Elle

Alicia en la merienda del Sombrerero loco

No dejo de sorprenderme a mí mismo con mi inquebrantable bonhomía respecto de mis más acérrimas némesis políticas e intelectuales. Hace dos semanas reincidía en mi apologia pro Carmine Calvo y hoy, en un alarde de generosidad sin precedentes (y que tampoco servirá de tal), estoy dispuesto a decir unas palabras en favor de Irene Montero y de su departamento ministerial. Porque, quién me lo iba a decir a mí: estamos de acuerdo en algo; y ese algo es una batalla estético-lingüística; y esa batalla estético-lingüística la creía yo perdida desde hace décadas.

Resulta que el Ministerio de Igualdad y Gildo García-Vao podrían llegar a colaborar estrechamente en un singular ejercicio de arqueología lingüística de la más mínima importancia. Resulta que en muchas alocuciones, discursos, intervenciones parlamentarias, circulares internas, recomendaciones, libros de texto, proyectos de ley  y proposiciones de cosas diversas, el departamento de Montero ha rescatado una vieja lucha mía y quizá de algún otro excéntrico más: la apología de la Elle.

Que sí, que sí. Yo recuerdo que en mi más tierna infancia (también, por tanto, durante una parte nada desdeñable de la vida de muchos de mis lectores), el alfabeto de la lengua española tenía 24 y no 22 letras. (Y de momento sigue teniendo 22 y no 21, pero no creo yo que tarden mucho los paladines del mundialismo en querer arrebatarnos nuestra Ñ). Yo recuerdo perfectamente, aunque era muy crío, que después de la C venía la CH (che, que para millones de españoles durante siglos era ante todo una letra y no un señor despreciable); y, después de la L, la LL (elle, que en buen y fino castellano se pronuncia de manera diferente a Y ante vocal). Y sé que no es una alucinación provocada por una indigestión de pies quebrados manriqueños, porque en mi Diccionario de la Real Academia Española, edición de 1970 durante el «reinado» de D. Dámaso Alonso, si Vd. busca la palabra champiñón, no la encontrará después de ceutí, en la letra C, sino en la letra CH, que viene justo después. De manera semejante, no hallará Vd. llantén ni remotamente cerca de liza, sino bajo epígrafes diferentes.

Yo no sé, la verdad, ni por quién, ni cómo ni por qué se suprimieron ambas letras de nuestro alfabeto y del ilustre Diccionario. Sólo sé que no fue siempre así, que señores de la autoridad lingüística de Gerardo Diego, Lapesa Melgar, Lázaro Carreter et al. no consideraron pertinente reducir el estatuto ontológico de LL y CH a meras consonantes yuxtapuestas. Y sé que la cosa tuvo lugar, como quien dice, anteayer. Así que es, cronológicamente hablando, al menos, una modernez. Una posmodernez, incluso.

Imagínense mi alegría cuando descubrí que Montero y su corte reivindican la elle. Elle por aquí, elle por allá… ¡Qué bello y verdadero acto de rebeldía contra la globalización homogeneizadora (también de las lenguas) reclamar el derecho a nuestra propia tradición alfabética! No entiendo muy bien por qué limitarse a la LL y abandonar la CH a su triste sino, pero quizá sea una estrategia política. Conviene ser prudentes y no exigir todo de una vez.

Ya me veía yo, llorando calladas lágrimas tras tan terrible tardanza, charlando y cuchicheando en llevadera cháchara con la Sra. Ministra, ultimando los detalles para la restitución de la plena ciudadanía alfabética de nuestra querida ex Letra LL y, estando en estas razones, dormíme y soñéme y mis inconscientes fantasías, ¡ay! me despertaron luego a la cruda realidad.

Es muy cierto aquello de que el sueño de la razón produce monstruos. Empero, yo siempre he preferido formular ambas partes de la oración en plural: los sueños de la razón producen monstruos. El sueño, porque si la razón duerme, nos gobernarán potencias del alma mucho menos dignas de ejercer tan alta soberanía. Y los sueños, porque las quimeras, las utopías, todas aquellas veces en que la razón se cree lo que no es y sobrepasa los límites que la Naturaleza le ha impuesto, los problemas que ocasiona no son menores. Los monstruos de la irracionalidad no son menos terroríficos que los de la superracionalidad.

Soñaba, digo, que cual otra infeliz e inocente Alicia, dirigía yo mis pasos, calle Alcalá arriba, hacia la sede del Ministerio, invitado por los las sus próceres para discutir la cuestión de mi apoyo incondicional y periodístico a la Empresa de la Elle. Llegaba yo a la Sala de Juntas, inmortalizada ya para lo que quede de porvenir por esa «fiesta post-bebé» que le hicieron a Irene Montero y que nos retransmitieron a todos los ciudadanos. Allí estaban todas, que no nombraré por no contaminar estas santas páginas de La Esperanza. Y entonces, como si me despertara de un dulce y plácido sueño, en mi sueño soñé que me empezaban a hablar de pronombres y no de letras. De géneros —¡de tres!— y no de letras, 24. Soñéme tan perdido como Alicia en la Merienda del Sombrerero Loco. Sólo que sin Sombrerero, claro, tales son los estragos que hasta en las mejores familias ha causado la terrible epidemia (mucho más letal que el Covid, al menos para las buenas costumbres) del sinsombrerismo.

Fiesta en el Ministerio. Composición: Vozpópuli

Las invitadas de aquella mesa, presidida por la Liebre del 8 de Marzo, comenzaron luego a hablarme de identidades de género no binarias, en lugar de letras simplemente binadas. Y entonces, soñéme señalando mi supina ignorancia, como cuando Alicia reconoce no saber lo que es un No-cumpleaños:

«– ¡No sabe lo que es una identidad de género no binaria!

–¡Qué tonto! »

Y entonces me desperté llorando, ésta vez de verdad. Y comprendí que Elle no era una señora letra. De hecho, tampoco era señora alguna. Ni señor. De hecho, no sé lo que es.

La irracionalidad y el exceso de racionalidad son peligrosos. Y particularmente catastróficos cuando actúan de consuno. Es decir, como en nuestra posmodernidad ambiente que, partiendo de principios sentimentales (o fisiológicos) pretende (re)fundar la realidad con construcciones perfectamente idealistas, perfectamente desligadas de las cosas en cuanto tales. El movimiento Trans no es solamente un arrebato pasional, emocional, libidinoso de ciertas personas, ya aquejadas de patologías psiquiátricas, ya simplemente malvadas. Es, también, y eso es lo realmente preocupante un esfuerzo intelectual por justificar lo injustificable; por legitimar el absurdo; por refundar el mundo contra el mundo y contra la naturaleza de las cosas. Es más absurdo, mucho más absurdo que reivindicar la LL y la aposición de pronombres al final de los verbos. Es la ridícula pretensión, la tarada pretensión, de no contentarse con cumplir años una vez al año, para poder holgar y festejar siempre que a uno le venga en gana.

Pues seremos tontos, pero no queremos ni saber lo que es un No-Cumpleaños.

G. García Vao