Es muy frecuente ver que quienes recién tuvieron contacto con conceptos como el de Hispanidad desarrollen una especie de endofobia —esto es lo que los progresistas suelen llamar malinchismo—, porque ven en el concepto de Hispanidad una especie de veneración a lo europeo. Al ver las cosas desde este punto de vista, el neófito —y en muchas ocasiones gente que lleva mucho más tiempo en contacto con esas ideas— empieza a odiar a su propio país y a usar este Hispanismo como una excusa para promover la demolición de su propia tradición, generalmente buscando imitar modelos de los actuales países de Europa, sin advertir por un lado que estos modelos no tienen relación alguna con la tradición hispánica y, por otro, que estos países de hecho ya influyen mucho sobre la política hispanoamericana usando las ayudas como medio de chantaje o directamente presionando al gobierno mediante la deuda. Vale aclarar que no veneran exclusivamente a Europa, sino también a los Estados Unidos, otro de los entes extranjeros que nos domina a día de hoy. No son tradicionales ni veneran la Tradición. Este es el problema fundamental: no tienen Tradición.
Una de las características más notorias del carlismo es su defensa de los fueros: defensa que se extiende a la lengua, usos y costumbres de cada una de las Españas. Es decir, el carlismo defiende la unidad de las Españas sin contradecir su diversidad. Esto no es gratuito, puesto que esta diversidad de las Españas fue un elemento importantísimo de la vieja Monarquía Católica que se extendía por los cinco continentes; el Rey, pues, se comprometía a respetar y defender estas particularidades. Esto se confirma al recordar que S.M.C. Don Carlos VII juró defender los fueros, usos y costumbres de Vizcaya el 3 de julio de 1875.
Al comprender la auténtica tradición hispánica, aprendemos a amar nuestras particularidades; un tradicionalista colombiano nunca intentaría importar fórmulas extranjeras, sino que defendería su tradición particular, la cual es de orígenes evidentemente hispánicos. Entendemos pues, que el tradicionalismo hispánico —que no Hispanismo— correctamente entendido no lleva sino al patriotismo. Lo que los endofóbicos, en su complejo de inferioridad, suelen admirar de los países del llamado primer mundo son los resultados del liberalismo y del protestantismo. Doctrinas anticristianas que ya han penetrado el mundo hispánico llevándolo a un triste deterioro. Nosotros, los tradicionalistas hispanoamericanos, así como los tradicionalistas peninsulares rechazaron a Europa en la guerra contra Napoleón, debemos rechazar el primer mundo, sus doctrinas y sus ideas.
El tradicionalismo debe ser patriótico. Desde el llanero colombo-venezolano hasta el gaucho argentino, todos son elementos que son parte de los diferentes usos y costumbres que los tradicionalistas debemos defender.
E. Jiménez, Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas