Cada vez es más intenso el bombardeo que sufrimos por parte de los medios de comunicación con la mención omnipresente de los derechos humanos. Es el argumento «infalible», la «piedra filosofal» utilizada para defender cualquier causa: los vientres de alquiler, los embriones congelados, el aborto, el maltrato… Cualquier desastre o abuso se traduce inmediatamente en una violación de los derechos humanos. ¡Y qué decir de los eslóganes utilizados en cualquier campaña o manifestación, reivindicando una causa que, en este caso, se convierte en defensa de dichos derechos!
Hace varias semanas se publicó la noticia, ante el escándalo de muchos, de que Macron había pedido que el derecho al aborto estuviera incluido en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea. Hace unos días también, el gobernador demócrata de Washington, Jay Inslee, firmó una «ley» que reconoce formalmente el derecho fundamental al aborto.
Mal que nos pese, esa es la deriva de la ideología de los derechos humanos. Dice don Julio Alvear en su artículo La ideología de los derechos humanos y la doctrina social de la iglesia; un compromiso imposible: «Como consecuencia, y en la medida que los pueblos se descristianizan y pierden política y socialmente sus hábitos religiosos y morales, los “derechos humanos” –cauce y a la vez síntoma de tal descristianización– muestran su cara negativa sin moderación».
Parecen palabras proféticas aplicables a las actuaciones de estos dos políticos, de incluir uno –Inslee– el derecho al aborto como un derecho fundamental en su normativa, y de reclamarlo el otro –Macron– para el derecho comunitario.
Podríamos escandalizarnos y llevarnos las manos a la cabeza, pero lo peor es comprobar cómo los católicos utilizan esa misma arma descristianizadora para intentar abatir al enemigo: así, solamente contraponen ideología contra ideología.
Explica don Julio Alvear en su artículo, para que podamos comprender la malignidad ínsita a la ideología de los derechos humanos, que el concepto de libertad que subyace a ella no sólo no es cristiano, sino que afirmativamente es anti-cristiano, lo que acarrea espantosas consecuencias en el ámbito político, social y jurídico.
Belén Perfecto