Mes de María. Día 5: la pasiflora

En Hispanoamérica se la llama maracuyá, pero los misioneros la bautizaron con el nombre de pasiflora

La pasiflora: vídeo

Este es el quinto día del mes de María, y en él celebramos la fiesta de San Pío V, quien llamara a la Cristiandad a rezar el santo rosario contra el avance del Islam, vencido finalmente en el Golfo de Lepanto por la Armada comandada por Don Juan de Austria, gracias a la intercesión de Nuestra Señora de las Victorias. Por esta razón, les invito en este día a rezar el Rosario a la Virgen Santísima, tal y como pidió San Pío V, ante el bárbaro y terrible avance del Islam sobre el Occidente decadente, que mira para otro lado mientras, en Oriente, ¡son tantos nuestros hermanos cristianos que, abandonados a su trágica suerte, están siendo martirizados! ¡Heroicos mártires contemporáneos, rogad por nosotros!

A San Pío V le debemos también la publicación de la encíclica Quo Primum Tempore, que estableció a perpetuidad el rito Tridentino de la Santa Misa. Y como la Santa Misa es el sacrificio de Cristo ofrecido, de manera incruenta, al Padre, mediante el cual se aplican a las almas los frutos de la Redención, quiero ofrecer con vosotros a la Santísima Virgen una flor que, en sí misma, es todo un catecismo gráfico del sacrificio de Nuestro Señor. En Hispanoamérica se la llama maracuyá, pero los misioneros que allí la descubrieron la bautizaron con el nombre de pasiflora, la flor de la pasión de Cristo. Así, con la flor en la mano, los misioneros enseñaron, uno a uno, los instrumentos de la pasión a sus catecúmenos.

Hay quienes tachan esta pedagogía de pueril y simplona, y prefieren instruirse con las páginas que tantos hombres con ínfulas de maestros escriben en gruesos cuadernos, antes que leer lo escrito por la sabiduría del Creador entre los pétalos de una flor. El divino Maestro dejó en sus parábolas muchas lecciones que los sabios, oyendo, no podían entender, pero que manifestaban a las claras sus divinos secretos a los más pequeños, los niños, los privilegiados de su amor.

Nuestro Redentor es, a la vez, nuestro Creador: así lo escribe San Pablo a los Romanos (Rom 1,20): «desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y divinidad, es conocido mediante las obras». Animados por San Pablo, contemplemos en esta preciosa flor, de la mano del misionero agustino Emanuel de Villegas, la admirable pasión del Señor. Encontraremos la corona de setenta y dos espinas en la corona de filamentos coloreados que circunda el ovario; los tres estigmas nos hablan de los tres clavos que se clavaron en sus pies y manos; los cinco estambres son las cinco llagas del Cuerpo Sagrado; los zarcillos representan los flagelos que hirieron al Señor atado a la columna; que el profesor de ciencias naturales llamará androginóforo. Los cinco pétalos y los cinco sépalos conforman el colegio apostólico, porque ni Judas ni San Pedro están, según me han dicho.

Fray Juan Bautista Ferrari, jardinero del papa Urbano VIII —además de sabio cultivado y erudito—, encuentra en la flor incluso la lanza y la esponja con la que dieron a beber hiel y vinagre a Jesús, y muestra su admiración por la forma del fruto, al que llama «el corazón de un Dios amador».  Por su parte, las hojas evocarían la lanza, y las máculas del envés de la hoja, las treinta monedas de plata.  El pequeño fruto del centro, que tiene en su interior unas semillas de tono rojizo, se asemeja a las heridas y a las gotas de sangre derramadas por Jesús. En el vigor con que las raíces buscan abrirse paso, el jardinero papal vio simbolizada la fe.

En Roma, en el año 1609, el papa Paulo V quedó impresionado por el tesoro espiritual encerrado en esa flor, que, en su admirable representación de la Pasión de Cristo, llega hasta el punto de aparecer ante nuestros ojos revestida del color litúrgico morado. El Sumo Pontífice observó con estupor que dicha flor aparecía en un cuadro de la Virgen del pintor flamenco Joos van Cleve ya en 1535, y desde entonces le pareció que había suficientes motivos para considerarla como «la flor de la cristiandad».

Muchos médicos recomiendan tomar, a quien se encuentre nervioso o inquieto, una tisana de pasiflora para recobrar la tranquilidad. El alma también tiene sus inquietudes: por eso, al asistir a Misa con fe y devoción, el alma encuentra mucha serenidad.

Si una flor tiene tanto contenido, ¿cuánto no tendrá el Inmaculado Corazón? Altar y patena: ¡sagrario de la Trinidad! Por tanto, hoy a sus pies deposito la flor que trajeron a España los misioneros de la Hispanidad, y que ahora es la flor de toda la Cristiandad.

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García Gallardo, Consiliario de las Juventudes Tradicionalistas

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