Mes de María. Día 22: un ramo de olivo

Cuando el pecado original ahogó en nosotros la gracia, la única rama verde de esperanza que permaneció intacta fue la Inmaculada

Un ramo de olivo: vídeo

Hoy le llevaremos al Inmaculado Corazón de María, que es la razón de nuestra esperanza, un ramo de olivo; ese ramo de olivo que en su pico llevó una paloma hasta el arca de Noé. Es el ramo de esperanza para estos tiempos en que un diluvio de iniquidad sumerge a toda la humanidad. Cuando el pecado original ahogó en nosotros la gracia, la única rama verde de esperanza que permaneció intacta fue la Inmaculada. Ese olivo que, en el tronco viejo de la historia, siempre tiene brotes tiernos para cada generación.

San Juan nos mostró cómo, desde la cruz, Nuestro Señor nos entregó, junto a su vida, a su propia Madre; y por Nuestra Señora sabemos que, para estos tiempos, es voluntad del Padre darnos, con la devoción al Rosario y al Corazón Inmaculado, los dos últimos medios de salvación. Y como quien nos ha dado lo más, nos dará también lo menos, no dejará de prodigarnos las gracias que iluminen nuestra inteligencia y fortalezcan la voluntad, para así poder alcanzar al cielo; sin olvidar que, mientras estamos en este suelo, no nos faltarán las gracias necesarias y suficientes para no caer en tentación y poder alcanzar la victoria, venciendo en el combate de cada día, y así, llenos de méritos, gozar de aquello que ni ojo vio ni oído oyó, y Dios tiene preparado para aquellos que en Él esperan. Por esto para alcanzar nuestro fin, ponemos toda nuestra esperanza en estos dos providenciales medios.

San Pablo nos dice que Abraham esperó contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones (Rm.4,18). La esperanza de María Santísima la ha hecho madre de todos nosotros, y Ella, que siempre estuvo atenta a la voluntad de Dios, escuchará nuestras súplicas con verdadera atención.

El Corazón de María es el corazón de la Mujer fuerte, curtido en las tribulaciones más grandes. Cuando el Ángel le manifiesta su vocación, dejando de lado toda reticencia natural, se fía de aquella palabra: nada es imposible a Dios.  ¿Cómo pudiste aquel día, Esperanza mía, ir más allá, plus ultra, en tu vocación? Sencillamente poniendo mi esperanza en Dios.

Y, ante las dudas y el sufrimiento de vuestro fiel esposo, cuando sobre ti debía caer todo el peso de la ley (que se medía en piedras), viendo vuestra honra cuestionada, sin tener con quién hablar ni apoyarte siquiera en San José; ¿cómo hiciste María para superar la angustia de vuestra alma? Sencillamente poniendo mi esperanza en Dios.

Y, ante ese viaje bajo el frío del invierno y la más horrible de las frialdades: la de su parentela y vecinos de Belén; para dar a luz a Dios entre animales, ¿de dónde sacaba fuerzas tu Corazón? Sencillamente poniendo mi esperanza en Dios.

¡Cuánta turbación en tu Corazón al oír al anciano Simeón profetizar: este Niño está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción –¡y a ti misma una espada te atravesará el alma!– a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones»! (Lc.2,34-35) ¿Cómo pudo tu Corazón ¡Oh María! afrontar un futuro tan sombrío y poner al descubierto los perversos sentimientos que guardan los lobos con piel de oveja? Sencillamente poniendo mi esperanza en Dios.

¡Qué estremecimiento cuando algo tan absurdo podía ser real que a su niño inocente pudiera alguien querer hacerle mal! Herodes martiriza a todos por igual, y tu corazón de Madre se vuelve a estremecer hoy como ayer. Y debes huir a Egipto, incierto destino en el desierto, para vivir como extranjera, te miren como la desconfianza y aprensión con que se mira al desconocido ¿cómo pudiste sobrellevar tantas paradojas, iniquidades e injusticias? Sencillamente poniendo mi esperanza en Dios.

Cuando fuiste con tu Hijo a Jerusalén a cumplir con tu deber y por tres angustiosos días te quedaste si Él, a todos les preguntabas dónde le podías encontrar y nadie te sabía responder, ¿cómo pudo tu Corazón lleno de gracia sentirte vacía de Él? Sencillamente poniendo mi esperanza en Dios.

Cuando en las bodas de Caná tu Corazón de Madre solícita, con angustia vio la zozobra que embargaba a los esposos y sin imposición arbitraria ni exigencia reivindicatoria les expusiste a tu Hijo en una breve oración aquella situación: no tienen vino y a los siervos haced lo que El os diga. ¿Cómo se mantuvo firme ante la respuesta seca de Jesús? Sencillamente poniendo mi esperanza en Dios.

Al igual que Abraham, nuestro padre en la Fe, obedeciendo la voz del ángel, aceptó ofrecer a Isaac en sacrificio (Gén.XXII,1-13) Tú, Nuestra Madre en la Esperanza, aceptaste ofrecer el fruto bendito de tu vientre, el hijo de la Promesa, pero ésta vez de manera cuenta y cruel, sin que a impedirlo viniera ningún ángel, ni tu te interpusieras. ¿Cómo pudiste llegar al paroxismo del heroísmo? Sencillamente poniendo mi esperanza en Dios. Porque esperaba en Dios, que era poderoso para resucitarlo. ( Heb.XI,19)

Dice San Pablo: por de Él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por Él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo, que nos ha sido dado. (Rom. V,1-5)

Muchas de nuestras amarguras espirituales y sinsabores terrenales se debieron a que puse en el lugar, personas o instituciones equivocadas mi esperanza. Maldito el hombre , que confía en el hombre. Mi esperanza hoy la renuevo y la pongo en vos, que es la mejor manera de ponerla solo en Dios. Desengañado de mis vanas ilusiones, líbrame de los rencores y del espíritu de venganza, concédeme el don del desengaño. Aleja de mi alma el demonio de la desesperación, y cuando ante el mal presente, llegue la tentación de huir cobardemente ante la enormidad de mis pecados como Judas o ante una grave situación, esas crisis personales que en algún momento son espirituales, en otras veces físicas y corporales, y en otras oportunidades, económicas o sociales.

Madre de la santa esperanza (Eclo.XXIV,24).Tu vida es un acto continuo de ésta virtud, en un Dios que nunca te ha de abandonar y es tu Corazón el de una Madre que a sus hijos no cesa de esperar, estás junto a mi ahora y en la hora de mi muerte, se mi abogada. Enséñame a vivir sin emanciparme de la Providencia, que cada día nos da el pan y la gracia necesaria y suficiente para caminar en el desierto, así sean cuarenta años, rumbo a la Jerusalén Celestial, el maná de cada día nunca me ha de faltar. Enséñame a ser pequeño para vivir cada día sin autonomías adultas, dependiendo dócilmente de la Divina voluntad, y como niño entrar en el reino de Dios. Aprender de los lirios del campo y los pajarillos del cielo que le alaban sin cesar. Como el olivo después de largas sequias vuelve a brotar, hoy con la misma alegría de ayer, y entre las ramas viejas, mal o bien podadas, renace con esperanza para volver a cuajar en aceitunas y olivas que se volverán ricas con la sal de la tribulación y la contrariedad, o serán el buen aceite de en la prensa de Getsemaní cuando la prensa el dolor hasta sangre nos haga sudar, naciendo del dolor el oleo de la alegría. Maestra en la Esperanza enséñame a esperar.

Dice el salmo que recitamos al pie del altar:¿Por qué estás triste, alma mía? ¿Por qué te inquietas? Espera en Dios, y yo volveré a darle gracias a Él, que es mi salvador y mi Dios. (Salmo XLII 4) Con la Salve, llamamos los hijos de Eva, salve, esperanza nuestra.

Corazón de María contra toda esperanza, enséñame a esperar.

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García GallardoConsiliario de las Juventudes Tradicionalistas

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