Una de las Leyes del corpus jurídico civil del régimen de Cristiandad hispánico que más ha sufrido la manipulación por parte de los revolucionarios, pretendiendo tergiversarla a su favor, ha sido la Ley 10, del Título 1, de la 2ª Partida. Se titula: «Qué quiere decir Tyrano, e cómo usa su poderío en el Reyno después que es apoderado dél». En esta norma se describen los manejos de que se sirven los tiranos para tratar de consolidar y estabilizar mejor su control sobre la población en la que imperan; y no resultará vano repasar brevemente esas artimañas, ya que cuadran a la perfección con los usos seguidos por los revolucionarios hasta hoy, y de cuya realidad tenemos buena experiencia en nuestros días.
La Ley distingue entre el tirano que consigue el poder sin legitimidad alguna (caso típico revolucionario), y el que, habiendo accedido legítimamente al mismo, se convierte en tal por sus malas acciones. Empezando por el primer caso, que es el que más nos interesa, afirma: «Tyrano tanto quiere decir como Señor que es apoderado en algún Reyno o tierra por fuerça, o por engaño, o por traición». No otra cosa distinta se puede decir de las fuerzas políticas de facto que se han venido sucediendo desde 1833 hasta hoy. «E estos atales [es decir, los tiranos] son de tal natura que, después que son bien apoderados en la tierra, aman más de facer su pro, maguer sea daño de la tierra, que la pro comunal de todos, porque siempre biven a mala sospecha de la perder». Esto es muy importante y siempre se ha de recordar en todo momento: un poder ilegítimo o contra derecho es imposible que pueda promover nunca el bien común, porque su única preocupación es la de afianzar su recién y tambaleante adquirido poder antijurídico, y, para ello, usará de todos los medios o mecanismos necesarios para la consecución de ese objetivo. La Ley enumera a continuación las «tres maneras de artería» de que suelen servirse los nuevos poderes constituyentes con vistas a ese fin.
La primera consiste en que los tiranos «punan siempre que los de su señorío sean necios e medrosos, porque, quando tales fuessen, non ossarían levantarse contra ellos, ni contrastar sus voluntades». Creemos que aquí se está describiendo lo que muchos pensadores de la Comunión calificaban de proceso masificador de la población, en donde se va sustituyendo al pueblo por la masa, la cual –según palabras de Pío XII– «es por sí misma inerte, y no puede recibir movimiento sino de fuera. […] espera el impulso de fuera, juguete fácil en las manos de un cualquiera que explota sus instintos o impresiones, dispuesta a seguir, cada vez, hoy ésta y mañana aquella otra bandera».
La segunda es «que los del pueblo ayan desamor entre sí, de guisa que non se fíen unos de otros, ca mientras en tal desacuerdo bivieren, non osaran fazer ninguna fabla contra él por miedo que non guardarían entre sí fe ni poridad». Son muchas las cizañas auspiciadas por los poderes revolucionarios entre las familias españolas. Quizás la peor de todas haya sido la promoción de los nacionalismos en ciertos territorios de la Península, considerando el poder central que valía más la pena favorecerlos si con eso se podía conseguir un mayor apoyo a los miembros de la usurpación antimonárquica en esos ámbitos territoriales. Añádase además la división social que surge de la progresiva pérdida de la unidad católica, y la promoción de toda clase de ideologías de conflicto (entre padres e hijos, entre sexos, entre clases sociales, etc.) en toda la población española.
La tercera, y última, es «que punan de los fazer pobres, e de meterles a tan grandes fechos, que los nunca pueden acabar; porque siempre ayan que ver tanto en su mal, que nunca les venga el corazón de cuidar facer tal cosa que sea contra su señorío». A este método, quizá el más poderoso de todos para el control de la sociedad, es al que Belloc denominaba Estado servil, y es complementario con el primero que veíamos sobre la masificación. El sistema financiero asume aquí un papel protagonista, pues es sobre todo mediante el manejo de las finanzas como se consigue un tipo de sociedad en el que las personas sólo puedan tener como único horizonte mental la lucha por ganarse la vida, dejándosele así tranquilo al tirano usurpador.
Félix M.ª Martín Antoniano, Círculo de Granada.