Hacendera

Vecinos de Madrid limpiando una calle. Europa Press

Las hacenderas eran costumbre arraigada en muchos pueblos de Castilla. Alguna vez al año, los vecinos hacían comunidad para realizar una labor de mantenimiento necesaria en el lugar: limpiar caminos, veredas de ríos y fuentes, arreglar calzadas, etc. Con ése u otro nombre, el rastro de esta institución puede verse en todos los terruños de la Monarquía Católica.

No es para menos: la hacendera media una necesidad natural en el hombre, concreta una necesidad comunitaria del municipio. Unas nieves nuevas han sepultado la vieja Castilla, y muestran con claridad esta verdad antigua. También desvelan los estragos de la revolución sobre las comunidades naturales.

La última semana hemos visto a multitud de vecindarios salir a sus calles para limpiarlas. A despejar las entradas de sus casas, desenterrar sus coches. Con palas y azadones, usando barreños y espuertas para picar hielo y aventar nieve. Porque el Estado del bienestar, las «autonosuyas» del bienestar, el ayuntamiento del bienestar, ni están ni se les espera.

Las administraciones más modernas y eficientes han quedado inermes, las tecnologías más avanzadas, varadas en la nieve. Esta civilización de comodidad y servicios a demanda se ha quedado helada. Los vecinos sólo tuvieron el calor y el abrigo de la vecindad, y recordaron la finalidad del municipio.

Las administraciones han desasistido a ciudadanos y clientes, pero ése no es el mayor escándalo. Su desasistencia revela el estado menesteroso y desangelado de tantas familias, vecindades, pueblos, comarcas. Los vecinos que no han podido asistirse entre sí no han sido atendidos por nadie. La destrucción del aparataje revolucionario queda a la vista cuando su acción descansa, como la osamenta de un cadáver después de la descomposición.

La hacendera tiene un aspecto espontáneo, pero no es mera espontaneidad ni asamblearismo. La organización de un pueblo para una labor requiere que ese pueblo exista, ese orden de familias en vecindad. No es una cuestión de cantidad ni sólo de población. Urbanizaciones llenas, calles populosas, siguen acogotadas por la nieve y sin suministros de agua, comida o luz.

Allá donde todavía existen familias con una salud mínima, que conviven en una vecindad que conservan como propia, aunque sea de modo precario, se han enfrentado a los elementos. Codo con codo, han afrontado un problema en comunidad porque tenían realmente una vida en común, y la dificultad era común a todos. Por contra, los individuos emancipados de vecindades rotas, de familias dispersas, han quedado postrados e indefensos. Al capricho de las administraciones que ayer les destruyeron y hoy les desasisten.

Roberto Moreno, Círculo Antonio Molle Lazo de Madrid