«El Carnero» o la costilla de Adán (y II)

«Paseo del Agua Nueva», litografía de Ramón Torres Méndez

Fundada Santa Fe, nacida al mismo tiempo la cristiandad en Nueva Granada; y con ella la aparición de la culpa causada por el pecado. Y así Freyle dedica lúcidas páginas al acontecer común de este nuevo Reino, relatando la fundación de la Real Audiencia de Santa Fe y la posterior fundación de la arquidiócesis santafereña. Freyle conoce las heroicas historias de otras conquistas americanas, mas sabe que no puede dar constancia de las mismas en su patria, aunque sí constancia sobre la existencia cristiana, porque no hay Real Audiencia ni pío Arzobispado que evite el pecado. Freyle relata sobre quienes en la vida privada mal se comportan, porque relatar aquello es un ejercicio de recta conciencia: «no se ha de entender aquí los que escriben libros de caballerías, sacadineros, sino historias auténticas y verdaderas, pues no perdonan a papas, emperadores y reyes, y a los demás potentados del mundo; tienen por guía la verdad, llevándola siempre». La llegada del cristianismo a América implicó la evidencia de la propia condición humana, en cuanto se demostró la inevitable necesidad de contener en la comunidad de hombres su medio de salvación, pero también del pecado. Freyle da noticia de las primeras historias de impropios amoríos por medio de la conocida Inés de Hinojosa, así como la rivalidad que existiría entre los oidores y demás miembros de la Real Audiencia de Santa Fe, que ambicionaban obtener la gloria miserable del poder, mientras luchaban por resistir a las amonestaciones del poder espiritual, que encarnaba el gobierno episcopal, especialmente bajo monseñor de los Barrios, quien fue primer arzobispo de Santa Fe.

La crónica de Freyle nos enseña, pues, el inevitable destino de aquellos que, como Adán, prueban la vida lejos de lo que comprenden como su lugar de nacimiento, descubriendo su falibilidad y aprendiendo dolosamente que toda fechoría será castigada, por atentar contra el propósito natural del género humano. Sabiamente insiste Freyle en que las historias de la Nueva Granada no contienen excepcionales anécdotas, sino pruebas de la naturaleza imitadora del ser creado, que nunca podrá librarse de su origen, y está destinado a repetirlo. Nunca habrá abandono de la naturaleza y lo que el hombre ha construido a lo largo de su historia, por lo que no sorprende tampoco que Freyle recuerde al lector, que las andanzas españolas en este Nuevo Mundo no son más que ecos de imperios y ambiciones pasados, sentenciando que «ninguna monarquía del mundo, aunque se haya deshecho, no ha quedado tan destituida que no haya quedado algún rastro de ella». Pues en Santa Fe y aledañas ciudades así ha sido, ya que los relatos de Freyle sólo demuestran que el hombre nunca se ha de desprender del pecado original, de su incompletitud, de su ambición por los dulces amargos del poder, de la lujuria y demás pecados que, al final, sólo hacen que contemplen su falta de gracia y perdición si no han de ver en Nuestro Señor Jesucristo la salvación. «El Carnero» es, pues, un recuerdo de que la gloria de las Españas no está enquistada en memorables conquistas ni en riquezas inacabables; en realidad su gloria está en haber expandido por el mundo la fortísima sentencia de que todo hombre y toda creación es una creación de Dios y que, por lo tanto, el propósito del hombre está en alabarle y glorificarle por la eternidad, luchando contra su propia falibilidad y pequeñez.

Espero que este comentario sea tomado como una feliz invitación a leer «El Carnero», la primera creación literaria del Nuevo Reino de Granada, y el mejor recordatorio de que, como amonesta el mismo Freyle «el hombre se dice mucho menor, porque todo lo que se halla en el mundo mayor se halla en él, aunque con forma más breve, porque en él se halla ser».

Nicolás Ordóñez y Reyes, Círculo Santa Fe (Bogotá)