Con carácter previo a la exposición de los trágicos hechos ocurridos este 2022 en torno a la fiesta de La Merced en Barcelona, hemos visto en un artículo anterior cómo esta celebración tiene sus fundamentos en la tradición y, más concretamente, en la devoción a la Santísima Virgen, a raíz de su mandato piadoso dirigido tres hombres que fueron capitales en la creación de la Orden Mercedaria.
Meses antes de la nefasta Revolución liberal de 1868, el Papa Pío IX declaró a la Virgen de la Merced como patrona de la diócesis de Barcelona, convirtiéndose desde ese momento en copatrona de la ciudad junto a la Santa Eulalia, mártir del siglo III de nuestra era. Desde entonces, hasta hace varias décadas, la fiesta en honor a Nuestra Señora de La Merced ha tenido un carácter hondamente religioso y popular: se engalanaban las calles, las iglesias, y el ayuntamiento; desfilaban diversas cofradías y grupos populares junto a figuras tradicionales de cabezudos y gigantes; no faltaban los pasacalles y bailes de bastones y sardanas; se construían castells; se organizaban exposiciones de mercaderías y oficios, de pinturas y numismática; se celebraban corridas de toros y regatas desde el puerto; y en las iglesias se oficiaban misas solemnes, destacando en la Catedral donde acudía todo el pueblo en procesión para honrar con devoción a la Santísima Madre de Dios.
Y sin embargo tal ha sido la corrupción causada por la Revolución desde ya antes de la implantación del Régimen de 1978 —la Revolución se manifiesta en Cataluña con el matiz adicional del separatismo— que la fiesta no sólo ha perdido toda muestra de fe y religiosidad, sino que se ha paganizado y violentado hasta volverse irreconocible con respecto a lo que fue antaño.
Amanecía el martes 27 de septiembre en la Ciudad Condal con 7 asesinatos violentos sucedidos en sus calles la última semana, especialmente durante las fiestas; los actuales «espectáculos populares», con aberrante ideología de género, han reemplazado a las antiguas procesiones. No han faltado actuaciones nudistas y aberrosexuales organizadas por los partidos políticos que controlan las instituciones y órganos de gobierno; se han denunciado cientos de pequeños robos, hurtos y otros incidentes violentos en las calles. A ello se añade que casi todas las costumbres populares se han vuelto a cubrir con los signos separatistas, adueñándose de ellas; varios grupos de jóvenes han protagonizado acciones conjuntas contra la policía, dominando las calles y vandalizando arbitrariamente negocios privados y espacios públicos. Se estima que todas estas acciones, las oficiales corruptoras y las salvajes esporádicas, cuestan al erario público y al bolsillo ciudadano millones de euros.
La fiesta de la Merced y de la pasada Diada del 11 de septiembre son ocasiones propicias para los revolucionarios, pues se adueñan de ellas y corrompen su sentido. Los propios medios de comunicación oficiales, aun disimulando, ya alertan de la situación, fomentada por ellos: en determinados momentos Cataluña parece estar fuera de control para las autoridades. La vida corriente continúa, mientras casi todos los ciudadanos miran con pasividad e indiferencia la progresiva corrupción de la ciudad y de sus fiestas y tradiciones.
Gabriel Sanz Señor, Círculo Tradicionalista Ramón Parés y Vilasau