Anarquía, autoridad y Estado

«Familia de Felipe V», por Van Loo

Son muchos los ajenos al carlismo que, desde ópticas revolucionarias y modernas nunca lo han comprendido. En puridad, la comprensión del carlismo desde postulados modernos asumidos es quimérica, dado que tratar de encajar la sociedad natural sacramental en las sociedades ideológicas es prácticamente imposible.

A este respecto, no faltan los que, asumiendo posturas fundadas en la lamentable pérdida progresiva de la autoridad, recelan del carlismo por su enfrentamiento al estatismo moderno. Sus lecturas escleróticas, por cantidad y calidad en la mayoría de los casos, les empujan a creer que el carlismo, al enfrentar el estatismo moderno, favorece la anarquía y difumina la autoridad. Nada más lejos de la realidad.

Precisamente, es el combate por el restablecimiento del principio de autoridad natural lo que nos empuja a denunciar el estatismo. Pues siendo el Estado la concentración de poder propia de la secularización teórica del protestantismo, su poder es autorreferente, sólo se justifica a sí mismo. Evidentemente, la complejidad de la existencia y los cambios en las sociedades hacen surgir nuevos problemas —en muchos casos nacidos de la vil transformación de la sociedad natural a la disociedad artificial pilotada por el Estado— que hacen tambalear al Estado mismo.

No obstante, la cuestión es que el Estado al engullir al poder político y presentarse como el mismo, encandila a los ingenuos que piensan que sin Estado no hay poder, que la autoridad y el Estado son lo mismo, que las críticas al Estado favorecen la anarquía. Evidentemente, estas lecturas son propias de una lectura sesgada, ideológica y poco inteligente, cuando no maliciosa, de la realidad. Lecturas que comparten con sus homónimos progresistas, pues las ideologías contrarias al Estado, como el separatismo o el mundialismo, son alimentadas por la disolución de toda autoridad, mientras que paralelamente, los adalides del Estado lo son en función de que lo identifican (¡del mismo modo!) con la autoridad.

A mi juicio, el pensamiento político católico se encuentra en una situación en la que es preciso recuperar la claridad del lenguaje mediante una recta formación para comprender la sustancialidad del problema y no quedarnos en lecturas propias de párvulos.

El carlismo aboga por el poder personal, ergo no puede ser anarquista ni tampoco estatista. El carlismo defiende el poder natural, ni su ausencia ni su falsificación artificial. Pues es la naturaleza la que es objeto de la gracia, ni la nada ni el artificio lo son naturalmente, por lo que un combate por los derechos de Cristo Rey no puede tener otro punto de partida.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense