Mes de María. Día 30: las flores de los cactus

Corazón Inmaculado de María es la fruta madura que Dios nos ofrece a cada uno de los que batallamos en las huestes de su linaje

Flores de la nopalera para Nuestra Señora de la Defensa. Imagen del Museo ARCA, México

Las flores de los cactus: vídeo

En la fiesta del Rey San Fernando quiero ofrecerle flores al Corazón Inmaculado de María, que es la fruta madura que Dios nos ofrece a cada uno de nosotros, que batallamos en las huestes de su linaje, como antídoto divino al veneno de la manzana.

Como lirio entre espinas florece el Corazón de María, fruto y flor de nuestra esperanza. Como las flores de los cactus, pencas y chumberas; florecida entre espinas, semejantes a picas puntiagudas, enhiestas bayonetas, tunas erizadas en miles de flechas, lanzas vegetales marcialmente ordenadas en defensa de esa flor, que es más fuerte que un ejército en orden de batalla, que hasta sería la envidia de las falanges griegas y las legiones romanas.

Hoy colocamos las flores de los cactus a sus pies, para poner bajo su protección armas y almas.

En Andalucía, Lejos de los vergeles encontraremos chumberas en cantidad suficiente para recoger muchas cestas con flores, para ofrecer a Nuestra Señora de Valme pidiéndole que nos asista hoy como ayer, en la batalla.

Cuando el rey Fernando III asediaba Sevilla para su reconquista para los cristianos en el año 1248, se dio cuenta de que sus tropas empezaban a desmoralizarse por el cansancio del combate, así que invocó con estas palabras a una imagen de la Virgen que llevaba consigo: «¡Valme, Señora, que si te dignas socorrerme, en este lugar te labraré una capilla, en la que a tus pies depositaré como ofrenda, el pendón que a los enemigos de España y de nuestra Santa Fe conquiste!». En aquel momento, clavó su espada en el suelo el maestre de Santiago, Pelay Pérez Correa, y brotó al momento un manantial que sirvió para calmar la sed de los soldados cristianos.

Tras conquistar Sevilla, el monarca cumplió su promesa y construyó una ermita en el lugar mencionado. Donde se encuentra la imagen de quién había invocado y a sus pies el pendón arrebatado a los musulmanes.

María sigue al frente de su linaje, protegiendo sus huestes, iremos ahora a otras tierras con las flores que nacen entre espinas erizadas de flechas y de lanzas, las flores de los nopales.

La Virgen Conquistadora se encontraba en el monasterio de la Rábida, el mismo al que acudió Colón antes de hacerse a la mar en el puerto de Palos. Hernán Cortés le pidió  al prior en donación  la Imagen,  para  poderla  invocar durante  su campaña  y  toma  de  posesión  del  Nuevo  Mundo,  ya  que  el  Sumo  Pontífice  Alejandro   VI  con  la  bula  apostólica  «Inter  caetera»  del  año  1492  había  otorgado América a los Reyes Católicos  con el fin de que  fuera  evangelizada.

Es una imagen viajera, pues el tallista que hizo esta representación de la Madre de Dios la pensó para que pudiera ser colocada por los jinetes en el arzón de la silla de montar, hasta que llegara el momento de ocupar un altar doméstico. Los historiadores citan esta frase que Hernán Cortés dirigió a Alvarado que llevaba precisamente la imagen de Nuestra Señora: «La Virgen será la Conquistadora de estas tierras y ella nos dará valor en las peleas y confianza en la victoria».

Desde entonces la Virgen Conquistadora acompañó a Cortés en todas sus batallas, tanto en las horas de incertidumbre como en los triunfos. Acabada la conquista, Hernán Cortés entregó como obsequio esta figura de Nuestra Señora al señor de Atlihuetzia, Gonzalo Acxotécatl Cacomitzin, cacique de los tlaxcaltecas, que habían colaborado con él en la conquista de México.

Hoy se la venera en el convento de san Francisco de Puebla, dentro de una hornacina de plata que encuadra el águila bicéfala de la Casa de los Austrias, que a la sazón era la dinastía reinante en toda la Hispanidad.

María Santísima ha dado muchas más muestras de amor de predilección por sus primogénitos en la Fe, los Tlaxcaltecas.  En Puebla se erigió la primera cruz y también el primer púlpito desde el cual se predicó el Evangelio. Allí recibieron el bautismo los cuatro senadores de aquellos principados bajo el padrinazgo de Hernán Cortés.

El acta de bautismo está grabada en la misma pila bautismal: «En esta fuente recibieron la fe católica los cuatro senadores de la antigua república de Tlaxcala. El acto religioso tuvo lugar el año 1520, siendo ministro Don Juan Díaz, capellán del ejército conquistador, y padrinos el Capitán Don Hernando Cortés y sus distinguidos oficiales: Don Pedro de Alvarado, Don Andrés Tapia, Don Gonzalo de Sandoval y Don Cristóbal de Olid. A Mexixcatzin se le dio el nombre de Lorenzo, A Xicohtencatl de Vicente, a Tlahuexolatzin el de Gonzalo y a Zitlalpopocatl el de Bartolomé».  Así lo refieren las historias escritas por Camargo, Torquemada y Betancourt.

En esta tierra consentida de María Santísima florecieron tres flores martiriales, allí vertieron su sangre los protomártires de América: Cristóbal, Juan y Antonio que con su vida y su muerte dieron testimonio de su fidelidad a la pureza y la Fe. San Cristobalito murió arrojado al fuego por su padre, por destruir los ídolos que adoraba y derramar el pulque con que le querían embriagar. Murió perdonando a su padre y agradeciendo la gracia de ir al cielo.

San Juanito y San Antoñito, que eran de noble linaje, por propia voluntad fueron a ayudar a los misioneros en su lucha contra los ídolos, y en esta tarea estaban cuando cayeron martirizados por unos paganos que no soportaban ver a sus paisanos convertidos en siervos fieles de Nuestro Señor Jesucristo y de Santa María.

No quiero dejar sin mencionar, aunque merecería toda una meditación aparte, las manifestaciones maravillosas del amor maternal de Nuestra Señora de Ocotlán hacia los tlaxcaltecas, que, si no tuvieran las firmas de personas honradas y serias, notarios y hombre de autoridad, serían leyendas mitológicas, pero para nuestro consuelo tenemos pruebas teológicas de su amor y protección. 

Además, en Puebla se venera a la Virgen de la Defensa. Ante ella traemos también las flores de la nopalera:

Se trata de una hermosa escultura tallada en madera y luego estofada, dorada y policromada, que ahora no puede admirarse en su aspecto original, dado que desde el propio siglo XVIII la han revestido con una sobre túnica y manto. Está posada sobre una columna, por lo cual se la puede identificar como la Virgen del Pilar, aunque en Puebla siempre se le dio el título que su primer propietario le asignó: nuestra Señora de la Defensa, que tiene una historia singular.

Alrededor de 1621 arribó a estas tierras del Nuevo Mundo un soldado que se inclinaba por la vida de oración. Pertenecía a la tercera orden franciscana, y se llamaba Juan Bautista de Jesús, cuyo apellido ignoramos. Entró al servicio de un paisano suyo extremeño, de nombre Pedro Alonso, hombre disipado con el que no congenió, aunque perduró a su servicio durante varios años. Decidido a seguir su vocación religiosa, se hizo ermitaño y buscó un lugar alejado del mundanal ruido; repartió sus ahorros entre los pobres y únicamente conservó para sí una imagen de la virgen María que trajo con él desde Extremadura; además de un libro sobre la vida del alma. Con eso, un poco de maíz, un botijo de agua y ataviado con un hábito de tela burda, se internó en la espesura de los bosques –que entonces había– en La Malinche.

Los habitantes de La Resurrección y Canoa, iban hasta donde improvisó una choza, y le pedían que les hiciera milagros, facultad propia únicamente de los santos, así que, para evitar ese acoso, se trasladó al Pinal, uno de los cerros inmediatos a Acajete, donde se propuso edificar una ermita, para lo que descendía hasta el camino real, para pedir limosna. No pudo estar mucho tiempo ahí, así que desde ahí se fue a Atlangatepec, donde los frailes del convento lo adoptaron como donado, sin embargo, su persistencia a la vida ascética lo llevó de nuevo a la montaña, a donde fue con su Imagen de María que le acompañaba siempre a todas partes. Su fama crecía y el obispo de Puebla le demandó salir del bosque por el riesgo en el que estaba, pero el ermitaño decía siempre que no corría peligro, dado que la virgen María lo defendía, no solamente a él, sino a todos los animalitos que buscaban refugio a la sombra de la choza donde guardaba la imagen de la Virgen, a quien siempre llamaba de la Defensa.

Finalmente, Obedeciendo al obispo se fue a la barranca de Tlahuite en Tlaxcala, donde le ayudaron a construir la ermita, llamándose el lugar La Defensa, en honor a la imagen venerada, donde obraba un sinnúmero de milagros. Estaba a cargo de la diócesis el venerable don Juan de Palafox, quien buscó al ermitaño en su propia ermita y prendado de la imagen, convenció al hombre de que le permitiera trasladarla a la catedral que se estaba construyendo. Juan Bautista de Jesús no tuvo más remedio que acceder, lo que ocurrió el 7 de marzo de 1646, retornando a Puebla para vivir en una cueva en el cerro de San Juan, y así poder visitar su imagen.  Como no se concluía el templo máximo, la imagen estaba resguardada en la vieja Catedral. Para ese tiempo arribó a Puebla el capitán don Diego Porter de Cassanate, caballero de Santiago, y pariente de Palafox, quien quedó cautivado por la imagen sagrada y estando comisionado para aplacar las rebeliones indígenas en el sur de Perú y norte de Chile, solicitó al obispo el préstamo de la Virgen de la Defensa, para que lo defendiera y protegiera en esa campaña bajo palabra de honor que la devolvería en cuanto se pacificara la región. Así la imagen se fue hasta esos confines del sur del continente, logrando el capitán el éxito esperado con la protección y ayuda de Nuestra Señora de la defensa. Pasó tiempo y la imagen permaneció en Chile a donde empezó a ser venerada, pero el capitán siempre reiteraba su compromiso con Palafox, quien por cierto ya no estaba en Puebla. Al morir don Pedro Porter de Cassanate y ante el retraso en la devolución, la diócesis de Puebla entabló pleito judicial. Pasaron 29 años desde que salió la imagen hasta que fue devuelta a las tierras de Nueva España, con una rica dote de plata y el título de generala.

Una nutrida comitiva la recibió en Acapulco, desde donde se trasladó a Puebla, siendo festejada en cada uno de los pueblos por donde pasaba el camino real a la Angelópolis. Finalmente llegó hasta la catedral y se le colocó en lugar preponderante, hasta que, como se dijo al principio, el cabildo decidió que estuviera en el fanal del Altar de los Reyes. Como el ermitaño murió el 24 de mayo de 1660, el obispo decidió que se hiciera su festividad a la Virgen en ese mismo día.  Durante el transcurso de una misa solemne varios niños subidos a la cúpula de la capilla, arrojaron pétalos de rosas mientras se consagraba la ciudad a nuestra señora de la Defensa.

A los pies de la Virgen Santísima del Rosario de la reconquista de Buenos Aires ponemos la flor del cardón que le traen con fervor desde el norte de Argentina.

Aprovechando que la madre patria sufría la invasión napoleónica, los ingleses incursionaron en Buenos Aires. El saqueo de templos y los desmanes en los conventos y población encendieron la reacción. Los criollos, con el Santo Rosario, empuñaron las armas para combatir contra el enemigo hereje como más tarde se hiciera, con suerte adversa, en Malvinas.

Santiago de Liniers, hizo voto de reconquista de la ciudad. Dicho voto puede leerse en el libro de actas de la cofradía del Santísimo Rosario que tiene su sede en la Iglesia de santo Domingo.

«el reconquistador se acongojó al ver que la función del día 1 de julio de 1806 no se hacía con la solemnidad que se acostumbraba; entonces, conmovido de su celo, pasó de la iglesia a la celda prioral y aseguró al padre maestro y Prior que había hecho voto a Nuestra Señora del Rosario de ofrecerle las banderas que tomara a sus enemigos, disponiéndose a hablar con el Gobernador de Montevideo, sobre reconquistar la ciudad de Buenos Aires,  pues estaba firmemente persuadido de que lo lograría bajo tan alta protección».

Don Santiago de Liniers, el día 12 de agosto de 1806, después de haber nombrado a Nuestra Señora del Rosario generala de las tropas de la ciudad, dirigió el asalto a la Plaza Mayor para reconquistar Buenos Aires.

La victoria fue rotunda y los ingleses fueron expulsados. Actualmente, en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, en Buenos Aires, se encuentran las banderas que Santiago de Liniers, ofreció a la Virgen tras apresarlas a los invasores ingleses.

Ave Cor Mariæ. 

Padre José Ramón García GallardoConsiliario de las Juventudes Tradicionalistas

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