Mes de María. Día 8: la flor del ceibo

Del cielo bajaron gracias a raudales, celestiales caudales más grandes que el mismo Paraná

La flor del ceibo: vídeo

En este ocho de mayo del mes de las flores celebramos la fiesta de la Patrona de la Argentina, Nuestra Señora de Luján y a Ella corresponde ofrecerle la flor del ceibo, que es la flor nacional.

Corría el siglo XVII cuando del puerto de Buenos Aires venían unas carretas cargadas con mercancías que. paso a paso, día a día, llevarían su carga, y una caja misteriosa hasta Sumampa. Llegó la noche y antes de vadear el rio Luján, hicieron a sus orillas, el bivuac. Desensillados los fletes, que beben en la orilla el agua que corre, pura y sencilla. Poco a poco fue creciendo el fuego, primero con leña finita y luego leños más gruesos, y rápidamente danzan sus llamas con la oscuridad.  Sobre las brasas comienza a chirriar un cordero en el asador para matar el hambre; el mate de mano en mano va desalterando la sed y el cansancio,  mientras los bueyes pacían y otros echados no paraban de rumiar. Ya apareció el lucero y el chingolito anuncia «viento para mañana», cuando se van a dormir sobre los recados boyeros y capataces, encomiendan el sueño a la Cruz del Sur, que abarcando el infinito horizonte, único testigo en aquella pampeana soledad, vela el sueño de aquellos paisanos cansados de andar tantas leguas. Al albor de la madrugada, mientras las estrellas se apagan y empieza a brillar el rocío escarchado sobre el pajonal, están soplando sobre las brasas de fuego, que bajo un cojinillo de cenizas estaba dormido, se despierta brioso y la pava del mate comienza a cantar.  El boyero ya unció los bueyes al yugo, después de engrasar los ejes para que no le vayan a decir «abandonao» regresa al trote, famélico, a churrasquear.  El capaz da la orden de partida pero, hay una carreta  inmóvil, que no puede avanzar. Duplican los bueyes y tampoco la logran desatascar, hasta que se dan cuenta que una pequeña cajita es la que impide a la caravana seguir la huella. Al abrirla encuentran la estatua de la Virgen Inmaculada, que a su manera les está diciendo que ahí se quiere quedar. Allí mismo le hicieron una ermita y el negrito Manuel se quedó, porque la quiere cuidar. Manuel se queda con Ella, para qué arda siempre una vela iluminando un pobre y sencillo altar, entre aquellas humildes paredes de barro que el humo del sebo empieza a negrear,  bajo un techo de paja, al reparo de un ombú, en medio de la soledad, María Santísima se quiso quedar.

Ella se quiso quedar muy cerca de aquel lugar donde aprendí el valor divino de la Santa Misa y recibí la gracia sacerdotal. El trigo de aquellos trigales, fue eucaristía, el pan angelical para tantas almas famélicas de amor y de verdad. Allí ofrecí por vez primera el cáliz de nuestra salvación. En el cáliz, la Sangre de Cristo, fue para muchos redención y vida eterna. Del cielo bajaron gracias a raudales, celestiales caudales más grandes que el mismo Paraná, que riega ceibales de flores corales, el cáliz que abreva las almas sedientas de gracias desde el Bermejo a los Andes, de la tórrida Puna hasta el hielo austral, desde Las Malvinas hasta Pichi Mahuida.

El monaguillo hizo sonar la campana, y sobre el cáliz se realiza el milagro, el vino ya no es vino, ahora ya es la Sangre del rescate divino. Lentamente se elevan los brazos y suavemente se postran los Ángeles,  y llega hasta el cielo, pidiendo perdón al Eterno Padre el Cáliz de salvación. Es un milagro inaudito que en el tronco seco de un ceibo viejo plantado en un cerro, florezcan mil gotas de sangre. Hoy al celebrar el Santo Sacrificio de la Misa te ofrezco, mi Reina y Madre, racimos de flores divinas, cuajadas en el cáliz de mi ordenación. Señora de Caná, que ayer estabas inquieta por eso de que el vino comienza a faltar, danos sacerdotes sanos, sabios y santos, que hoy y mañana, como en aquel día de marital celebración, operen el milagro de la transubstanciación.

Administradora de la Sangre Divina, haz que en Argentina florezcan tus gracias, así como florecen los ceibales y todos tus hijos te ofrezcan rendidos un corazón argentino henchido de amor.

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García GallardoConsiliario de las Juventudes Tradicionalistas

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