Las meditaciones del maestro Cristiano (IV)

De acuerdo con estas prácticas, y todas las demás de Jesucristo, es como vosotros debéis enseñar a la juventud cristiana que os está confia­da

Cuarta meditación (IV): Lo que debe hacerse para ser verdaderos cooperadores de Jesucristo en la salvación de los niños.

Originalmente estas meditaciones iban dirigidas a los Hermanos de las Escuelas Cristianas, con el tiempo también fueron recomendadas a los maestros que auxiliaban al Instituto. El día de hoy y ante la realidad que nos acontece en la Iglesia y en el mundo, sirvan estas meditaciones a los educadores cristianos para poder fortalecer nuestro deber en la salva­ción de las almas de nuestros alumnos, la santificación propia y la exalta­ción de la Cristiandad.

«Oh, glorioso Juan Bautista De La Salle, Apóstol de la niñez y de la juventud, sé nuestro guía y protector desde el cielo. Intercede por noso­tros, asístenos para que, preservados de toda mancha de error y cor­rupción, permanezcamos siempre fieles a Jesucristo Nuestro Señor y al Jefe infalible de la Iglesia, haz que practicando las virtudes de que fuis­te tan admirable modelo, participemos un día de tu gloria en la patria celestial. Amén».

San Juan Bautista De La Salle, Rogad Por Nosotros.

Nuestra Señora de la Estrella, Rogad Por Nosotros.

¡Viva Jesús en Nuestros Corazones! ¡Por Siempre!

Punto I:

Estad bien persuadidos de lo que dice San Pablo, que vosotros plan­táis y regáis, pero que es Dios quién, por medio de Jesucristo, da el cre­cimiento y la perfección a vuestra obra.

Así cuando os suceda encontrar alguna dificultad en la dirección de vuestros discípulos -pues habrá algunos que no aprovechen vuestras ins­trucciones y en quienes notéis cierto espíritu de libertinaje-, recurrid sin titubear a Dios, y pedid insistentemente a Jesucristo que os anime con su Espíritu, puesto que os ha escogido para realizar su obra.

Mirad a Jesucristo como al buen pastor del Evangelio, que busca a la oveja perdida, la pone sobre su hombros y se la lleva para devolverla al redil; y como vosotros ocupáis su lugar, consideraos obligados a hacer lo mismo, y pedidle las gracias necesarias para lograr la conversión de sus corazones.

Así pues, si queréis tener éxito en vuestro ministerio, debéis aplica­ros mucho a la oración, presentando constantemente a Jesucristo las ne­cesidades de vuestros discípulos, exponiéndole las dificultades que ha­yáis encontrado en su dirección.  

Jesucristo, al ver que lo miráis en vuestro empleo como a quien todo lo puede, y a vosotros como al instrumento que debe moverse sólo por Él, no dejará de concederos lo que pidáis.

Punto II:

Jesucristo, hablando a sus apóstoles, les decía que les había dado e­jemplo, para que hiciesen como había hecho Él mismo. Quiso que sus discípulos le acompañasen en todas las conversiones que realizó, para que viendo la manera como Él procedía, pudieran regularse y acomodar­se a su conducta en todo lo que habrían de hacer para ganar las almas para Dios. Eso es también lo que debéis hacer vosotros, a quienes Jesu­cristo escogió entre otros muchos para ser sus cooperadores en la salva­ción de las almas. Al leer el Evangelio debéis fijaros en la forma y en los medios de que Él se sirvió para llevar a sus discípulos a la práctica de las verdades del Evangelio; unas veces proponiéndoles como bienaventuran­za todo lo que horroriza al mundo, como la pobreza, las injurias, las a­frentas, las calumnias y toda clase de persecuciones por la justicia; di­ciéndoles incluso que deberían desbordar de gozo cuando tales cosas les sucedieren; otras veces, inspirándoles horror a los pecados en que suelen caer los hombres; o bien, proponiéndoles ciertas virtudes que practicar, como la dulzura, la humildad, y otras así.

Otras veces les daba a entender que si su justicia no era mayor que la de los escribas y fariseos (que no se preocupaban sino de lo externo), no entrarían en el reino de los cielos.

Por fin, quería que en su espíritu considerasen como malaventura­dos a los ricos y a cuantos hallan en este mundo sus delicias.  

De acuerdo con estas prácticas, y todas las demás de Jesucristo, es como vosotros debéis enseñar a la juventud cristiana que os está confia­da.

Punto III:

Para desempeñar debidamente vuestro ministerio, no os bastaría e­jercer vuestras funciones con los niños y conformaros sólo a Jesucristo en su proceder y en la conversión de las almas, si además no os pusierais en sus miras e intenciones.

Él no vino a la tierra, como dice Él mismo, sino para que los hom­bres tuviesen vida, y la tuviesen en abundancia. Por eso dijo en otro lu­gar que sus palabras son espíritu y vida, es decir, que procuran la vida verdadera, que es la del alma, a quienes las escuchan, y después de oírlas gustosos, las practican con amor. Esa debe ser también vuestra intención cuando instruís a vuestros discípulos, procurar que vivan vida cristiana y que vuestras palabras sean para ellos espíritu y vida.

Primero, porque las producirá el Espíritu de Dios que habita en vo­sotros. Segundo, porque les procurarán el espíritu cristiano; y poseyendo este espíritu, que es el espíritu del mismo Jesucristo, vivirán esa vida verdadera, que es tan provechosa para el hombre que le guía con seguri­dad a la vida eterna.

Preservaos de cualquier mira humana con ellos y de gloriaros por lo que hacéis, pues estas dos cosas son capaces de corromper cuanto hubie­re de bueno en el ejercicio de vuestras funciones. En efecto, ¿qué tenéis vosotros a este respecto que no os haya sido dado? Y si os ha sido dado, ¿Por qué gloriaros como si lo tuvieseis de vosotros mismos?

Tened, pues, en vuestro empleo intenciones totalmente puras, como las del mismo Jesucristo, y por ese medio atraeréis bendiciones y sus gracias sobre vosotros y sobre vuestros trabajos.

San Juan Bautista De La Salle, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta.

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