El pasado sábado 23 de agosto se llevó a cabo en Ciudad de Méjico la Conferencia Política de Acción Conservadora, más conocida como CPAC. Dicha cumbre inició en los Estados Unidos de Norteamérica en la década de los 70 como expresión de la política liberal y de los valores democráticos yanquis, si bien, a casi 50 años de distancia, se ha extendido ya a países como Méjico, Hungría, Japón, Brasil y en general a toda región donde los grupos ideológicos conservadores han tenido necesidad de construir alternativas políticas de tercera posición más o menos alejadas de la derecha o la izquierda comunes, aunque ello no sea del todo compatible con las tendencias de sus fundadores norteamericanos, de línea democrática y liberal convencional.
El evento se extendió por casi 12 horas en un famoso hotel de Polanco en la Ciudad de Méjico, participando como expositores actores políticos destacados del republicanismo de derecha: figuras célebres del ámbito liberal que se autodenominan los Freedom Fighters, entre quienes se encuentran Agustín Laje, Eduardo Bolsonaro, Tulsi Gabbard, René Bolio, Vajk Farkas y Javier Villamor, algunos de los cuales incluso dejan ver sus intenciones como potenciales candidatos presidenciales, como es el caso de José Antonio Kast (en Chile) y Eduardo Verástegui (en Méjico), este último anfitrión del evento y quien ha ganado en los últimos meses popularidad por su oposición a la Agenda 2030.
La concurrencia recibió con bombo y platillo la propuesta a mediano plazo de varios de los expositores de crear una nueva plataforma política que no se limite a fundar un nuevo partido a partir de los cadáveres de los partidos de antaño, sino que efectivamente congregue las voluntades de quienes, desde su percepción, buscan llevar a Méjico al desarrollo y superación de sus problemas históricos, aunque sin señalarse con precisión cuáles son éstos.
Elevados los ánimos de los asistentes bajo el discurso contra la izquierda woke y el «socialismo latinoamericano», y elevándose entre aplausos y porras los gritos de «¡Viva Cristo Rey!», aunque en su caso habría sido más preciso un «¡Viva Cristo Presidente!»; «¡Viva México católico!», aunque el movimiento pone en pie de igualdad a los protestantes bajo el discurso de la libertad de cultos y el irenismo resultante; «¡Dios, patria y libertad!», aunque sin precisar qué Dios, qué patria y qué libertad, entre otras consignas, surgen varias cuestiones por analizarse.
¿El movimiento perseguirá unos mismos principios religiosos, éticos y morales a pesar de tener militantes de diferentes religiones? ¿Qué ocurrirá cuando las posturas pro-israelitas de los conservadores anglófilos choquen con la posición ―católica― de la enorme e influyente comunidad libanesa en Méjico, que conoce la hostilidad del régimen israelí a los cristianos orientales? ¿El avance de esta nueva derecha tercer-posicionista implicará eventualmente una cortapisa de ciertas libertades individuales a pesar de que sus propios miembros ahora las defienden como «valores» y «derechos humanos» frente al discurso del partido gobernante? ¿El combate al progresismo al que llamaron algunos expositores será compatible con el nihilismo de los libertarios presentes o con el cipayismo de los anglófilos que tienen como objetivo principal ayudar a los Estados Unidos a extender su democracia a pesar de sus efectos moral y socialmente disolventes? En medio de tanto alboroto y consignas, ¿las distintas posiciones y facciones que se pretende congregar realmente serán conciliables?
En adición a los decepcionados por el partido imperante hay decenas de millones de empadronados que prefieren no votar y que no se sienten parte de los procesos electorales ―quizá de la política nacional en general― al no sentirse representados, población que el movimiento en ciernes pretende atraer a sus filas. Y quizá con buenas intenciones, como las que creemos presentes en el movimiento Viva México, previamente fundado por Eduardo Verástegui, que incluyen la defensa de la familia, el combate a la trata de niños y la oposición a la Agenda 2030. ¿Pero qué tan factibles son tales hazañas si su fundador pretende servirse de las mismas herramientas democráticas que desde Washington han socavado por dos siglos la fe, la moral y la integridad política de la patria?
Será interesante observar qué logra el movimiento en 6 años ―el tiempo que falta para las siguientes elecciones― con el anhelo de congregar en una nueva secta política todas las facciones opositoras al partido hegemónico. ¿Realmente se producirá un cambio ideológico profundo como el que desean sus propugnadores? ¿O a causa del activismo de este nuevo movimiento conservador se consolidará el conformismo social con la politiquería liberal y el paradigma democrático que cada sexenio le provee gobernantes absolutos?
Rogelio Perdomo, Círculo Tradicionalista Fray Andrés de Castro de Toluca
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