La última visita del papa Francisco a Kazajistán alabando la bondad de la buena convivencia entre todas las religiones parece tener tintes apocalípticos. El dios diálogo que traerá la paz, la fraternidad y el entendimiento mutuo entre toda la humanidad, no se parece mucho a la espada que Cristo prometió traer.
Desde la encíclica Mortalium animos condenando los congresos ecuménicos y la voluntarista paz entre los pueblos esquivando la Verdad, han caído lluvias torrenciales que todo lo han arrasado. Al menos, la Fe en un solo Dios, Uno y Trino y la necesidad de pertenecer a la Iglesia para nuestra salvación. Igualar la Verdad con el error contradice la más elemental lógica humana. Y así es como los papas de las últimas décadas han ido pastoreando a sus ovejas. Congresos ecuménicos, reuniones variopintas agarrados de la mano o plantando un árbol, hombres y mujeres de vestidos exóticos y religiones que ni siquiera conocíamos y, en medio de ellos, el Vicario de Cristo, como uno más, han ido dejando huella y grabándose en la memoria del pueblo fiel.
El desconocimiento de las elementales verdades de fe, escritas en cualquier catecismo infantil de antaño, ha provocado grotescas afirmaciones propias de enrevesados maestros del error: que todas las religiones adoran al mismo Dios, que cualquier religión practicada con buena intención ―incluso aunque te lleve a suicidarte y a matar a cientos de personas― puede salvarte…
En el mundo conservador, muchos han decidido cargar contra Francisco, como si él fuera el único responsable de este desolador escenario. Pero para llegar a Kazajistán y que los medios conservadores se hayan escandalizado ha sido necesario un itinerario filosófico y teológico que Francisco nunca hubiera recorrido en solitario.
Antes de que un miembro se gangrene son necesarios muchos procesos internos y muchas señales externas que un buen médico sabe observar y diagnosticar. Ni Pablo VI, ni el largo pontificado de Juan Pablo II, ni el reducido de Benedicto XVI fueron capaces de afrontar el estado de descomposición que vive la Iglesia. No faltaron señales a diestro y siniestro y, sin embargo, sus gestos y discursos apoyados en filosofías erróneas sirvieron para acelerar el proceso que venía de lejos.
Muchos medios conservadores en los últimos meses no se han privado de señalar una y otra vez la esperpéntica situación, por llamarla suavemente, que vivimos. Medios, que cuando el papa Francisco subió al solio pontificio no admitían ni un solo comentario de crítica hacia el pontífice, porque según ellos, era una falta de respeto hacia su persona. Sin embargo, ahora no dudan en sacar, un día sí y otro también, críticas a cada palabra y discurso que dice.
Al principio pensé que quizás la presencia de Francisco curaría de la papolatría que padece el pueblo fiel, pero creo que no, porque todos esos medios conservadores que han hecho de Francisco la diana de sus frustraciones, siguen sin preguntarse cómo hemos podido llegar a esta crisis.
En una de sus cartas, Flannery O´Connor, hablando de su viaje a Lourdes y de la espantosa invasión de tiendas de recuerdos que no valen nada en contraste con la gruta que sigue viva, dice: «la conjunción de fe y aflicción habla muy bien de la fe. Sólo quien está en la situación del santo Job sabrá eludir la superficialidad en cuanto a este tema».
Hoy nos toca, como al santo Job, padecer con paciencia y rezar para que el Señor envíe santos obreros a su mies. Hoy se junta en la Iglesia la aflicción y la vida. No dejemos que la espantosa invasión de errores, impidan que nuestros ojos vean la Santidad y Belleza de la Una, Santa, Católica y Apostólica.
Belén Perfecto, Margaritas Hispánicas