Querido Daniel:

Retrato de don Canuto Mina sobre una Cruz de San Andrés

Siguen los ecos de la entrevista a Su Alteza Real, don Sixto Enrique de Borbón. A continuación, una respuesta al último artículo del periodista Daniel Ramírez:

Aunque no soy tu tío, quizá esta respuesta te plazca en una época de misivas fantasiosas, como es la Navidad. He leído tu carta con cierta ternura, pues en ella hay más candidez de la que pudieras imaginar. De veras espero no sonar condescendiente, y que te parezca una réplica más digna que los furtivos rasguños twitteros de hunos y tronovacantistas. Hunos hirsutos y tronovacantistas parroquiales y patéticos. Los hotros somos otra cosa.

Pareces albergar una idea bastante superficial de lo que es un carlista. Mi bisoñez no es menor que la tuya, así que quizá un coetáneo pueda mostrarte que no hay burbujas histórico-temporales ni cábalas familiares en esta Causa. Por eso leía con cierta nostalgia y un aire de amarguras pasadas tus líneas. Porque el estilo y las ideas son tanto o más viejas que el propio carlismo.

Yo mismo he bebido con deleite en ese decadentismo de entraña amarga y ligero trampantojo sarcástico. Tu son y tus guiños, desplegando una burla de la honra, de la piedad de los mayores, aunque con un cierto reconcome estético, son algo antiguo y divulgado. La frivolidad estetizada es la ironía clásica del liberalismo: un canon de sus estilos artísticos y literarios, asentados en el XIX y paridos antes. Son unas letras que pasan holgadamente de bicentenarias, ¡aunque la fama de carcamales nos la llevamos otros!

Posiblemente yo me haya revolcado en los lodos de la revolución más que tú, en otro tiempo. No todos tuvimos la gracia de criarnos en una familia santamente ordenada, ni heredamos un apellido de renombre reaccionario. Quizá por eso, los que tenemos esta procedencia pudimos aprender bien que el carlismo no es esencialmente sociológico, aunque lo haya sostenido una sociedad con nombres insignes; ni es un historicismo o un revisionismo histórico, aunque, naturalmente, se dé en la historia. No, el carlismo es esencialmente político. Es la política de la España cristiana.

Esto «tiene mucho de religión» dices, y dices bien. La religión se basa en la creencia, pero no en el fideísmo ni en una creencia pazguata. Y también se basa en el conocimiento natural, al alcance de todos.

¡Créeme!, yo he llegado al carlismo por conocer la revolución de primera mano. Como tú me he desnortado en muchas lagunas negras y muchas marianelas. Pocos menos hachazos a árboles caídos, venerables difuntos, he dado. He leído muchas sonatas, aunque de Wagner he escuchado pocas; y probablemente no haya rozado tantas cinturas, porque, aunque quisiera, no llego a tan valleinclanesco. Y como todos los centenarios decadentistas, malditistas, como todos los bicentenarios cantores del hastío y del aburrimiento, toqué hueso duro en un resquemor vacío.

No soy más viejo que tú, ni mi Santa Causa es más añeja que tu liberalismo, aunque sea más antigua. ¡Créeme!, por experiencia conozco: la Comunión tiene el bálsamo de justicia para todos los desheredados, alberga generosamente el orden para los desordenados. Atesora los amores de familia, vecindad y amistad para los solos y los tristes, y administra con juicio la serenidad para los ansiosos. Para todos los males que corroen España y que angustiaron este alma tiene remedio el carlismo, simiente de la España real, la España cristiana.

Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid