El Magisterio de la Iglesia y el naturalismo económico (VIII)

EL HOMO OECONOMICUS, ESE SUJETO FICTICIO QUE SOLAMENTE ES CAPAZ DE PERSEGUIR SU UTILIDAD INDIVIDUAL, ES RACIONALISTA (NO RACIONAL)

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La cruda pregunta que cabe hacerse tras lo expuesto en las entregas anteriores de esta serie es la siguiente: ¿hay argumentos para considerar que la economía moderna considera la interacción entre hombres como si éstos fuesen irracionales?

La respuesta amerita algunos matices. Aparentemente, es negativa si consideramos las teorías del liberalismo clásico, acerca de que las decisiones económicas de los operadores económicos son «plenamente racionales», y eso justifica la existencia de leyes inmutables como la de la oferta y la demanda. Por ejemplo, que a mayor precio todo consumidor, en base a su racionalidad, decide consumir menos, y el productor, producir más. Y como ésta, infinidad de «leyes» que, por cierto, la realidad económica más reciente se ha encargado de derogar. Pero, por otro lado, hemos visto cómo los adalides del pensamiento económico moderno instan a seguir las inclinaciones supuestamente «naturales»[1] del hombre de modo espontáneo, lo cual nos aleja del carácter racional del hombre y lo aproxima a la condición de un mero engranaje de la naturaleza.

A mi juicio, la aparente contradicción se resuelve con la indistinción que subyace entre razón e intelecto. También debe tenerse en cuenta la distinción entre razón y racionalismo. El homo oeconomicus, ese sujeto ficticio que solamente es capaz de perseguir su utilidad individual, es racionalista (no racional); y lo es por referencia a un constructo supuestamente instintivo, como es la búsqueda de la ganancia personal, pero que realmente es ideológico, es decir, racionalista; constructo que la ley positiva debe proteger dejando de lado lo que va más allá, que es considerado pura «benevolencia».

Y además, su razón no bebe del intelecto, es decir, de la lectura del interior de las cosas, sino de una especie de tendencia innata al auto-beneficio, que es la brújula que sustituye al intelecto y la razón para mover la voluntad. Por tanto, se trata de un racionalismo determinista, que acaba por negar la libertad, tal como han ido reconociendo de manera más o menos explícita sus ideólogos.

Gonzalo J. Cabrera, Círculo Cultural Alberto Ruiz de Galarreta (Valencia)

 

[1] Sintagma que, por supuesto, nada tiene que ver con las inclinaciones naturales procedentes de la tradición greco-católica, que trascienden la animalidad y se extienden a la vida en sociedad y la perfección moral, en aras a la bienaventuranza divina. He aquí un ejemplo de la confusión nominalista que genera, en no pocos católicos, la jerga liberal.

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