y que hoy es un establecimiento posmoderno y colorido, una cosa que se llama poke y que es una especie de ensalada de pescado crudo típica de la cocina polinesia, en particular, de Hawaii. Me sucede lo mismo con el poke que con los famosos sándwiches de pepino: me parecen muy bien, pero me resulta bastante incómodo ir a un restaurante cualquiera de la capital de las Españas y no entender el menú. Uno, encima, se queda con cara de tonto mientras un camarero condescendiente y con un retintín impostado (ese quiero y no puedo de los emigrados de los pueblos del interior que intentan hacerse pasar por jóvenes cosmopolitas) te explica en qué consiste ese peculiar puchero frío de pulpo (o atún) crudo y verduras frescas…

Les confieso que, seducido por el aire exótico, por mi amor, tal vez desmedido, por las cosas crudas y por la secreta e íntima convicción de que nunca viajaré a Hawaii, decidí probar el poke y no me disgustó. Pero eso no muda en nada mi razonamiento. Si no hubiera conocido su existencia, lógicamente nunca lo habría probado y, en el futuro, no me apetecería volver a comerlo. Que no digo que sea una mala cosa, pero sí que, insisto, sospecho que la globalización gastronómica tiene algo de antinatural.

Salí del local, un poco más posmoderno y con cierto sentimiento de culpa. Los dos ingredientes fundamentales, las dos condiciones necesarias (¡y suficientes!) de toda reivindicación identitaria. Así aparqué, temporalmente, al casposo bufón tradicionalista G. García-Vao y me convertí por unas horas en el Woke del Poke, el abogado de las churrerías y de las patatas bravas.

¡El capitalismo neoliberal también destruye la cocina tradicional! No hay más que observar la multiplicación desatada de locales de cocina tibetana, de sitios de recetas veganas con cereales y semillas que no se comería ni un gorrión moribundo, las horribles cadenas americanas de comida rápida [comer rápido, ¿cabe algo más anti español], los woks, los pokes, ¡ah! y el manjar del postureo supremo, Su Majestad el Sushi.

Y, de hecho, para ser un buen woke, obvien toda referencia al capitalismo neoliberal, pues todas estas luchas identitarias aldeanas sirven a un único señor que es, precisamente, el sistema neoliberal. No: el motivo profundo es que a mí me causa pesar; dificulta mi existencia todo este impostado cosmopolitismo de la hora de comer. Mi identidad de género es la de comedor de tortilla de patata y el Gobierno no tiene derecho a pisotear mis sentimientos permitiendo que se llenen los locales de mi barrio de establecimientos donde sólo utilizan los huevos para hacer espumas de cosas. Si me las apaño bien, creo que puedo lograr que el Ministerio de Irene Montero cuelgue en su balcón también la bandera de los tradigastrónomos, a saber: dos óvalos de plata, cargados de oro, en una sartén de sable sobre campo de cuadros de plata y gules. O sea, dos huevos fritos en una sartén sobre el típico mantel de cuadros blancos y rojos.

Lilo y Stich alimentando a Pudge

Para que vean que este artículo no supone en mí la más leve animadversión hacia Hawaii ni hacia sus habitantes, citaremos como remate de estas líneas, unas de una simpática y a menudo olvidada película de Disney llamada Lilo y Stitch y que transcurre, precisamente, en esos idílicos paraísos tropicales. Lilo, que es una niña bastante entrañable dentro de sus múltiples extravagancias, tiene un amigo pez al que llama Pudge y al que, cada semana, le lleva un sándwich. Desgraciadamente, un día llega tarde a su escuela de danza porque no había en la casa más que «apestoso atún» y ha tenido que ir a la tienda a comprar mantequilla de cacahuete. Ante el asombro de su profesor, que ignora la naturaleza de Pudge y que se pregunta qué tiene de malo un sándwich de atún, la indignada Lilo responde, con toda razón:

«−¡Es un pez!−Si le diera atún a Pudge sería una abominación!».

Tras unas semanas hablando de posibles actuaciones diabólicas sobre el episcopado español, bulos homosexuales y delirios de género, casi parece unafrivolidad tachar la invasión de restaurantes exóticos de «abominación». Pero como hoy soy woke y ser woke supone, ya se lo he dicho, ser posmoderno, que es casi lo mismo que ser frívolo, no me van a doler prendas:

«- ¿Y por qué no le das poke a García-Vao?

– ¡Es español! ¡Si le diera poke a García-Vao sería una abominación!».

G. García-Vao