El dinero y el sistema de precios (I)

riqueza real, con la cual me refiero a las cosas que el dinero compra: ropa, casas, coches de motor

C. H. Douglas hablando ante un micrófono, en Nueva Gales del Sur (Australia), el 29 de enero de 1934

Publicaremos en días sucesivos el texto de un discurso pronunciado por C. H. Douglas en Oslo, el 14 de febrero de 1935, a S. M. el Rey de Noruega, S. E. el Ministro Británico, el Presidente y Miembros del Oslo Handelsstands Forening (Club de Comerciantes).

***

Su Majestad, Sr. Presidente, Miembros e Invitados del Oslo Handelsstands Forening:

¿Podría primero que todo darles las gracias por su muy amable recibimiento de esta noche, y, al mismo tiempo, tomar esta oportunidad para agradecerle a Noruega –en la medida en que la he conocido– por el excepcionalmente amable recibimiento que me ha dado? Si algo pudiese añadir al sentido de responsabilidad que tengo al hablar delante de tan distinguida audiencia, sería la necesidad de devolver esa amabilidad no diciéndoles nada en lo que, en todo caso, no crea yo mismo.

Ahora hay, por supuesto, en el mundo una gran cantidad de discusión en relación a lo que llamaremos la crisis, las cuestiones de desempleo, la depresión económica, y otros nombres que damos a nuestro presente estado de cosas. Me da la sensación, habiendo estado en estrecho contacto con esta materia durante los últimos catorce o quince años, que una gran parte de la falta de entendimiento que rodea a las varias propuestas realizadas para tratar esta crisis surge de una falta de familiaridad con el sistema actual, y, más particularmente, con el sistema monetario bajo el cual vivimos hoy en día. Estoy seguro de que las objeciones presentadas a ciertas propuestas de remedio, son objeciones honestas; pero que éstas se basan, no tanto en algo que se contenga en esas propuestas, sino en una honesta falta de entendimiento de lo que realmente ocurre en el mundo hoy día. Por tanto, voy a pedirles que tengan paciencia conmigo mientras recorro ciertos rasgos del presente estado de cosas y de los malentendidos que están conectados con él.

Se dice que allí donde se reúnen seis economistas, hay siete opiniones distintas. Ésta es, en alguna medida, la situación, pienso yo, por todo el mundo. La única alternativa a aceptar que eso es así, sería asumir que nueve de cada diez personas son deshonestas: asunción que yo, ciertamente, no estoy dispuesto a aceptar. La situación se complica con un gran número de frases –no sé si ustedes las tienen en noruego, pero nosotros sí las tenemos en inglés– que son engañosas. Por ejemplo, nosotros oímos –u oíamos en los felices días de antaño– que, digamos, el Sr. Jones estaba «realizando dinero». El Sr. Jones era un zapatero o un cervecero o algo por el estilo, o un fabricante de coches de motor.

Ahora bien, lo primero, pienso yo, que tenemos que reconocer –algo que es del todo incontestable–, es que sólo hay tres clases de gente en el mundo que realice dinero, en el sentido literal de la palabra. En Gran Bretaña, por ejemplo, existe el Maestro de la Casa de la Moneda de Su Majestad, que realiza monedas de metal, y, después de una larga y honorable carrera, generalmente obtiene un pequeño trozo de cinta roja –una Comendadoría de la Orden del Baño– y un buen salario. Existe el caballero que monta una pequeña planta propia y, o bien realiza monedas falsificadas, o bien compone firmas muy delicadamente ejecutadas sobre trozos de papel especial. Él «realiza» dinero, pero obtiene como recompensa quince años de prisión. Existe un tercero que, en relación con esta materia, pasa mucho menos advertido y está mucho más retirado, y éste es el banquero, y es él –en el sentido literal de la palabra– quien realiza más del 90 por ciento del dinero actual que usamos. Cuando digo que «lo realiza», quiero decir exactamente lo que estoy diciendo: él lo realiza exactamente en el mismo sentido en que el ladrillero realiza ladrillos, y no en el sentido en que el Sr. Jones realiza dinero. El Sr. Jones solamente lo obtiene de algún otro; pero el banquero lo realiza.

El método mediante el cual el banquero realiza dinero es ingenioso, y consiste muy en gran parte en contabilidad. Realmente no existe, pienso yo, en los círculos bien informados, discusión alguna en relación a esta misma materia. Los Presidentes de algunos de los grandes bancos ingleses todavía niegan que los banqueros realicen dinero en el sentido al que me refiero, aunque no pienso que alguien les preste mucha atención. La «Enciclopedia Británica» –que mucha gente acepta como una autoridad bastante sana y respetable– afirma que «los banqueros crean el medio de pago de la nada». El Presidente del Midland Bank, el Muy Honorable Reginald McKenna, puso esta cuestión de la forma más breve que pienso yo se puede poner cuando dijo que todo préstamo bancario crea un depósito, y la devolución de todo préstamo bancario destruye un depósito; la adquisición de un título-valor por un banco crea un depósito, y la venta de un título-valor por un banco destruye un depósito.

Ahí tienen, en la más corta extensión posible, una declaración absolutamente innegable acerca de dónde viene el dinero. Todas las transacciones dinerarias –sin las cuales, bajo las condiciones modernas, nadie de nosotros podría existir–, a excepción (en todo caso, en Gran Bretaña) del 0,7 al 1 por ciento (o más del 99 por ciento), son en forma de «crédito bancario», el cual actualmente es fabricado por el sistema bancario y es reivindicado por el sistema bancario como propiedad suya. Esto es innegable ya que el sistema bancario presta este dinero (no lo da): estado de cosas que será aceptado por cualquiera como prueba suficiente de un derecho de propiedad.

Enfrente de esto, tenemos al fabricante de riqueza real, con la cual me refiero a las cosas que el dinero compra: ropa, casas, coches de motor; las cosas que hacen subir el estándar físico de vida, y bordan nuestra civilización. Nos damos cuenta, supongo, sin haberlo enfatizado demasiado, que la posesión de dinero es un título sobre la riqueza real: algunos de nosotros que no han entrado en estas materias durante mucho tiempo, todavía están hipnotizados pensando que el dinero es riqueza real. Estoy seguro, en una audiencia de este calibre, que no es necesario enfatizar esto: el dinero no es riqueza real. Es un título sobre riqueza real. Ahora bien, la economía clásica se basa incuestionablemente, en mi opinión, en una economía de «trueque», y es en esto en donde la economía clásica se separa de lo que estamos empezando a llamar la economía nueva y –en mi opinión– real.

(Continuará)

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