Al Usurpador Alfonso no debió gustarle la forma en que su Presidente Moret gestionó el asunto del atentado que él y su esposa Victoria sufrieron el día de su boda el 31 de Mayo de 1906 a manos del anarquista Mateo Morral, cuya bomba causó más de una veintena de muertos y decenas de heridos. Fue sustituido en Julio por el General López Domínguez, quien encabezó un nuevo Gabinete compuesto por el sector más avanzado del Partido Liberal, que inició sin tapujos una política anticatólica aún más sectaria, pretendiendo emular la que paralelamente venían implementando sus congéneres ultrapirenaicos de la III República «francesa».
Una de las nuevas medidas adoptadas fue la presentación en Octubre de un Proyecto de «Ley de Asociaciones» atentatorio en general contra el derecho natural de asociación, y en especial contra las comunidades religiosas y todo tipo de asociaciones de acción católica originadas y patrocinadas por la Iglesia. Hubo reacciones pastorales de varios Prelados españoles, que fueron secundadas por los movimientos católicos en forma de recursos judiciales, manifestaciones públicas y mítines de protesta contra la política del Gobierno. Pero, en contrapartida, la chusma callejera contraatacaba también tratando de neutralizar con el terror toda esta cristiana reacción social. Señala Melchor Ferrer, en el Tomo 28.I (1959) de su Historia, que «fue cundiendo en el ambiente de la calle la lucha entre católicos y anticlericales. El carlismo, único partido de derechas [sic] que cuenta con masas, entra en primera línea».
En efecto, en el seno del legitimismo es sobre todo Vázquez de Mella –dentro del contexto de lo que el historiador Juan Ramón de Andrés, en su libro El cisma mellista (2000), bajo el nombre de «proyecto mellista», definía como «especial práctica política de tipo posibilista»– quien favorece y promueve estas concentraciones masivas en las que, bajo el calificativo genérico de «mitin católico», se reunía con oradores de diversas facciones derechistas con las que les unía poco más que una común oposición coyuntural al Ejecutivo; si bien eran las bases carlistas las únicas que tenían que salir siempre a hacer frente en la calle a las turbas terroristas que trataban casi todas las veces de intimidar y reventar dichas manifestaciones programadas, con especial virulencia en Cataluña. Aunque la protesta social consiguió que cayera el Gobierno de López Domínguez en noviembre, éste fue reemplazado por otro liderado por Antonio Aguilar y Correa que continuó la misma política y mantuvo el Proyecto; por lo que persistió la oposición católica popular, al tiempo que también se iban recrudeciendo, tanto los ataques contra personalidades e instituciones eclesiales, como los enfrentamientos urbanos con las hordas asesinas, hasta llegar al punto culminante del encuentro católico celebrado el 20 de enero de 1907 en la Plaza de Toros de las Arenas en Barcelona, en el que intervino Mella junto a representantes del regionalismo catalanista y del ultramontanismo catolicista.
A la salida del mismo, las bandadas de la organización «Jóvenes Bárbaros» del Partido Radical de A. Lerroux, parapetadas en unos montículos de arena, dispararon contra los católicos. Pero el carlista Batallón de la Juventud de Barcelona contestó al tiroteo, causándoles varias bajas y obligándoles a refugiarse en la Casa del Pueblo, donde la cosa no fue a más por la interposición de la Policía y la Guardia Civil, que en toda la contienda ampararon a los radicales. La jornada acabó con la explosión de una bomba en la Rambla de Canaletas. «En la refriega –relata una nota previa al discurso de Mella reproducido en Discursos Parlamentarios. Tomo II (1927)– se distinguió notablemente D. Jaime, que, en el centro de la plaza, al lado de las banderas de la Juventud carlista, asistió disfrazado [con sombrero cordobés y capa madrileña] al mitin. Al salir fue de los primeros que, revólver en mano, acometieron a la turba, subiendo los montículos de arena cuando se interpuso la Policía. En la calle de Borrell acometió audazmente a los grupos de la canalla, descargando todas las cápsulas de su revólver».
El entonces Príncipe de Asturias encontró en el suelo de la Gran Vía a un carlista herido, Martín Camarasa, al que condujo en un coche de punto a la Casa de Socorro de la calle Sepúlveda. Testimonio directo de este último suceso es la carta, fechada dos días después, que D. Jaime envió al carlista pamplonés Quinciano Lazaga, empleado del Cine Belio-Graff, a donde se había acercado el Príncipe tras el choque con los revolucionarios. Aparece reproducida en el Tomo 28.II de la Historia de Ferrer, y dice así: «Querido Lazaga. Te mando mi fotografía en recuerdo de nuestra conversación del Domingo pasado. Si averiguas el nombre del carlista herido que llevé a la Casa de Socorro después de los tiros de la salida del meeting, házmelo saber y dime en qué situación se encuentra y si le puedo ayudar en algo; di a todos los que encuentres que han sufrido del salvaje y cobarde ataque, que les felicito por su comportamiento ante la agresión de los anarquistas, dignos defensores del Gobierno liberal. Otra fotografía va incluida para tu compañero; siento no saber su nombre. Dios te guarde muchos años, así como te desea tu afectísimo, JAIME. Ps. Te mando este billetito para tus hijos». Cinco días después del «mitin de las Arenas», el Gobierno retiró el Proyecto y dimitió.
Félix M.ª Martín Antoniano
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