¿Ecofascismo o ecocapitalismo?

Contretemps

Es bien conocida la frase de Chesterton que afirma que allí donde existe adoración animal siempre hay sacrificios humanos. En nuestro tiempo esa adoración se ha extendido a la Tierra entera, a la diosa Gea o a la Pachamama, según quien la invoque, incluidas las máximas jerarquías eclesiásticas. En ese culto a la Tierra se quiere inmolar a una gran parte de la población que sus adoradores consideran sobrante, especialmente si se trata de la población más débil, indefensa o que no produce ni consume. Así, por ejemplo, medidas como la llamada eutanasia, que se camuflan de humanitarismo, podrían llegar a convertirse en medios eficaces de reducción de población y de ahorro, como ya se lee sin tapujos en un estudio de la Canadian Medical Association Journal escrito por el Dr. Aaron Trachtenberg[1]. Este tipo de sacrificios humanos parecen necesarios en la nueva religión del cambio climático y para un ecologismo que empieza a darse la mano con un nuevo modo de autoritarismo o totalitarismo global, aprovechando la inercia pandémica. No obstante, el Foro Económico Mundial habla de la crisis del COVID-19 como un «test de responsabilidad social» que nos prepara para las restricciones, rastreo y control social en las «ciudades sostenibles» [2]. Esa conjunción actual de ecologismo, malthusianismo y control social totalitario ha llevado a algunos a hablar de ecofascismo, como es el caso de J. Biehl y P. Staudenmaier en Ecofascismo: lecciones de la experiencia alemana (2019) o de Carlos Taibo en Colapso (2017) y Ecofascismo (2022). Este último, profesor jubilado de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Madrid y confeso anarquista, ha caracterizado el ecofascismo como una suerte de «darwinismo social militarizado», advirtiendo que no se encuentra tanto en los grupúsculos marginales de extrema derecha sino en buena parte de las élites dirigentes del mundo.

Sobre el término en cuestión convendría señalar en primer lugar que tiene un uso claramente polémico, pues es ya costumbre democrática calificar de fascista a cualquier adversario político. En todo caso, no deja de tener cierta correspondencia con la realidad. Así, en 1992 publicaba Luc Ferry, exministro francés de Educación, un importante libro titulado El nuevo orden ecológico, en el que reconocía con admiración poco disimulada el papel precursor del Tercer Reich en la llamada ecología profunda (deep ecology) contemporánea, es decir, en el ecologismo no antropocéntrico o meramente ambientalista. Esto significa que el reino vegetal y animal adquieren un valor en sí mismo y no en relación con el ser humano; e incluso una importancia igual o mayor a la del hombre. Esta concepción, junto con aspectos más benévolos, como la protección de los entornos naturales salvajes, está presente en la legislación nacionalsocialista, particularmente en la Ley de Protección de la Naturaleza de 1935, que Ferry califica de «monumento de la ecología moderna». Este ecologismo pernicioso es el mismo que está en la base de esas expresiones misantrópicas y casi satánicas actuales que consideran la vida humana como una plaga que conviene exterminar por el bien del planeta. Generalmente, apelando a un exceso de población que se considera sobrante y del que nunca se cree parte quien emite el juicio, como también advertía Chesterton. El mismo Taibo señala que es propio del actual ecofascismo en su versión débil el propósito de marginar radicalmente a una buena parte de la población, mientras que en su versión fuerte pretendería directamente su exterminio. Si esto sonara exagerado bastaría recordar que el marido de la recientemente fallecida y elogiada reina de Inglaterra, el duque Felipe de Edimburgo, llegó a expresar su deseo de reencarnarse en un virus mortal que acabara con buena parte de la humanidad[3]. Y este no fue más que el broche de oro a una vida de preocupación por eso que muchos miembros de las élites llaman sobrepoblación.

Cabe decir que estas ideas son contrarias a lo que significa rectamente un concepto como el de ecología. Ecología, en su buen sentido, pervertido por el –ismo (ecologismo) ideologizador, tiene que ver con el estudio y cuidado de la naturaleza como «oikos» (del griego) o casa, y fundamentalmente como casa del hombre. Es del todo irracional que un ser natural como el ser humano, aunque con aspiración trascendente, se preocupe por el medio en el que vive para querer extinguirse voluntariamente o suicidarse como especie con el fin de dejar un planeta intacto o incontaminado. De ese modo, el planeta Tierra no sería más que una mota de polvo insignificante flotando en el océano cósmico. En realidad, sin el ser humano sería irrelevante su conservación o su absoluta destrucción en medio de la inmensidad del espacio y el tiempo. Si nuestro planeta tiene un valor precioso y único es por ser casa del hombre y aún más, cuna y altar sagrado de la Encarnación y la Redención divina. En el fondo sabemos que la trampa, como ya se ha dicho, está en que realmente sí se pretende que la naturaleza siga siendo casa, pero casa de unos pocos.

Por otra parte, esa ideología ecofascista es parte de un todo mayor y más esencial, que es el liberalismo. Y un liberalismo no nacionalista, como el fascismo, sino globalista e internacional, que es al que sirve el ecologismo perverso que actualmente abandera la Agenda 2030. Más allá del uso polémico del término ecofascismo, conviene señalar directamente al causante de los males, porque de otro modo se acaba salvando su imagen y su reputación. Es el liberalismo el padre del colonialismo anglosajón, del darwinismo y el malthusianismo –que fueron su justificación pseudocientífica–, así como del capitalismo y de la explotación y destrucción despiadada de los más débiles. El fascismo no es sino una parte pequeña de esta progenie y no hay que olvidar que las democracias liberales tampoco son lo opuesto de la dictadura o el autoritarismo, como hoy puede verse quizá más que nunca. Decía Bernanos que «democracias y totalitarismos son los abscesos fríos y los abscesos calientes de una civilización degradada y desespiritualizada». Así pues, podemos decir abiertamente que es el ecocapitalismo, con sus antecedentes y formando parte de las múltiples caras del liberalismo, una de las ideologías dominantes y más perversas que amenazan actualmente el bien común de nuestras sociedades y de toda la especie humana.

[1] https://www.cbc.ca/news/canada/manitoba/medically-assisted-death-could-save-millions-1.3947481?__vfz=medium%3Dsharebar

[2] https://www.weforum.org/agenda/2022/09/my-carbon-an-approach-for-inclusive-and-sustainable-cities/

[3] https://monarquias.com/2021/04/09/felipe-de-edimburgo-me-gustaria-reencarnar-como-virus-mortal-para-contribuir-a-resolver-la-sobrepoblacion/

Enrique Cuñado, Salamanca (Reino de León)