La guerra de WhatsApp y Facebook

EP

Whatsapp y Facebook se han quitado la careta y se ha desatado una ola de pánico. El espacio cibernético, para empezar, no es nuestro ni neutral. Cualquiera que sea la opción que utilicemos, no es nuestro ámbito, y todo lo que hagamos estará a disposición de quienes se quieran servir llegado el momento. Jugamos siempre desgraciadamente de visitantes, así que emigrar de un lado para otro, de una aplicación a otra, no creo que cambie en nada el riesgo ni el peligro. No hay escondite para nadie ni privacidad para ninguno. Deberíamos tener presente que lo que en la red se vuelca es tan público como aquellas tarjetas con que saludábamos a nuestras familias o amigos cuando pasábamos por Roma o Fátima, que iban sin sobre, con un mensaje sencillo y la dirección que leía el cartero, igual que el mensaje: «En Fátima he rezado por ti a la Virgen».

La civilización artificial quiere imponer su tiranía sobre nuestras realidades. Por eso mismo, si de verdad queremos escapar a su imperio, deberíamos volver a la civilización real. Es una herramienta fabulosa que tiene el enemigo y si queremos permanecer indemnes, no nos queda otra opción que mantenernos al margen y volver a hacer sociedad real de hogar y de pueblo, de cortijo o convento. Y todo su aparente poderío, el que esgrime este gigante con pies de barro, cae por tierra con un arma muy simple: el desprecio. Sí, no hacer aprecio de estas necesidades que nos quieren imponer como imprescindibles.

Pero vemos con consternación que en muchos lugares el correo ya ni existe, se cierran las oficinas y ya no llegan las cartas y las líneas telefónicas ya no son lo que eran.   ¿Nos quedan las palomas mensajeras? ¿O a las postas de sacrificados caballos? ¿O que al son del tambor vuelvan a declamarse los bandos?

Por eso, mientras tanto, los sigo utilizando «tanto cuanto», sin hacerme ilusiones sobre las bondades de la electrónica y el universo cibernético, pues está claro que, cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía, y tantas ventajas como nos proporcionaban estas herramientas, no podían ser gratis, por lo que, de una u otra manera, habíamos de terminar pagándolas. Al tener en sus manos toda la vida de cada usuario, tanto social como privada, económica como política, absolutamente toda, la información de cada individuo, si en un momento determinado alguno de ellos les viniera a resultar incómodo, pueden decidir su muerte social, sacando a la luz trapos sucios (esos que por lo general se lavan sólo en el confesionario) cuando lo necesiten y decidan… De esas penas capitales, nadie resucita.

Sed prudentes, pero fundamentalmente, no tanto porque el enemigo esté al corriente de todos vuestros hechos y gestos, sino porque como católicos debemos vivir en presencia de Dios, para quien ni siquiera nuestros secretos más recónditos permanecen ocultos. Al Señor el sistema le cobró con una blasfema bofetada cuando respondió: «He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho». Ojala cada católico sea censurado, abofeteado, su cuenta suprimida, por dar testimonio de la verdad mientras es de día y sea posible.

En definitiva: que el miedo al Gran Hermano no remplace el santo temor de Dios. Si desarrollamos este don del Espíritu Santo, creo que podemos seguir actuando con la bendita libertad de los hijos de Dios, y si algo hemos de padecer que sea por su causa para que no perdamos los méritos.

P. José Ramón García Gallardo, Círculo sacerdotal Cura Santa Cruz