A los 30 años de la Constitución colombiana

El Espectador

El 4 de julio de 1991 fue promulgada la Constitución Política de la República de Colombia. Constitución con la que los católicos sólo podemos estar en desacuerdo, como con todas las de su especie. Así lo recuerda, muy acertadamente, don José Miguel Gambra, nuestro Jefe Delegado, en su imprescindible La sociedad tradicional y sus enemigos, de la que se extraen los siguientes fragmentos:

«La constitución no puede asimilarse en modo alguno a un pacto prudencial en orden a mantener un bien como la paz dentro de una sociedad dividida. Conlleva siempre una raíz anticristiana, porque funda la validez de la ley en la voluntad humana y no en la ley de Dios o en la ley natural. Bajo la sombra constitucional, todo acto legislativo está radicalmente dañado por la intención con que se promulga, pues remite explícitamente al soberbio designio humano de constituirse en legislador universal. Incluso en el caso de que materialmente la ley no conculcara los principios cristianos y naturales; incluso si se declarara que la república se somete, por voluntad popular, a las directrices morales de la verdadera Iglesia, los actos legislativos emanados de la asamblea estarían viciados de raíz y serían moralmente ilegítimos por la intención que los anima».

 Y a continuación habla de las dos actitudes que podemos tomar ante la constitución:

«Una coincide con el rechazo radical del derecho nuevo contenido, por ejemplo, en los Fundamentos inmutables de la legitimidad española, sintetizados por el Rey Don Alfonso Carlos, cuyo último punto exige el restablecimiento de los “principios y espíritu y, en cuanto sea prácticamente posible, el mismo estado de derecho y legislativo anterior al mal llamado derecho nuevo”». La otra consiste en «el bautizo del derecho nuevo, o constitucional, de los derechos humanos y de los regímenes democráticos…».

Ante lo cual queda elegir. O ser católicos puros, ortodoxos, consecuentes con nuestra tradición; o ser católicos liberales, y así caer bajo la condena del magisterio de la Iglesia y la ira de Dios.

 Juan Pablo Timaná, Círculo Tradicionalista Gaspar de Rodas de Medellín.