Desde la perspectiva de la política católica, que es la que nos interesa, y partiendo del hecho de que nuestros escritos sobre el ahora expresidente Castillo han resultado ser bastante premonitorios, vamos a analizar la inauguración de la presidencia de Dina Boluarte.
De entrada, un buen observador habrá notado cómo en su discurso la presidente Dina se ha lavado las manos en cuanto a su rol en el gobierno de Pedro Castillo, asignándole a este último las diferentes responsabilidades, y, a la vez, olvidando interesadamente el rol que ella tuvo durante el breve régimen de su antiguo jefe. De esta manera Boluarte procura el apaciguamiento de los elementos más enconados contra ella: ha pedido públicamente perdón a los manifestantes por los choques violentos que se sucedieron a comienzos del año —esta es una situación casi calcada de una reyerta entre mencheviques o bolcheviques — y ha ignorado adrede que las fuerzas del orden contenían la violencia abundante de esos elementos sin que se haya transmitido un verdadero mensaje conciliatorio.
Cabe recordar que los que siguen pidiendo libertad para el defenestrado mandatario, viven en la ironía de que los antiguos apoyos de Castillo ahora han forjado un pacto —igual de rastrero que los que le traicionaron y están al gobierno— con las fuerzas del actual movimiento de Keiko Fujimori; y esto a pesar de la mayor «integridad» «ideológica» de la bancada de Keiko. Esta estrategia prima debido a meros intereses temporales debido a su fracaso en el intento de tomar la capital durante los sucesos de enero.
La segunda parte del discurso de Boluarte fueron las clásicas promesas y aclaraciones, aunque en la mitad de este, incluyeron la mención más interesante. Cuando se refirió a la seguridad y justicia frente al crimen organizado incluyó una frase del célebre doctor Ugarte del Pino referente a los retos modernos que los jueces tienen que afrontar. Dejemos de lado la certeza de la frase, pero no es por ello menos sorpresivo tal mención, pues a pesar de ser accesoria, proviene de un célebre jurista de nuestra patria.
Dejando de lado el rumor —confirmado con ciertos indicios— de que nuestra presidente copió partes de un discurso del expresidente chileno Piñera, esto mostraría que la misma Dina es asesorada por intelectuales con intereses en mantenerla en el poder empleando para ello las clásicas peleas internas que nuestra historia son una triste constante desde la implantación de la república.
Estas actitudes son la perfecta condensación de lo que llamaríamos la actitud de conservar una revolución. Dina es encarnación del espíritu girondino de la llamada izquierda caviar frente a las olas jacobinas, posiblemente tolerada por la famosa obsesión del mal menor que también engatusa a las derechas liberalizadas, lo que se extiende incluso a algunas populares que están o tolerando a Dina o intentando aliarse con su peor enemigo —bajo un pacto político con cuestionables antecedentes en nuestra historia—contra la misma.
Se puede concluir esta nota afirmando que la barca chocó contra las olas, se abrió una fuerte grieta que logró ser cubierta, aunque el remiendo es de mala calidad y cuando venga otra tempestad su desprendimiento puede traer peores consecuencias.
Maximiliano Jacobo de la Cruz, Círculo Carlista Blas de Ostolaza
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