Impuestos y coches eléctricos

EuropaPress, D. Zorrakino

Desde enero de este año, el Ayuntamiento de Barcelona ha empezado a cobrar por la recarga de los coches eléctricos, que hasta dicho día había sido gratuita. ¿Y qué son estas medidas, sino una forma de empezar a restringir la aparente libertad y supuestos beneficios que iban traernos los coches eléctricos? El propósito de implantación a largo (o medio) plazo de un gobierno masónico universal exige la reducción al mínimo de los elementos de libertad que todavía quedan en la sociedad, por pequeños que sean.

Uno de estos elementos es la libertad de movimientos que confiere un vehículo con motor térmico. Ésta se ve notablemente reducida al depender de un sistema de suministro eléctrico, en manos, en última instancia, del poder revolucionario. Porque, para su uso, exige identificación y el pago creciente,de un dinero que así beneficia a la constitución y funcionamiento del Leviatán, como de las grandes corporaciones eléctricas, cuyas centrales térmicas no parecen ser un problema perentorio para la contaminación.

Uno de los elementos de la nueva religión laica que las logias y la judería porfían por imponer en el mundo es la fe ciega en el llamado «cambio climático». Como si el clima alguna vez se hubiera mantenido estático. Este culto naturalista a la tierra, promovido así desde la extrema izquierda como desde la jerarquía eclesiástica modernista actual, equivalente religioso de aquélla.

Dicha religión, como buen producto de la Revolución anticristiana, no parece necesitar ajustarse al principio de «no contradicción». De ahí que pueda desenvolverse en medio de las contradicciones más flagrantes: la alarma por el posible agotamiento de los combustibles fósiles y el ignorar sistemáticamente la posibilidad de elaborar combustibles sintéticos, como Siemens en la II Guerra Mundial. O las restricciones contra los vehículos de motor térmico en beneficio de los eléctricos, que se alimentan de centrales térmicas o nucleares. O también la propaganda que muestra la electricidad como un elemento necesario para reducir la contaminación, y el hecho de que ésta se produzca mayormente por la industrias, que nadie ha pedido desintegrar.

O la consideración de «elitistas» a quienes mantienen vehículos de combustión interna, por tal de no comprar automóviles cuyo precio ingente excede con mucho las ventajas de movimiento que realmente alcanza la automoción eléctrica. ¿Hasta cuándo habrá que seguir fomentando una insensatez que no es menos ridícula que destructiva?

Lucio Cisneros, Círculo Tradicionalista Ramón Parés y Vilasau