Después de los indultos, viene el referéndum pactado. El pasado 22 de junio, el presidente del desgobierno español, Pedro Sánchez, justificó la necesidad de indultar a los políticos catalanes presos por sedición, mediante una intervención sentimental plagada de lugares comunes: concordia, reencuentro, empatía, convivencia, diálogo.
Aunque tal medida de gracia (o desgracia) esconde en realidad el pago político por el apoyo de los secesionistas al desgobierno de la Moncloa, se trata de la vieja estrategia del Régimen del 78 de contentar a los nacionalistas catalanes para calmar su apetito voraz. Estrategia que han perpetrado todos los gobernantes que ha sufrido España desde Adolfo Suárez hasta la actualidad. Por eso, a nadie debería sorprender ahora que Pedro Sánchez ceda ante ellos: es lo que todos sus predecesores han hecho desde hace más de cuarenta años.
Sin embargo, esta estrategia ha conseguido el efecto contrario al (teóricamente) deseado: las cesiones no han servido para calmar el apetito voraz de los nacionalistas catalanes, sino para alimentar y engordar cada vez más al monstruo secesionista que sufrimos. El adoctrinamiento escolar, la propaganda en los medios de manipulación de masas como TV3, y la financiación pública de múltiples chiriguitos secesionistas, han forjado la actual alucinación colectiva —digna de estudio y tratamiento psiquiátrico más que político— que actualmente abduce a más de dos millones de catalanes. Y no se contentarán ni con la cesión de más competencias, ni con indultos, ni con referéndums, ni siquiera con la secesión consumada o independencia: aun en el supuesto de que consigan su anhelada República Catalana, seguirán pidiendo más: Valencia, Mallorca, etc. Y aunque también las consigan, seguirán pidiendo aún más, ad infinitum.
Así lo hemos comprobado nuevamente tras la concesión de los indultos. La medida de (des)gracia de Pedro Sánchez no ha servido para la concordia, el reencuentro, la empatía ni la convivencia, como se justificaba el día de su concesión. Todo lo contrario: los beneficiados por los indultos han reaccionado humillando a Sánchez en el Congreso al anunciar un referéndum de autodeterminación que Sánchez negaba. Ése es el resultado de la estrategia de contentar a los nacionalistas, llevada a cabo por todos los desgobiernos de España desde 1978.
Por otro lado, el régimen liberal del 78 carece de argumentos para oponerse a tales cesiones. Un principio fundamental del liberalismo es la autodeterminación del hombre respecto de Dios, del orden natural, de la tradición, del bien común, en definitiva, de cualquier atadura que pudiera limitarle, endiosando así su propia voluntad. Los secesionistas catalanes tan solo aplican, consecuentemente, el principio liberal de autodeterminación del hombre, pero referido a las sociedades en sí, que se personifican como si tuvieran voluntad propia. Y se veneran como nueva deidad.
Así las cosas, podemos concluir que la cuestión catalana no se resuelve en Cataluña, sino en Madrid.
Por un lado, el gobierno de España ha de cambiar su estrategia con los secesionistas catalanes: no hay que contentarlos, sino derrotarlos. Basta con actuar en tres ámbitos: eliminar el adoctrinamiento escolar en las aulas catalanas, cesar la manipulación de los medios de comunicación encabezados por TV3, y cortar la financiación pública a la legión de chiringuitos secesionistas.
Y por otro lado, y más importante aún, es necesario superar el liberalismo que desde Madrid se ha extendido por toda la Hispanidad como un cáncer que está disolviendo nuestra convivencia. La comunidad política debe volver a inspirarse en el orden natural, debe tender al bien común como antaño, y debe enarbolar de nuevo la bandera de la Tradición que tanta gloria dio a España, pues España sólo fue grande cuando sirvió con humildad a su Creador, a Cristo Rey.
Josep de Losports, Círcol Tradicionalista Ramon Parés y Vilasau de Barcelona.