Más adelante, en la página 119, en que García Sanchiz califica a Donoso, Balmes y Aparisi como «clásicos del Tradicionalismo», redacta el Catedrático carlista esta nota marginal: «Ni Donoso ni Balmes fueron tradicionalistas ortodoxos del auténtico tradicionalismo español. Donoso está muy cerca, si no dentro, del tradicionalismo francés de Bonald. Aparisi sí lo fue en la última etapa de su vida, como lo hubieran sido los otros dos de alcanzar la revolución del 68».
Luego, en la página 121, al hablar de la 1ª Guerra Carlista, el ensayista valenciano apunta que los tres publicistas mencionados «acuden a sumarse a las bandas espontáneas y temperamentales, de las que […] Zumalacárregui hizo un Ejército». Sobre esto Casariego realiza la siguiente acotación (el subrayado es suyo): «Donoso y Balmes, sobre todo el primero, fueron isabelinos en la primera guerra. En la segunda no vivían. Mal pudieron sumarse a las bandas carlistas. Tampoco se sumó Donoso a las bandas del alzamiento de Cabrera de 1846».
Posteriormente, en la página 130, cuando Sanchiz está tratando de la persona de Carlos VII, añade el publicista astur en nota al margen: «Carlos VII es la figura más interesante y a la vez más calumniada y desconocida del siglo XIX español».
Y dos páginas después, en la 132, continuando Federico García la semblanza de Carlos VII y haciendo mención del perro que tenía el Rey, agrega Jesús Evaristo Casariego esta acotación: «“Un lebrel colosal” como en el verso rubeniano».
En la página 137, al citarse el «Volveré» de Carlos VII, escribe el periodista carlista astur al margen: «Sobre el “Volveré” escribí yo unas divagaciones en mi libro “Flor de Hidalgos” que fueron bastante celebradas».
Una página después, en la 138, se hace mención del gran orador Juan Vázquez de Mella, y Casariego apostilla: «Asturiano de Onís; paisano mío».
A continuación, en la página 145, al tratar del origen del término «requeté», señala Federico García Sanchiz que en la 1ª Guerra Carlista «se denominaba del requeté a un batallón, el Tercero de Navarra, por el estribillo que entonaba en las marchas». Comenta al margen el escritor legitimista asturiano: «Cierto; luego en la guerra de Carlos VII había una especie de batallón infantil del que formaba parte D. Jaime, entonces niño de cuatro años, que se llamaba “Requetés”. Pero cuando esta palabra se vulgarizó fue hacia el año 10 de este siglo aplicada a las juventudes tradicionalistas, constituidas en milicias civiles, principalmente en Cataluña y Levante en sus luchas contra los anticlericales de Lerroux, Soriano y Blasco Ibáñez. Fueron famosas».
Dos páginas más allá, en la 147, el literato valenciano relata el siguiente episodio protagonizado por los requetés de un Tercio combatiente en la Cruzada de 1936: «está rehaciéndose una ermita medio destruida por los rojos. Albañiles, en sus descansos, los espontáneos de un Tercio, y de capataz el capellán de la tropa. En una artesa lavan una camisa a jirones y con manchas de sangre, ya seca y que retorna en el agua. Ahí se amasa luego el barro de la obra, y de tal modo vuelve a levantarse la casa de Dios». Aquí, el Catedrático de Historia asturiano anota: «¡Cuántas cosas así podrían citarse de nuestros incomparables Tercios!».
En esa misma página, García Sanchiz realiza el siguiente aserto: «Tradicionalismo llámase la comunión carlista, y en este concepto alcanza la última etapa de su proceso y desarrollo»; a lo cual Casariego realiza la siguiente acotación: «No; los pre-carlistas de las Cortes de Cádiz, como Inguanzo, en que se llamaban tradicionalistas, y los vocablos “tradicionalista” y “Tradición” se utilizaron ya en la primera guerra carlista».
En la página siguiente 148, el charlista recuerda cuando Vázquez de Mella, en un discurso en el Congreso de 13 de noviembre de 1906, traía a colación la contestación que Cánovas del Castillo dio en su día a un diplomático que intentaba conseguir de Roma una fórmula con la que los legitimistas españoles aceptasen el régimen alfonsino: «¿Y quién le ha dicho a usted –cita Sanchiz la respuesta de Cánovas al diplomático– que eso iba a beneficiar a la sociedad española? Yo no cometeré el crimen de destruir la única fuerza capaz de mantener el orden social el día en que se desencadenase la revolución. Vaya usted y diga que yo no puedo pedir la muerte de un partido que será mañana antemural de la Patria». El gran escritor legitimista asturiano redacta la siguiente nota marginal: «Interesantísima esta apreciación del travieso cuanto capacitadísimo “bizco de Málaga” que fue una víctima del ambiente de su época, al igual que, años después, D. Antonio Maura. Ambos encerrados, como dijo Mella, “en la jaula doctrinaria”».
Una página después, en la 149, el autor del ensayo hace una alusión a la bandera con la Cruz de Borgoña al hablar del «lienzo con las aspas proverbiales». A este respecto escribe al margen el ilustre glosador: «“Proverbiales” hasta cierto punto, ya que dichas aspas, de tan gloriosa Tradición militar e imperial en España, no fueron usadas por los carlistas hasta los tiempos de la II República que prohibió las lises borbonas, que eran el proverbial emblema de la Comunión Tradicionalista».
Por último, en la página 163, García Sanchiz asevera que a la Comunión «llegaron de fuera, por convencimiento propio, los más de sus definidores: Donoso Cortés, Aparisi Guijarro, el tío Tomás, Nocedal y don Marcelino Menéndez y Pelayo». Jesús Evaristo Casariego replica con la siguiente anotación al margen: «Ninguno de estos dos (Donoso y M. Pelayo) pertenecieron nunca a la Comunión; es más, llegaron a combatir al carlismo militante y dinástico».
Félix M.ª Martín Antoniano
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