Cuando el Estado es enemigo de la vejez

La abuela y los nietos, de Fernando Alvarez de Sotomayor y Zaragoza, 1916. Museo del Prado

Los últimos datos de afiliación a la Seguridad Social y de pensiones en España manifiestan que la miseria general provocada por los gobernantes en las últimas décadas, se ve agravada aún más por las últimas decisiones tomadas para, supuestamente, combatir la enfermedad del covid. Las afiliaciones de trabajadores han disminuido de manera alarmante, lo que es motivo especial de preocupación porque las pensiones de los mayores dependen de ellas para su sostén.

Las condiciones laborales de los españoles son quizás las más precarias e inciertas de entre los países que antaño fueron los más prósperos de la Cristiandad, hoy subvertida en Unión Europea. Además, este grupo de Estados es el que deliberadamente viene fomentando con sus políticas esta situación de precariedad, relegándonos por decreto a ser sirvientes de los turistas, al vaivén de las circunstancias, con la complacencia de los gobernantes de nuestros reinos españoles.

Ahora nos importa centrar estos hechos en la cuestión de la vejez. A pesar de los intentos recaudatorios del Estado, la precariedad del trabajo y los bajos salarios causan que las pensiones se encuentren en el límite de su supervivencia. Originadas estas pensiones tras la destrucción del mundo familiar tradicional y de su economía, fueron constituidas con la intención de sostener con los impuestos de los trabajadores a los ancianos y a los jubilados ya incapaces de trabajar con el vigor conveniente.

Para los Estados la existencia de la senectud es una honda molestia, pues ella por sí sola siempre ha sido la condensación y el corazón de la vida familiar, a menudo corona de sabiduría y foco de arraigo en el hogar, cosas estas por naturaleza opuestas al Estado liberal. Los gobernantes han acabado en lo que le era posible con esta vida familiar cristiana y han favorecido que se abandone a los ancianos en detestables residencias.

No pueden abiertamente acabar con los mayores, aunque lo fomentan por medio de leyes asesinas como la de eutanasia, pero sí pueden corromperlos y a la vez ahogarlos por medio de las pensiones. Los ancianos y jubilados no quieren las limosnas denigrantes que los partidos políticos les conceden, mientras se las regatean y las reducen saqueando los presupuestos reservados para ello. El anhelo más auténtico de la vejez es el de consumar el tiempo en la compañía de ese fruto de su vida, que es su familia.

Es por el abandono de sus mayores por parte de sus propias familias alentadas por el mundo moderno y su corrupción de las mentes y de las almas, por lo que los ancianos necesitan de esas limosnas para su sostén material.

El Estado busca silenciosamente reducir ese sostén económico, mientras apaga a escondidas la llama viva de la familia católica y tradicional que siempre fue la vejez.

Nosotros debemos recobrar el ánimo de sacrificio por ellos, a quienes les debemos la vida, para que a pesar de las dificultades y asperezas que el Estado multiplica, podamos darles lo que anhelan y necesitan. No una pensión económica, sino un sustento espiritual, una comunión de las almas en la familia, buscando la gracia de Dios.

Gabriel Sanz Señor, Círculo Cultural Antonio Molle Lazo de Madrid