EE.UU. nos ha dado algo más que un colorido espectáculo o unos episodios de artimañas ominosas en los últimos días. Nos ha regalado una lección de política real, que traspasa las lindes del maquiavelismo moderno y nos deja entrever la naturaleza de la comunidad política.
Muchos se escandalizan de que las instituciones y principales poderes del país se hayan aferrado a Biden, denostando a Trump. Pero un país es como un cuerpo, donde las partes organizadoras rigen su funcionamiento. Las instituciones y los poderes son los que conducen la política de una nación, y han fijado el organigrama de gobierno de los EE. UU. Porque las urnas no gobiernan.
Podemos denunciar lo incierto de los comicios o lo sucio de los ardides, especialidad yanqui, pero no perder de vista ese hecho. Las votaciones no sientan poder ni derecho al margen de las potestades reales de una sociedad. El uso normal de unos comicios es regular el turno de gobierno según convenga. No hay ningún fraude en forzar un poco el instrumento para que cumpla el propósito que le da sentido.
La democracia es casi siempre la forma de gobierno por la que una oligarquía dirige una sociedad. En el caso de las democracias modernas, estamos ante el reino del demagogo. La salida a la luz de irregularidades en unos comicios pocas veces ha tumbado un gobierno democrático. Porque la fuente de su potestad no depende de las votaciones, sino de los poderes que organizan el país democrático. Que, naturalmente, pertenecen a una oligarquía.
No hace falta recurrir a pantanos ni colegios secretos que gobiernan en las sombras. Basta con usar la prudencia y el conocimiento histórico para reconocer un club discreto, que más bien puja en penumbra qué presidente le es más beneficioso. Aquí no hay fraude, a no ser que creamos cándidamente que las urnas sientan derecho, como pretende la oligarquía dominante.
El verdadero fraude de la democracia consiste en hacer creer que el voto decide la bondad o la maldad de las cosas. Que debe gobernarse en función de la mayoría, y no en orden a la justicia. La extensión de esta creencia implica la aceptación de cualquier gobierno democrático. Nos esclaviza al gobierno electo por muchos pucherazos que den, por muchas promesas que incumplan y por muchos males que hagan. Total, ya votaremos a otro en las próximas elecciones.
Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid.