Carlos Etayo Elizondo (1921-2006) fue una de las grandes personalidades del tradicionalismo español de la segunda mitad del siglo XX. De ahí que se le haya recordado en la recta final del ciclo que las Conversaciones de La Esperanza han dedicado a los maestros del tradicionalismo de ese periodo. Quizá Etayo no pueda considerarse maestro desde el punto de vista intelectual, aunque fue un apóstol de la buena prensa con las ediciones Sancho el Fuerte, que pagaba de su bolsillo, y con el apoyo –entre otras obras– a la Ciudad Católica y su revista Verbo. Sí lo fue, en todo caso, con su ejemplo de militancia tradicionalista constante.
Oficial de la Armada, pidió el pase a la situación de supernumerario siendo teniente de navío, esto es, muy pronto en su carrera, para poder seguir navegando y no encerrado en destinos burocráticos. Su pasión por la arqueología naval le llevó a reconstruir del modo más fiel posible las carabelas colombinas, en concreto la Niña, con la que en dos ocasiones hizo la travesía del Atlántico. La última de ellas en 1992, en la ocasión del V Centenario del Descubrimiento y Evangelización de las Indias Occidentales, cuando contaba más de setenta años. Pero incluso seis años después, la condujo hasta Lisboa, donde se celebraba una Exposición universal, desde Las Palmas de Gran Canaria, a fin de tomar posesión de la plaza de miembro de la Academia de Marinha. Reconocimiento que compensaba los desencuentros sonados con las autoridades de la Armada española.
Carlos Etayo, requeté voluntario en la guerra de liberación con dieciséis años, fue siempre un carlista activo hasta su muerte. Por eso, S.A.R. Don Sixto Enrique de Borbón le distinguió con la Cruz de Caballero de la Orden de la Legitimidad Proscrita. Precisamente meses antes de su muerte habló con él por teléfono ante la imposibilidad de visitarle, como era su deseo, tras la renovación del juramento de defensa de la Unidad Católica, transcurrido medio siglo del mismo, que no pudo tener lugar en el Monasterio de Santa María la Real de La Oliva, donde se le cerraron las puertas, desplazándose de resultas a las carmelitas de Olite. Ese retraso es el que a la postre impidió a la comitiva visitar a Carlos Etayo en la residencia de San Adrián donde pasó los últimos años. Pero no impidió a Su Alteza trasladarle su recuerdo y afecto.
Miguel Ayuso trazó una semblanza de Etayo. José de Armas narró todos los pormenores de las expediciones de Etayo y sobre todo de las dos últimas, de las que fue testigo presencial. Y finalmente, su hijo José Gabriel, tripulante de la Niña III en 1992, completó el cuadro con recuerdos inolvidables de la travesía.
AGENCIA FARO