En el otoño de 1937 tiene lugar la ofensiva final sobre Asturias. Los nacionales atacan por tres direcciones: desde el oeste, las columnas gallegas; desde el sur, las tropas concentradas en León tiempo atrás; y desde Santander, las brigadas de Navarra. Estas últimas avanzan en dos columnas paralelas. Una va por la costa, desde San Vicente de la Barquera a Llanes y Ribadesella; otra va por el interior, desde Panes hacia Cangas de Onís. Al llegar a Arenas de Cabrales, el general Solchaga ordena que varias compañías de la V Brigada de Navarra se desplieguen por el flanco izquierdo para ocupar los montes que dominan Covadonga. Después de un penoso avance bajo la lluvia y la niebla, llegan a media tarde y deciden dejar la ocupación del santuario para la mañana siguiente. Desde las alturas advierten, sin embargo, que por la carretera que sube de Cangas de Onís llegan grupos de milicianos en coches robados, con la sospechada intención de incendiar y desvalijar la basílica antes de su retirada. Entonces, a pesar de la fatiga y de que estaba anocheciendo, los nacionales deciden adelantarse, lanzándose monte abajo por un terreno convertido en barrizal, desafiando el fuego de ametralladora de los rojos. A las ocho de la tarde, ya noche cerrada, los primeros soldados nacionales entran en el santuario y montan guardias para evitar una reacción nocturna.
Así fue como el 1 de octubre de 1937 la V Brigada de Navarra, al mando del coronel Bautista Sánchez, entraba en el real sitio de Covadonga. Pocos días después, el 21 de octubre, toda Asturias quedaba liberada. Pero la imagen de la Virgen había desaparecido. Con los objetos artísticos robados en media Asturias y acumulados en Gijón, fue llevada a Francia en barco por los gerifaltes revolucionarios en su huida.
Hubo que esperar al fin de la guerra para que apareciera en París, en un desván del edificio de la embajada española, entre un montón de cajas que guardaban el fruto de la rapiña. Fue encontrada por el personal de la embajada y por el leonés José María Quiñones de León, embajador provisional en la capital francesa mientras llegaba el nuevo embajador, José Félix de Lequerica. A la imagen le faltaba la corona de uso diario —la auténtica se conservaba en un banco de Oviedo— y la arropaba un manto regalado por unas damas asturianas cuyos nombres habían bordado.
En cuanto se supo la noticia de la aparición de la imagen, el general Franco, a propuesta del vicepresidente del gobierno, general Jordana, y a petición del cabildo y del pueblo asturiano, decreta la concesión de los honores de Capitán General a la Virgen de Covadonga el día 28 de abril.
La imagen fue depositada provisionalmente en la iglesia española de la calle de La Pompee, donde estuvo hasta el 10 de junio de 1939. Ese mismo día sale la imagen de la Virgen hacia España pasando por Versalles y Hendaya. Aquí fue recibida en el consulado español por varias autoridades que habían acudido desde España al conocer la noticia de su llegada.
Entró la imagen en Irún a hombros de españoles por el puente internacional de Santiago el día 11 de junio, siendo recibida entonces por un representante del Papa Pío XII y por la ovetense doña Carmen Polo, entre otras autoridades. A partir de aquí hizo un lento recorrido por el norte de España con paradas en San Sebastián, Loyola, Vergara, Vitoria, Burgos, Valladolid y León, siempre escoltada por el Tercio de Requetés de «Nuestra Señora de Covadonga», los mismos que habían liberado el santuario dos años antes integrando aquella V Brigada de Navarra. Entró en Asturias por Pajares el día 13, y a partir de entonces continuó su viaje a hombros de devotos asturianos y leoneses de todas las clases sociales. Recorrió Asturias, hasta que por fin llegó a Covadonga el día 6 de julio. El arzobispo de Oviedo, S. I. Dr. Arce Ochotorena, dio la bienvenida a la Virgen, que fue colocada en un altar improvisado a la entrada de la basílica, donde se celebró la Santa Misa ante miles de personas. A continuación, fue llevada a la cueva del Monte Auseva a hombros de cuatro generales: Juan Bautista Sánchez González, el mismo que siendo coronel había liberado el santuario dos años antes; Valdés Cabanilles, asturiano; Juan Vigón Suero-Díaz, también asturiano, de Colunga, que siendo Jefe del Estado Mayor de las Brigadas de Navarra había tenido un papel decisivo en la liberación de Asturias y de todo el norte de España; y Pablo Martín Alonso, que desde Galicia había roto el cerco de Oviedo y socorrido a la ciudad durante su asedio.
El 6 de julio de 1939 fue, pues, el día más feliz de la historia del santuario.
Francisco Javier Mielgo Álvarez, Círculo Cultural Juan Vázquez de Mella
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