
El año 1933 se puede considerar como aquel en que el movimiento del Crédito Social alcanzó en Gran Bretaña dimensiones de fenómeno de masas, captando por consiguiente el interés y atención de múltiples intelectuales y escritores procedentes de muy variadas instancias. Las plumas de G. K. Chesterton y H. Belloc no iban desde luego a quedarse quietas ante esta realidad, y, aunque ya habían emitido algunos breves comentarios iniciales –en especial el segundo– sobre las propuestas del Mayor Douglas en los primeros años en que empezaba este ingeniero a difundirlas en las páginas –en la cuales todos ellos concurrían por entonces– del semanario The New Age, durante la etapa en que era su editor A. R. Orage, sin embargo, va a ser en este año de 1933 cuando comenzarán a dedicarle, por la razón antedicha, una atención más profunda y seria en el semanario G. K.´s Weekly, portavoz de la Liga Distributista.
De los trabajos críticos de Belloc concernientes a este tema realizados durante este segundo periodo, ya no hemos referido en diversos artículos en el periódico La Esperanza. En cuanto a Chesterton, él fue el primero que lo abordó en un ensayo que publicó en su revista en el mes de febrero, titulado «El nuevo hacendado», y sobre el cual ya nos ocupamos en su día en un par de columnas bajo el rubro general «Acotaciones a unas menciones críticas de Chesterton sobre el Crédito Social». Este escrito de Chesterton desencadenó en la publicación un intenso debate en torno al Crédito Social que se extendería a lo largo del año hasta bien entrada la estación de otoño, si bien el propio literato se retiraría pronto de la contienda dejando el testigo a su compañero Belloc y otros publicistas menores.
Así pues, la intervención de Chesterton en la discusión se limitó, que sepamos, a apenas un artículo más que estampó en marzo en réplica a otro que Maurice B. Reckitt había escrito en contestación a aquel primero del ilustre y orondo apologista católico.
Hay que advertir que Reckitt no era precisamente la persona más adecuada para exponer cabalmente las ideas del Crédito Social. Fue uno de los cabecillas del llamado Chandos Group, asociación fundada el último día de la Huelga General que se desencadenó en Gran Bretaña en mayo de 1926. Siguiendo básicamente la estela de A. R. Orage, los miembros de esta agrupación aparentemente apoyaban las proposiciones del Crédito Social, pero mezclándolas con teorías sociales provenientes de otras corrientes, engendrando así una posición ecléctica que en definitiva venía a distorsionar el genuino sentido de las medidas financieras y la filosofía social preconizadas por Douglas. En 1932 Orage creó el semanario The New English Weekly, que serviría como órgano oficioso del Chandos Group. Tras su muerte en noviembre de 1934, fue reemplazado en el puesto de editor por Philip Mairet, otro de los principales integrantes del grupo, hasta la final desaparición de la publicación en 1949.
Del rechazo y censuras proferidas por los creditistas contra ese colectivo y su tendencia tergiversadora, ya dejamos consignadas algunas muestras en el conjunto de artículos «Douglas, Maeztu y el Guildosocialismo». Por su parte, el Mayor Douglas, en una carta abierta dirigida a un individuo de esa agrupación, y fechada en septiembre de 1936, denunciaba la persistente postura de la misma contra el Secretariado del Crédito Social, «a cuyo apoyo ellos no contribuyen ni ayudan con ninguna clase de servicio, y al cual siempre se han opuesto». Fáciles eran de identificar sus componentes por sus continuas y vanas quejas frente a la política del Secretariado, así como por sus orígenes ideológicos: «De vez en cuando –señalaba Douglas en la misiva– me he visto con uno o dos de estos malcontentos, que son de un tipo bien conocido, y casi de una historia uniforme de Socialismo, Nacional Guildismo, etc.» (Suplemento de Social Credit, 09/10/1936, p. 1). Por otro lado, en el mismo número, un antiguo nacional-guildista, William Bell, apuntaba cómo Douglas ya había previsto en su día que «el movimiento guildista estaba condenado al fracaso porque las implicaciones financieras del problema no habían sido adecuadamente captadas por sus líderes, de los cuales el Sr. Reckitt era uno. Y Douglas tenía razón; pues era la “Sana Finanza” la que silenciosamente llevaba a las Guildas a un estado de insolvencia a la larga» (p. 4). El que ejercía a la sazón la función de secretario dentro del Secretariado del Crédito Social, W. L. Bardsley, insistía a su vez, pocos meses después, en otro número del órgano, en que «los miembros de ese Grupo tienen un imperfecto entendimiento del Crédito Social, tanto técnicamente como en los fundamentos», añadiendo a continuación varios ejemplos de ello «para aclarar la confusión, ya que el Crédito Social no debe ser ensillado con extrañas opiniones» (Suplemento de Social Credit, 05/02/1937, p. 4). Por lo demás, el propio Reckitt ya se había dado de baja como suscriptor del semanario Social Credit en agosto de 1936 (Suplemento de Social Credit, 14/08/1936, p. 4).
A pesar de todo lo dicho, creemos que la réplica de Reckitt a Chesterton, consagrada esencialmente a exponer la compatibilidad o complementariedad del Crédito Social y el Distributismo, representa –en este caso concreto– un fiel reflejo, en líneas generales, de la doctrina socioeconómica de Douglas. La contrarréplica de Chesterton, además de resaltar la parte quizás menos acertada del artículo de Reckitt, es un excelente resumen de la sociología distributista que, en todo caso, no supone –lo subrayamos de nuevo– una verdadera oposición frente a la filosofía social del Crédito Social. Como reconocía el propio Douglas, en la revista trimestral The Fig Tree: «El Sr. Chesterton y sus distributistas, en común con la Iglesia Católica, tenían fundamentalmente razón en reconocer la tenencia de propiedad estable como esencial a la libertad. Los términos de la tenencia están probablemente lejos de ser satisfactorios, tanto ahora como en el pasado, pero muy ciertamente no están siendo mejorados transfiriéndosela a merced de los usureros internacionales, cuyas políticas están enraizadas en valores espurios» (n.º de Junio 1938, p. 4).
La réplica de M. Reckitt se titulaba igual que el artículo original de Chesterton que la motivó, «El nuevo hacendado», y se publicó en el n.º de G. K.´s Weekly de 16 de febrero de 1933. La contrarréplica de Chesterton, bajo el encabezamiento de «Un peligro real», apareció en el n.º de 16 de marzo de 1933. Pasamos a reproducir por entero ambos textos.
Félix M.ª Martín Antoniano
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EL NUEVO HACENDADO
Señor.– Confío en que me permitirá a mí, quien ha sido un miembro de la Liga Distributista desde su fundación (y espero permanecer tal mientras se me permita hacerlo), realizar algunos comentarios sobre los muy importantes asuntos tan interesantemente elevados por su artículo, «El nuevo hacendado». Desde hace tiempo he aceptado lo que considero es el núcleo de la afirmación distributista, de que debe estar absolutamente garantizada para cada familia un poder económico de resistencia, completamente inalienable, a cualquier interferencia con su autonomía por el Estado o el capitalista. He sido todo el tiempo, sin embargo, uno de los que tienen –si bien no, confío, «con un aire ligeramente pedante de materialismo científico»– la convicción de que el primer paso hacia esto debe ser definitivamente dirigido a la desintegración del monopolio financiero que directamente esclaviza y empobrece a todos salvo un disminuyente puñado en el mundo moderno. Y así, si bien no puedo aseverar ser «un realmente capaz partidario del Esquema de Douglas», siempre he buscado una síntesis del Crédito Social y el Distributismo desde mi convicción de la validez de ambos. En esto me creo estar en sustancial acuerdo con el autor de lo que usted justamente llama «el excelente artículo sobre Tecnocracia» que recientemente apareció en el Church Times.
Lo que ampliamente llamamos Propiedad puede existir en muchas formas, la mayoría de las cuales, en el mundo moderno, serían rechazadas como ilegítimas por todas las escuelas de Distributismo. Pero podemos aislar dos por medio de las cuales podríamos, en mi opinión, legítima y efectivamente realizar la propiedad difundida (un término que vastamente prefiero al de «capitalismo difundido», con cuya altamente desviante frase lamento observar está asociándose la Liga).
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Activos tangibles, en tierra o de otro modo, poseídos con tal seguridad y en cantidad tal como para garantizar a sus propietarios una plena medida de responsabilidad y libertad económica.
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Un derecho sobre la herencia comunal de la sociedad, implementado como un dividendo nacional y absolutamente inalienable. (Insistiría en que esto no es en ningún sentido un Subsidio de Desempleo [Dole], ni siquiera uno «altamente digno», ya que no sería una concesión en ningún respecto, sino un pago reconocido como un derecho inherente, variando en cantidad de acuerdo con el superávit real corriente de la comunidad).
Ahora bien, la primera cosa que diría de estas alternativas es que ellas igualmente implican al menos el comienzo del fin del proletarismo. Como usted mismo lo dice, Señor, del n.º 2: con ello, «proponía justísimamente que los hombres libres tengan riqueza, y no meramente sueldos». Puesto que esto es así, instaría a que los distributistas no establecieran estas dos propuestas emancipadoras en ninguna innecesariamente fuerte antítesis. Ambas nos conducirán a donde queremos ir. En segundo lugar, pienso que los distributistas tendrían que encarar más francamente de lo que ordinariamente lo hacen las limitaciones impuestas por las condiciones contemporáneas, de las cuales no podemos inmediatamente (o incluso muy rápidamente) escapar, con independencia de lo mucho que podamos desear hacerlo, mediante la distribución de activos tangibles. Aparte de sus programas de tierra, aun si aceptamos su completa validez, la Liga ha tenido muy poco que sea concreto para proponer de carácter práctico y constructivo. Algunos críticos han hecho de esto un cargo contra el celo y la seriedad intelectual de los distributistas. Pero no veo fundamento alguno para esto; creo que la dificultad es inherente en la actual situación a la que nos enfrentamos.
Esto lleva a mi tercer punto, que es que los distributistas tienen que decidir no sólo cuál será la realización última de sus ideales, sino cuáles son las cosas inmediatas a acometer. Acéptese que una política por la tierra sea ciertamente una de ellas, aunque cualquiera con alguna experiencia comprenderá bajo qué tremendos obstáculos tendrá que proseguirse en las condiciones del momento. Argüiría que una política para distribuir propiedad en forma de un derecho sobre el crédito nacional de la comunidad es algo que tendríamos que acometer ahora, ya que, aparte por supuesto de la enérgica oposición del monopolio financiero alentada por la credulidad pública en cuanto al significado de «sana finanza», podría realizarse inmediatamente, sin ninguna reconstrucción de nuestro marco social. Note, por favor, que no estoy sugiriendo que ninguna reconstrucción semejante no necesite ser emprendida; mi propia opinión es muy mucho al contrario. Lo que estoy arguyendo es que es irrealista, si no es algo más, insistir en que las masas de nuestro pueblo se queden esperando cualquiera de los beneficios de la propiedad hasta que nuestro complejo marco plutocrático haya sido revisado conforme a estrictamente ortodoxos lineamientos distributistas.
Finalmente, pediría a los distributistas que considerasen cuán de valor aun la propiedad en activos tangibles va a ser para los hombres en un mundo dominado por un sistema financiero que puede –e inevitablemente tenderá a– hacer desplomarse los precios de las materias primas a niveles que amenacen la existencia de todos los productores primarios, y que artificialmente limita la demanda efectiva de toda la comunidad. Si el Crédito Social es una mal fundada vía de abordar la más malvada y disruptiva fuerza de nuestros días, que los distributistas se pongan a proveer una más sana. Lo que debe condenarles a una aún más desalentadora futilidad es un desesperado intento de pasar por alto el obstáculo del monopolio financiero, o pretender que no es de particular importancia, porque el tema resulte que no les interese.
MAURICE B. RECKITT
UN PELIGRO REAL
Por G. K Chesterton
No pienso que haya ninguna profunda división de principios entre yo mismo y el Sr. Maurice Reckitt, de cuya profundamente interesante e importante carta debiera haber tratado antes, de no ser por la necesidad de escribir sobre temas aún más actuales. O quizás era sólo la necesidad de seguir los cambios de las cosas, que cambian aún más rápidamente que las disolventes opiniones del Capitalismo en disolución. Yo no negué que un distributista, en cuanto tal, pudiera consistentemente estar de acuerdo en que el pequeño propietario estuviese apoyado por algún nuevo instrumento de crédito; y él no negó que él tuviera que ser propietario de más sólidas formas de propiedad, así como de un tal instrumento de crédito. Mi punto no era uno de negación, sino de peligro; de enfatizar un cierto peligro en esta aproximación alternativa a la propiedad, y la necesidad de mantener ese peligro en mente. Y cuando venimos a eso, por extraño que parezca, el Sr. Reckitt realmente lo enfatiza aún más de lo que yo lo hago. Él mismo señala, más de lo que yo pudiera señalarlo, la peculiar desventaja de una mera revolución por contabilidad. Él mismo declara el peligro de ella, aun cuando él declara la defensa de ella.
Pues, en efecto, el peligro está en la seguridad. El peligro está realmente en la ausencia de peligro. Yace en el mismo hecho que el Sr. Reckitt aduce como una ventaja de la distribución por crédito; el hecho de que pudiera hacerse muy segura y suavemente, sin perturbar «el marco» de nuestro sistema legal y social. Ahora no voy a posar como un revolucionario barato, blandiendo pico y pistola, y simplemente replico que me gustaría ver el marco aplastado mañana. Pero pienso que el Sr. Reckitt estaría de acuerdo en que, si algunos más juveniles revolucionarios dijeran eso, no sólo sería un estallido natural, sino uno que contuviese, si bien oculta, una más bien elusiva verdad. La verdad es que no queremos que el cambio desde la reciente civilización material, a otra más moral, evolucione muy fácilmente, en el sentido de muy inconscientemente. Hemos tenido muy demasiado de esa fácil evolución, la cual era generalmente la evolución del mal. Puede ser que los ingleses hayan perdido su libertad inconscientemente; no queremos que la recuperen inconscientemente. Aún menos queremos que la recuperen tan brumosamente que no tengan la vigilancia de guardarla; que sean embaucados en la aceptación de la mitad de ella; o de la mitad de un sustituto plausible de ella. Puede que no haya una revolución en el Estado, pero me imagino que debe haber algún tipo de revolución en el alma, antes de que el moderno inglés medio pierda el alma de proletario y gane el alma de propietario. Y esta revolución en las cosas del alma me parece a mí que viene más aguda y vívidamente a través de las cosas del cuerpo; pero, en cualquier caso y sobre todo, a través de las cosas; cosas y no teorías; cosas y no abstracciones o números o documentos o débitos o créditos. Estaríamos solamente logrando la mitad del distributista renacimiento de la realidad, si meramente hiciéramos al poder dinerario de los hombres mecánicamente igual, o aproximadamente igual, pero no trajésemos sus vidas en contacto con el tipo de trabajo y artesanía y cultura que no es meramente mecánico. Permitiríamos al industrialismo escapar de la pena de la mitad de sus crímenes, si sólo le declarásemos convicto de haber separado a los hombres de ciertos pagos que les son debidos, como si esos pagos se hubieran demorado en correos; y si no le declarásemos convicto más severamente por haber separado a los hombres de la madre-tierra y la madre-ingenio, de la prueba y tacto de la experiencia y creación concreta; de haber separado a los hombres incluso de sus cinco sentidos y sus cinco ingenios.
Ahora bien, desafortunadamente, el mismo hecho que el Sr. Reckitt menciona como una ventaja es aquí una desventaja. Precisamente porque a un esquema de crédito podría hacérsele encajar con el marco de nuestras presentes costumbres, probablemente sería establecido primero, antes que cualquier intento de mejorar nuestras presentes costumbres. Precisamente porque no necesita revolucionar la vida diaria de nadie, probablemente será aplicado por aquellos que no ven necesidad espiritual alguna de revolucionar la vida diaria de nadie. Se nos dirá que ciudadanos tenedores de trozos de papel, créditos para el mercado, está «dentro de la esfera de la política práctica»; pero que ciudadanos tenedores de trozos de tierra, o trozos de madera, o trozos de ladrillo, o incluso trozos de pan, no está «dentro de la esfera de la política práctica». Ahora bien, un aviso, tocante a la naturaleza de nuestra política, es sin embargo en este caso extremadamente práctico. Cualquiera, familiarizado con los caminos de aquellos a quienes podemos eufemísticamente llamar nuestros más prácticos políticos, sabe que no hay nada en lo cual ellos sean más adeptos y duchos que en comenzar con la parte más fácil de una cosa y entonces abandonar la parte más difícil. Hay aquí dos clases de reconstrucción distributiva que el Sr. Reckitt y yo consideramos como intrínsecamente legítimas; en verdad ambos estamos de acuerdo en que ambas son ventajosas. Pero en «política práctica», decir que una se hará antes que la otra probablemente signifique que una se hará sin la otra. En este caso hay un peligro real de que los hombres no se den cuenta de cuán profundo cambio de corazón y desafío al pasado reciente se necesita realmente para renovar la juventud de nuestra civilización. Cuando me refería a un Subsidio de Desempleo [Dole] de una especie más digna, yo era muy serio en sugerir tanto la dignidad como el subsidio. Pero la cuestión es si esa dignidad bruscamente se despertará lo suficientemente en aquellos que han sido desde hace tiempo acostumbrados a la indignidad de la dependencia industrial. Yo no dudo que aquellos que desean dar Créditos pretendan darlos en un nuevo y generoso espíritu. Solamente me estoy preguntando si aquellos que reciban Créditos no tenderán a recibirlos en el antiguo pasivo y mecánico espíritu. Y no veo ninguna forma de corregir semejante mala tradición excepto algo un poco más abrupto y experimental en la forma general de vivir; el solidificante choque de un contacto más agudo con la realización, el cultivo y el manejo de objetos reales. Admito que la dificultad de este lado del cambio es considerable, en la cuestión de hacerlo, y no menos en la cuestión de describirlo; pero hay misterios de materiales, y de sutileza y maestría manual, que llevan en sí mismos un tipo enteramente diferente de educación moral, liberando a la mente de toda la reciente educación mecánica y servil; y sugiriendo el significado del texto místico, que dice al maestro que su diestra le enseñará cosas terribles [Salmo 45, 5].
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