Rufianes muy poco hispánicos

¿Qué varón perdido y contumaz puede reprochar nada a esas mujeres perdidas?

En la caridad descansa la perfección de las demás virtudes. Ser caritativo en esta época escandalosa enfrenta dos peligros.

El primero es caer en un indiferentismo o, peor, en bendecir parte del desenfreno de nuestra época. El segundo implica creer que ciertos pecadores están ya condenados o, aún peor, que carecen por naturaleza de capacidad para ser virtuosos.

Notemos que estos dos extremos parecen enfrentarse a los escándalos, pero ambos son también escandalosos. No atajan de ningún modo la falta de modestia, la exposición impúdica de los cuerpos, las dinámicas descarnadas de un mercado libidinoso que abruma nuestras sociedades.

Al contrario, son posturas que, si no colaboran soterradamente a ese orden de cosas, dificultan que se enfrente de modo cristiano: con la pureza, la humildad, la honestidad, los devotos sacrificios, el dulzor del buen consejo cuando es oportuno, la reprobación de los actos injustos bien esgrimida. Armas piadosas que siempre tuvo el caballero español de a pie.

En nuestro tiempo la actitud de las mujeres deja mucho que desear, al igual que la de los varones. El alboroto femenino parece haber adoptado modos más exhibicionistas, que llevan al sonrojo. Sin embargo, esto ha animado a algunos hombres a una reacción mal proporcionada y peor encarrilada, si es que busca paliar estos males.

Lo que en EE.UU. ha sido llamado MGTOW, en la Península española ha hallado alguna turba de trasterrados ideológicos. Toman a las mujeres más extraviadas como ejemplo del sexo femenino, sugieren que las más perdidas condensan la esencia de la femineidad. ¿Sus atributos naturales? La traición, la codicia por los hombres poderosos y la debilidad por los maleantes.

Siempre me pareció curioso cómo estos individuos, mientras llenan sus cuentas sociales con coletillas como «TDS PTS» o «simp», luego halagan a hombres que tratan como carnaza a esas pobres perdidas. No faltan casos en que alguno de sus cabecillas se echa flores, y destripa ante su audiencia cómo trató como un trapo a ésta o aquélla muchacha progresista. Los simps del alfa le jalean.

En este retrato vemos cómo lo peor de esta tendencia no es su amaneramiento yanqui. Sino que cae en esos dos peligros que debe enfrentar el varón caritativo, todo aquel que busque paliar este desorden concupiscente.

Por un lado, se sepulta sin remisión a una parte de los que participan en lo que puede llamarse con propiedad mercado o zoco sexual. Pero sólo a una parte, que resulta chivo expiatorio de todos los desenfrenos. Porque por el otro lado alaba el escándalo de los varones, o al menos de algunos de ellos, que tratan como escoria a las mujeres perdidas y lo hacen orgullosamente.

¿Qué varón perdido y contumaz puede reprochar nada a esas mujeres perdidas? Esos actos no acaban con este estado de cosas: lo alimentan.

Roberto Moreno, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo

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