Libertad de expresión y derecho nihilista

EFE

La reforma del Código Penal que apunta a las intenciones de los gobernantes no dejan de sorprendernos. Como es sabido, se pretende la supresión de las condenas de prisión a aquellos que vulneren los «límites de la libertad de expresión». En una sociedad en descomposición, los síntomas de este penoso proceso no dejan de florecer, y en este caso son absolutamente palpables.

Los «derechos» liberales, entre los que se encuentra la «libertad» de expresión, lógicamente no pierden la dimensión que el Magisterio pontificio les otorgó con la denominación de libertades de perdición. Estas nefastas conquistas de la revolución no sólo deben enfocarse desde una dimensión personal y devocional, sino comprender que esconden un proceso disolutorio de toda comunidad política natural.

Tras la falsa libertad de expresión se esconde la absoluta indiferencia de la comunidad política para con la Verdad. Y esa Verdad, que en su dimensión religiosa fue extirpada mediante la separación de la Iglesia de la sociedad misma —ya sea con la guillotina francesa o con los enjuagues yanquis laicizadores—, ahora se cobra las víctimas en las estructuras naturales que antaño la gracia perfeccionó. Tenía razón Chesterton cuando afirmaba «quitad lo sobrenatural y os quedará lo antinatural». La Cristiandad produjo un lazo tan sólido entre la Revelación y las estructuras políticas naturales que al separar la fe de la sociedad se llevaron con ella la naturaleza sobre la que se asentaba.

La indiferencia, consecuencia del agnosticismo naturalista del liberalismo, parió la libertad religiosa, y en otro orden, la libertad de prensa, de expresión… El común denominador de todas ellas es la imposibilidad del hombre de alcanzar la verdad de las cosas, de descubrir y realizar la ley natural impresa en el corazón de todos los hombres.

Esta indiferencia, que soporta el andamiaje de la libertad de expresión, se manifiesta ahora con más solidez cuando no sólo tolera los comportamientos humanos más contradictorios y nocivos, sino que frena al la Justicia para que los condene en sus excesos. Y ésta es su consecuencia lógica, pues si un día los hombres renunciaron a la autoridad de la naturaleza de la cosas, ¿por qué no renunciar a la norma positiva que fija los límites de sus demencias?

Miguel Quesada, Círculo Hispalense