Cuando se está interesado en un libro descatalogado o del que no se ha vuelto a hacer una reedición más o menos reciente, a uno no le queda más remedio que ir a probar suerte en las librerías de viejo por si queda algún ejemplar a la venta. En algunas ocasiones, estos libros de segunda mano traen consigo subrayados y anotaciones de antiguos dueños que, por lo menos para el que esto escribe, la mayoría de las veces resultan algo engorrosos y molestos; la verdad es que, puestos a elegir, preferiríamos que sus páginas llegasen a nuestras manos conservando el mismo aspecto límpido que tuvieron al salir de la imprenta.
Aun así, siempre hay excepciones que confirman la regla. Es el caso de un libro que nos regalaron hace un tiempo: Del robledal al olivar. Navarra y el Carlismo, cuyo autor era el charlista Federico García Sanchiz, carlista natural de Valencia. Fue publicado en 1939 por Editorial Española S. A., de San Sebastián. El volumen que manejamos tiene la particularidad de haber pertenecido al prócer realista asturiano Jesús Evaristo Casariego, quien lo cubrió de varias anotaciones manuscritas, muchas de ellas pensamos que suficientemente interesantes como para merecer la pena compartirlas en un artículo. Hemos contabilizado un total de 23 glosas, que pasamos a hacer desfilar una a una a continuación, absteniéndonos de realizar juicio alguno sobre cualquiera de las afirmaciones derramadas en ellas.
En primer lugar, en la página 17, García Sanchiz utiliza el término «Carlistada», a lo cual acota Casariego: «“Carlistada” es una denominación que daban los pueblos liberales o indiferentes a las tropas carlistas; no obstante la palabra es de una gran belleza literaria y yo la empleo con frecuencia. Por cierto que el veterano y prestigioso carlista de Pamplona D. Casimiro Lizarde me escribió doliéndose de que la usase. Logré convencerle».
En la página 29, al distinguir Sanchiz entre los habitantes de la montaña y de la ribera de Navarra, anota el Catedrático asturiano al margen: «Es curioso lo que dice Rodezno de los ribereños navarros en su “Carlos VII”: “aquellos hombres cabileños, mediterráneos y sarracenos, como todos los riberos de Navarra”».
Posteriormente, en la página 37, debajo del título del capítulo cuarto del libro: «El buque fantasma», escribe Casariego estas palabras: «De las selvas del Irati navarro se cortó bastante madera para la construcción de naves que habían de formar la famosa y tristemente dispersada escuadra invencible de Felipe II».
En la página 75, haciendo Sanchiz referencia a la Puerta de Francia de la Ciudad de Pamplona, comenta el insigne periodista asturiano: «En 1939 se puso lápida conmemorativa de la salida de Zumalacárregui, a iniciativa del Ayuntamiento pamplonés que presidía el carlista D. Tomás Mata».
A continuación, en la página 77, al describir el autor del ensayo algunos sucesos acaecidos en Pamplona hacia el comienzo de la 1ª Guerra Carlista, anota el escritor astur: «Zumalacárregui se molestó bastante de que no hubiesen avisado con suficiente antelación del levantamiento carlista de Navarra y se sumó a él después de cruzar varios oficios con los sublevados».
Seguidamente, en la página 82 escribe el charlista levantino: «Uno de mis propósitos más acariciados consiste en componer un día la narración de la vida de Zumalacárregui», a lo cual responde Casariego al margen: «También yo tengo ese propósito. Hay que revisar toda la historia de nuestro siglo XIX, escrita por sectarios del liberalismo».
Poco después, en la página 94, García Sanchiz afirma que, durante la guerra contra Napoleón, Zumalacárregui «enamórase de los principios liberales», a lo cual replica el legitimista asturiano: «Esto es falso. Algunos historiadores lo escribieron así porque Zumalacárregui fue comisionado por su Rgto. [= Regimiento] de Guipúzcoa a las Cortes de Cádiz para tratar de ascensos y consiguió el suyo, justísimo, por conducto de su hermano Miguel que era liberal de prestigio y diputado en aquellas Cortes».
Cuatro páginas adelante, en la 98, al mencionar el novelista levantino el balcón al que se asomó el General Zumalacárregui y en el que recibió la bala que le llevó a la muerte, Casariego se limita a añadir: «Debiera ponerse en ese balcón una lápida».
En la página 103 el carlista valenciano alude a los Episodios Nacionales del literato liberal Benito Pérez Galdós, y Jesús Evaristo Casariego apostilla: «¡Qué bellos párrafos escribió Galdós retratando a Zumalacárregui!».
En la página siguiente 104, García Sanchiz expresa que «Espoz y Mina, el fabuloso guerrillero, navarro digno de la selva del Irati, se traicionó en su vejez». Esta oración la completa el Profesor asturiano con la siguiente glosa: «Y en su juventud; fue el primer general que se sublevó en defensa de la Constitución del 12. Y durante el periodo constitucional del 20 al 23 cometió más crímenes, fusilamientos e incendio del pueblo. Ya en la guerra realista de Cataluña hizo lo mismo con Castellfullit sobre cuyos muros puso aquel letrero: “Aquí fue Castellfullit; pueblos que odiáis la libertad, tomad ejemplo”. Uno de sus coroneles llamado Roten inauguró el sistema de los “paseos” y asesinó al obispo de Vich. También Mina autorizó el asesinato de la madre de Cabrera».
Una página después, en la 105, cuando el charlista recuerda que, según se decía, Espoz y Mina «salía a campaña […] seguido por dos burras de leche, necesarias para su alimentación», Casariego inserta al margen: «Las burras se las quitó Zumalacárregui».
(Continuará)
Félix M.ª Martín Antoniano
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