Hakuna: de la realidad a la efectividad

Grupo Hakuna

A raíz de un un artículo anterior sobre el novedoso movimiento denominado Hakuna han surgido multitud de cuestiones ligadas tanto a mis juicios como al propio movimiento. La mixtura de argumentos y opiniones problemáticos o directamente erróneos me ha hecho comprender la necesidad de aclarar algunas cuestiones más. Como señalé en el primer artículo, no pretendo erigir una autoridad que me identifique con la voz del pensamiento tradicional; más bien continuar señalando riesgos evidentes que es preciso evitar.

Es innegable que Hakuna ha logrado un triunfalismo ante los ojos del mundo. Son numerosos los jóvenes que lo integran y sus actividades crecen. Este hecho ha dado pie a una defensa efectiva del movimiento que, a mi juicio, esconde una lógica tras de sí opuesta a la concepción clásica, y cristiana, de la realidad. En el prefacio de su obra Principios de la filosofía del derecho, Hegel identifica la realidad con la efectividad. Este corolario del racionalismo moderno permea gran cantidad de realidades cotidianas. Hakuna no es una excepción. 

La sustitución de la ontología por la fenomenología, esto es, de lo que es respecto del hecho fáctico, adquiere un papel sustancial en las argumentaciones a favor del movimiento. De esta manera, incluso quienes observan el riesgo de una «religión» diluida esgrimen la efectividad del grupo; esto es, la realidad numérica, activista, fáctica supera a los principios que impregnan la adoración de la criatura al Creador. 

Este epifenómeno hegeliano manifiesta su nocividad cuando entra en contacto con el clericalismo como actitud mental, tendente a bautizar toda realidad fáctica por el mero hecho de contar con la hegemonía contingente y momentánea. Así las cosas, no sólo se defiende el hecho como tal, sino que su existencia es agradable a Dios, pues así lo manifiesta su éxito fáctico. La confusión no es nueva. La tentación de subordinar a la Providencia a los dictados mundanos ha sido perenne en la historia de los hombres. Desde las concepciones calvinistas, que bendecían con la salvación el éxito fáctico de los hombres, hasta las lecturas demócrata cristianas que veían -y siguen viendo- en el Estado liberal la culminación del respeto de Dios a la libertad del hombre, fundado en su éxito histórico y fáctico.

La metafísica, la filosofía, la teología… son arrumbadas necesariamente, pues la contingencia del mundo es tal, que pretender aproximarnos a la fe desde la razón resulta inútil. Los famosos soplos de no se sabe qué espíritu bautizan toda empresa exitosa y condenan como profetas de las calamidades a aquellos que denuncian las incompatibilidades con los principios de la religión o de la realidad, pues la labor ya no es comprender a un Dios revelado, sino escuchar a un mundo cambiante a través del cual Dios se revela.

Esta lectura radical hegeliana que ve en el éxito humanamente apreciable la bendición de lo divino, coexiste con otra lectura de la misma matriz pero más moderada en sus conclusiones. Partiendo del hegelismo ideológico ya mencionado, sostienen no tanto la definitiva expulsión de la ontología respecto de la fenomenología, sino una expulsión «práctica». De esta forma, Hakuna sería visto como una concepción infantil, superficial y pueril de la religión -como es evidente-, pero que es funcional para una conversión profunda y real; esto es, es preferible que los jóvenes frecuenten el movimiento y, posteriormente, lo abandonen por insustancial a que no conozcan nada.

Sin negar que entiendo comprensible esta lectura, más aún en padres que presencian cómo sus hijos son devorados por el estado de cosas, no puedo compartirla. Es lógico que, en ocasiones, la prudencia nos incline a sacrificar bienes por evitar males mayores. Pero un juicio de esa categoría es circunstancialmente puntual y teleológicamente seguro. Me explico. Cuando me refiero a que se trata de un juicio puntual, me refiero a que el ejercicio de prudencia que nos empuje a sacrificar un bien no es, o no debe ser, la tónica general, sino que ha de encuadrarse en una situación concreta. La existencia de un movimiento cada vez más estable, tanto social, cultural, como económicamente hablando dista mucho de una naturaleza puntual. Por otro lado, la naturaleza segura del juicio se refiere al fin. Pero, del mismo modo que un edificio mal cimentado nunca logrará ser acabado, una religión con principios deformados nunca será instrumento para perfección del hombre como consecuencia de adorar a Dios. Es decir, hay almas que tienen diversas velocidades o no son llamadas a ciertos niveles, pero comparten los principios de la religión con todos los fieles. El problema que se plantea aquí es la confusión de los pilares de la religión, principalmente aquellos que tienen que ver con el papel del hombre en la creación y su relación con el Creador.

Es por ello que estimo conveniente desechar el hegelismo inherente a las defensas del movimiento, tanto en su versión radical como moderada. Como razón, además de las previas, permítanme una reflexión con naturaleza de meditación sobre la cuestión. El apostolado es una llamada de Nuestro Señor para la propagación de su Reino. Pero no somos dueños de la acción apostólica. En puridad, ni siquiera causa primera, sino que ese lugar le corresponde a Dios. Las innovaciones en los apostolados, que acaban innovando el contenido, no sólo denotan la profunda e inseparable relación entre el agua de la doctrina y el cauce que la transporta; también denotan un voluntarismo latente y vanidoso que nos hace creernos los dueños de la mies, dispuestos a tomar decisiones de cambios si no presenciamos los frutos que deseamos.

Estas lógicas no han llevado más que al fracaso históricamente. No sólo por su inconsistencia doctrinal, sino por una incomprensión de fondo sobre el papel que jugamos en la historia de la salvación. Puede que el fracaso venga precedido de un éxito mundano, pero los cristianos sabemos que el triunfo de Cristo no fue manifestado en periódicos, fundaciones, conciertos ni discos vendidos, sino en la aparente derrota de la Cruz.

Miguel Quesada, Círculo Hispalense