Saluda del Capellán

Como anticipo de la aparición del número 6 de la revista PELAYOS —en la que se darán a conocer los nombres de los ganadores del concurso navideño— publicamos la meditación de Navidad que figura en dicha revista bajo la rúbrica «Saluda del capellán». Su autor es el Revdo. Padre D. José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas y Capellán Real.
La redacción de LA ESPERANZA y el equipo de la revista PELAYOS desean feliz y santa Navidad a todos nuestros lectores.

«Et Verbum caro factum est»

Estas son las solemnes palabras que pronunciamos cada vez que rezamos el credo en la Santa Misa, al final en el último evangelio —el prólogo sublime de San Juan— y también al recitar el ángelus; entonces, hincamos reverentes nuestras rodillas para adorar en espíritu y en verdad el inconmensurable misterio que celebramos en esta Navidad: el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, para ser nuestro Buen Pastor, soberano Rey, Sumo y eterno Sacerdote.

Numerosos ángeles bajaron del cielo hasta Belén para adorar al Niño y con inmensa alegría cantaron a coro el primer villancico de Navidad: «gloria a Dios en los cielos y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad». Ellos fueron quienes anunciaron la buena nueva a los pastores y les invitaron a ir a adorar al Niño Divino, que encontraron envuelto en pañales, recostado en un pesebre.

Todo aquel a quien le quede aún un poquito de esa buena voluntad, urgido por la caridad (1), irá corriendo de prisa hasta el portal de Belén para adorar, contemplar y admirar con sus propios ojos a un Dios que antes era invisible, pero ¡ahora sí, ahora sí lo podéis ver, tocar y oír! ¡Y feliz aquel para quien Jesús no sea motivo de escándalo, tanto en el pesebre como en la cruz! (2).

Invito a cada uno de los pelayos a acudir presurosos hasta ese portal de Belén, que con arte y piedad representa en vuestros hogares el sublime misterio del «Verbo de Dios hecho carne», para adorarle, hincados, como lo hicieron los ángeles ayer; hoy podéis hacer vosotros lo mismo con la compañía de vuestros ángeles custodios, que unidos a los nueve coros angélicos en el cielo celebran el aniversario de Quien es eterno, pero en cuanto hombre, en esta Navidad, cumple 2022 años. Por supuesto, ofrecedle vuestros presentes a los pastores Isacio, Josefo y Jacobo y también cantadle villancicos uniendo vuestras voces a los coros celestes.

Hacía más o menos mil años desde que en aquellos valles aledaños a Belén, apacentaba sus rebaños un pastor llamado David, que además fue rey y profeta, egregio ancestro del Niño Jesús. Queridos pelayos, a una con los pastores, David, Isacio, Jacobo y Josefo, os invito a llevarle al Buen Pastor recién nacido muchos, muchos corderitos, pero, sobre todo: corderitos negros. El Corazón de este Niño Divino es el Corazón más bueno, infinitamente misericordioso y lo que ama sobre todas las cosas es el corazón de los corderitos negros, de tantos niños malos, traviesos unos y otros perversos; algunos porque jamás recibieron la gracia y otros porque no valoraron su precio. Sed generosos, vuestros sacrificios humanos y su Amor divino los harán buenos. Estos corderitos negros son los más necesitados de la misericordia de Dios y en el cielo hay más alegría, y en el portal la habrá también, por un corderito negro que se convierte, que por los noventa y nueve blanquitos que permanecen en el redil (3).

Me preguntareis: —¿Cómo podemos hacer para llevárselos al Niño Jesús? Muchos son ariscos y rebeldes. Otros se escapan corriendo y no los podemos coger o tienen las manos quebradas y no pueden caminar. Están cubiertos de sarna y nos podremos contagiar. Se han perdido en los densos matorrales de las pasiones desordenadas, se han despeñado en el abrupto precipicio del vicio o se han escondido detrás de su cobardía y egoísmo—.

Sin embargo, el Buen Pastor nos advierte que tiene otras ovejas que no son de este su redil y si estos corderitos negros pudieran escuchar su voz, dócilmente vendrían en pos de sus pasos y así un día podrá establecerse un solo rebaño y un solo pastor (4). De este modo, cuando llegue el juicio final podrá poner esos corderitos negros al amparo de su diestra gloriosa, separados para siempre de las cabras, que irán a su siniestra por toda la eternidad (5).

La solución ya nos la propuso y ofreció la Virgen en Fátima: Será especialmente «por vuestras oraciones y sacrificios como los podéis salvar del fuego del infierno», «para poder llevar al cielo, especialmente, los más necesitados de su misericordia». Hay muchos sacrificios que podemos elegir, pero es muy importante saber aceptar dócilmente aquellos que la Providencia nos impone en nuestra cotidianidad doméstica, ¡estos son los que tienen mayor valor a los ojos de Dios! Por lo tanto, por vuestras oraciones y sacrificios llegarán muchas almas a formar parte de la majada del Buen Pastor. Los corderos que están negros por la mugre del pecado, se volverán blancos como la lana limpia. Ahora que es tiempo de misericordia, antes que Nuestro Señor sea el supremo y definitivo Juez, los pondremos a buen recaudo junto al Niño Pastor. Allí estarán al abrigo de lobos y buitres, de pumas y zorros. Gracias a vuestros sacrificios podréis curarlos y sacar esos gusanos inmundos que las moscas de internet han sembrado en su corazón. Gracias a vuestras mortificaciones los podréis desenredar de las zarzas del mundo, que los retienen cautivos y les impiden retozar libremente por valles y colinas, saborear las hierbas frescas y beber el agua clara de los arroyos de la sana doctrina. Tened la certeza de que nada alegrará más al Niño Jesús, a su Madre y a San José que este regalo: un corderito negro.

Queridos pelayos, a una con los ángeles del cielo y con vuestro ángel custodio, venid corriendo a besarle los pies y así rendir pleitesía a un Dios que era intangible, que en cuanto hombre es nuestro Rey, porque como lo había anunciado el arcángel Gabriel a su Madre: «heredará el trono de David, su Padre». En vez de escandalizarnos, deberíamos como los Reyes Magos, edificados y consolados, ofrecerle el oro de nuestro amor al Rey que ha conquistado nuestro corazón, trocando el solio celestial por el trono más humilde, un pesebre con paja. Al Niño Rey tenemos que ofrecerle la corona y el cetro que le pertenecen con la legitimidad de origen divino. Su poder infinito ha de imperar hasta los extremos confines de nuestra nada, así como hasta lo más profundo del infierno rige su justicia divina. Que venga a nosotros su reino y se establezca en todos los ámbitos de la sociedad humana, que se extiendan por todo el universo el cetro de su caridad y la influencia de la ley evangélica. (6)

Por eso, con ánimo entusiasta, trabajemos en toda circunstancia por nuestro Rey, para dilatar las fronteras de su reino en esta tierra, conquistando lo desconocido y reconquistando lo perdido. Él ha nacido para que el imperio de su gracia alcance las simas más profundas de nuestra miseria, las fibras más íntimas de nuestras almas ―el abismo de nuestra miseria llama al abismo de su misericordia―; para que la divina medicina llegue hasta los pliegues más recónditos de nuestro corazón, más allá de todo lo que inficionó el pecado original. Que Él destruya con su gracia esa mala levadura que nos hace pésimas personas, al fermentar cotidianamente en pensamientos, deseos y obras, que ante Dios nos avergüenzan; pues ahí es donde vive el hombre viejo, asesino del hombre nuevo, que trata de impedir que cada uno de nosotros viva en justicia y santidad. Que esa luz que Él es en este mundo, rasgue con su verdad las densas tinieblas del error y la mentira; para que la Vida, que en Navidad contemplamos recién nacida, pueda preguntar muy pronto: «Muerte ¿dónde está tu victoria?».

Meditar delante de un belén es situar el alma en un lugar desnudo y despojado de todo, menospreciado por los hombres, pero, sin duda, es el mejor y más adecuado, porque Dios mismo lo eligió para nacer allí. Belén es toda una invitación a descubrir cuáles son las auténticas riquezas y verdaderos tesoros de un cristiano. No son precisamente las que el mundo y su príncipe, mentiroso y asesino, nos quieren imponer con el fin de seducirnos por medio de ellas, para alejarnos poco a poco y para siempre, de la pobreza del Pastor, del imperio del Rey y de la gracia de Dios. En el misterio de Belén destaca en todo su esplendor la belleza de la pobreza y la grandeza de la humildad: ¡Vanitas vanitatis!, ¡Todo es vanidad! Este es uno de los mensajes fundamentales que proclama la Navidad.

Debemos ofrecerle generosos y valientes ese amor que hace buena la voluntad, que nada tiene que ver con una piadosa veleidad ni con una utopía mística; es esa misma buena voluntad la que alaban cantando los ángeles y nos proporciona la paz, «pax Christi in regno Christi». Muchos niños de hoy piensan que Jesús es un rey de mentirijillas, como son los reyes constitucionales, reyes de pacotilla, que reinan, pero no gobiernan. Por eso como todos los liberales no cesan de repetir: ¡Jesús, Jesús! Pero solo de labios para afuera, porque no respetan su autoridad ni obedecen su ley ni ejecutan su voluntad. No quieren establecer, consolidar ni extender su reino. El Niño Jesús es Rey. Es Rey de verdad verdadera. Esto lo sabe muy bien el rey Herodes, pues al preguntarle los Reyes Magos dónde había nacido el Rey de Israel, los rabinos de Jerusalén estaban allí para darle la noticia y confirmarle, a la luz de las profecías de Daniel, dónde y cuándo iba a nacer el Mesías esperado. Pero Herodes no lo supo interpretar, sino que pensando y sintiendo de manera carnal, temió perder su trono y su poder. Entonces ordenó de inmediato una sangrienta y cobarde persecución para quitarle la vida a Aquel por el cual los reyes gobiernan, porque todo poder viene de Dios. Fueron muchos los niños mártires, inocentes víctimas de ese terror liberal que tienen los reyes malos que gobiernan el mundo, cuando temen la suprema primacía divina del Dios Encarnado; ellos, como Herodes, quieren reservarse parcelas autónomas, independientes de su infinito poder. Pelayos, ese odio al Rey Niño persiste aún hoy y por eso tratan, con todas sus fuerzas y por todos los medios, de matar vuestras almas, de robaros esa inocencia que vuestros padres cuidan con tanto esmero y que, para ponerla a salvo, muchas veces, les toca alejarse del mundo, huyendo al desierto de Egipto y así poner a buen recaudo esa gracia preciosa que Dios ama tanto: la inocencia.

Queridos pelayos, oíd como los Ángeles cantan en el cielo anunciando la paz que trae el Niño a todos aquellos que en su corazón tienen buena voluntad. La paz es el fruto de la tranquilidad en el orden y no hay tranquilidad donde hay rencillas y rencores, volviendo negro y tenebroso como un tizón el espíritu donde se apagó la caridad. El orden no puede existir, ni reinar la paz, allí donde no tiene cabida el perdón.  Regaladle al Niño los colmillos de ese lobo que desgarra el corazón, poned a los pies de su cuna la piel de un caracal, que en feroz carnicería dejó maltrecha la majada y adornad su pesebre con las zarpas cazadoras del leopardo persa que realizó incursiones asesinas al amparo de noche. No hay trofeos más bonitos para ofrecerle al Niño Divino que poner a sus pies, vencidos, uno a uno nuestros defectos. No tengáis miedo y poned el zurrón colmado de vuestros pecados a los pies del Niño Jesús cuando os acerquéis al confesionario, Él los recibirá muy contento y los hará suyos, para llevarlos un día a la cruz, así premiará la ofrenda que le hacéis de vuestras faltas con ese regalo divino que es el perdón.

Contemplando el portal de Belén podemos preguntarnos, ¿qué diría su tatarabuelo el Profeta David al ver este templo miserable que alberga al vástago de su estirpe, el Deseado de las naciones? ¡Qué recinto más pobre y humilde para el Niño Dios en comparación con el primer templo que David construyó en Jerusalén para custodiar los símbolos que mostraban el pacto de Dios con su pueblo! Sin embargo, en medio de esta noche cerrada amanece la nueva alianza. Todo lo que sucedió en el Antiguo Testamento fueron solo imágenes que dejan ahora su lugar a la sublime realidad del «Verbo que se ha hecho carne», la llegada anhelada del Emmanuel, Dios con nosotros. Un zorro famélico que por allí merodeaba buscando una perdiz para su cena, al pasar cerca del portal y escuchar más alboroto que en un gallinero, se acercó curioso y exclamó admirado, al constatar que todos los hogares de Belén le habían cerrado la puerta: ¡Qué cosa más asombrosa es esta! ¡que las raposas tengamos madrigueras confortables y el Hijo del Hombre no tenga dónde apoyar su cabeza!

Con los ángeles, los pastores y también con los Reyes Magos venid hasta la Casa del Pan —que esto quiere decir Belén— porque hoy su cuna es un altar: acercaos a comulgar al Verbo que se hizo carne bajo las apariencias de pan. Preparad vuestro corazón como San José preparó el portal, humilde y despojado de todo, pobre y sencillo a la vez, para recibirle en cuerpo y sangre, alma y divinidad; recibidlo como lo recibió allí el Santo Patriarca. Ofrecedle vuestra nada para que Él la colme con su todo, y como nos enseñó David, poned a sus pies vuestro corazón contrito y humillado y no lo despreciará (7). Por vuestra hambre y sed de justicia, por vuestra humildad, se colmarán de bienes vuestras almas, que serán como ese portal que alberga en esta Navidad a Nuestro Sumo Bien (8).

Venid, pelayos, hasta este pesebre humilde, el único recinto que no cerró las puertas al Divino Despreciado. En medio de la noche fría parece que las estrellas suspiran por titilar más cerquita de la cuna, como aquella estrella privilegiada que llegó con el cortejo regio de Oriente, y los luceros quieren bajar de la bóveda oscura del firmamento. Los pastores acudieron con sus rebaños de ovejas y los tañidos de sus esquilas y cencerros fueron las primeras campanas que nos llamaron para que acudamos prestos a adorarle en los Sagrarios. Con las ramas secas del monte, los pastores han encendido una fogata, las brasas calientan las manos ateridas y en las viejas alpargatas, unos pies helados. Las llamas dibujan pinceladas fugaces de luz en los rostros felices y atónitos de los pastores cuyas manos callosas ―tan acostumbradas a agarrar los corderitos de sus rebaños― eran lentas y torpes, por la emoción, para agarrar al Cordero de Dios que la Virgen María ponía en sus brazos. Un zagal, abrigado con su zamarra pelliza, puso ascuas en un brasero sobre el que se quemaban ramitas de tomillo y romero: fue aquel el primer turíbulo que rindió homenaje a un Dios de verdad, verdadero. Al ritmo de la brisa, luces y sombras danzan, perfilando siluetas sobre las humildes paredes de barro y paja del portal. Acaba de ser encendida la primera lámpara que indica la divina presencia en el primer sagrario de la Cristiandad.

Ese pesebre es también un trono y un altar; prestad atención y oiréis cómo el Verbo se expresa en el silencio y ―cuando los villancicos angélicos lleguen a su fin, en medio del silencio de la noche, los pasos sigilosos de los pastores sobre la nieve mullida, el quejido del viento entre las rendijas —aunque trata de frenar su ímpetu para no despertar al Niño, todavía hace ruido en las ramas al barrer las hojas secas de un otoño pasado—, escuchad el rumiar pausado del buey cansino y el crujir de las pajas bajo los cascos del burro y esos resoplidos, vahídos tibios que quieren impedir que la helada de la noche deje al Niño aterido de frío.

A pesar de todas las precauciones, aunque es de noche, el murciélago que dormía en los entresijos del portal ha salido volando para avisar con estridentes chistidos a reptiles y batracios del portento del que acaban de ser testigos sus ojos atónitos. Ya la lechuza ha ido advirtiendo a todos los demás pájaros de Belén y allí se arma una algarabía de cantos de jilgueros y calandrias, mirlos y zorzales. Las aves migratorias que hacían escala en aquellas mesetas vinieron a una, ¡quedaron estupefactas! y entusiasmadas; llevarán muy pronto la buena nueva a latitudes lejanas. Pelayos, sobre todo, escucharéis los gemidos inenarrables con los que el Verbo de Dios expresa una inefable oración, manifestando infantiles demandas a su Madre virginal, cuyo regazo será la cátedra desde la cual nos impartirá la primera lección como Maestro: total abandono, confianza sin límites, en su Madre siempre Virgen. Por eso como Él nos enseñó: rezad, gemid, llorad, pedid siempre y todo a Ella, también Madre Nuestra, la Virgen María.

Pelayos ¡Muy feliz Navidad! — El Verbo se ha hecho carne, y habitó entre nosotros.

  1. II Cor, 5-14- «Porque el amor de Cristo nos apremia».
  2. Lc. VII, 23 23 «¡Y feliz aquel para quien Yo no sea motivo de escándalo!».
  3. Lc. XV,4-7 «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla. Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”.  Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse». 
  4. Jn. X-16- «Tengo, además, otras ovejas que no son de este corral y a las que debo también conducir: ellas oirán mi voz, y así habrá un solo rebaño y un solo Pastor».
  5. Mt.XXV 32-33- «Todas las naciones serán reunidas en su presencia, y él separará a unos de otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos, y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda».
  6. Zac. 9, 10 – «Romperá los arcos guerreros, dictará la paz a las naciones; dominará de mar a mar, del gran río al confín de la tierra».
  7. Ps. 51, 19 – «… Mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado».
  8. Lc. I 52 – «Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías».

Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas y Capellán Real.