Humor- ¡Qué cosas se ven, Don Pero!: ¡Nada de capa!

Sánchez actuando como Jefe del Estado. TVE

Madrid, 12 de Octubre de 2018: durante unos escasos segundos, Pedro, del ilustre solar matritense de los Sánchez, usurpa el título de Princesa de Asturias. Tras saludar de manera totalmente inadecuada a Sus Majestades Constitucionales (bueno, quizás de manera totalmente adecuada, dado su carácter constitucional), no tuvo mejor ocurrencia que colocarse a la diestra del Alto Representante del Estado –en esperanto jurídico, «Rey»- durante la recepción palaciega, popularmente conocida como besamanos, siendo saludado, acto seguido, por la Tercera Autoridad del Estado, la Presidente del Congreso de los Diputados. (Y conste que pongo besamanos por convención: ateniéndome a los hechos, aprietamanos y gracias, merced a esa ilustre iconoclasta que es Doña Letizia).

¿Qué? ¿Qué eso pasó hace casi tres años? ¿Y qué? Quizás una parte de la actividad periodística (y permítanme la arrogancia de aplicarle a esta columna tan generoso calificativo) debiera consistir en refrescar nuestra conciencia de hechos y acontecimientos del pasado que puedan ayudarnos a comprender mejor los del presente. «Se llama Historia, don Gildo», me dirán. No. A la Historia le interesan los hechos, las noticias brutas, pero, en teoría, debería abstenerse de opinar sobre ellas. La Historia que se pretende científica –caso de existir- no puede conjeturar libremente sobre los hechos que se le presentan. Dicho de otro modo: no puede presentarnos una sección Noticias y otra de Opinión. El periodismo, por su carácter no científico en modo alguno, puede muy bien solazarse en interpretaciones subjetivas, más o menos verosímiles o ajustadas a la realidad y con fines de lo más variopintos. El mío, como ya saben, es humorístico, pero también crítico: creo, espero que no sin algún fundamento, que si muchas de las cosas que ya han sucedido nos ayudan a entender otras que ahora suceden, no es menos cierto que determinados eventos en curso pueden también arrojar luz sobre otros, ya archivados por la Historia.

Y así fue como me acordé del efímero reinado de D. Pedro II de Castilla. Recuerdo haberme reído bastante con la estampa. En especial, creo que la cara y la actitud de Ana Pastor, que siempre se me antojó una versión madura de la lechera de Samaniego, no sé por qué, y que en aquellos entonces ejercía la Presidencia de la Cámara Baja, representó a la perfección el estado de ánimo de buena parte de los españoles: entre lo risueño y lo resignado: «Te has liao, Pedrito, pero en el fondo todos sabemos que eres tú el que manda».

Y tan es así, que a los pocos días o quizás esa misma tarde, Zarzuela (el Palacio, no el Teatro, aunque pareciera lo contrario) emitió un comunicado oficial responsabilizando a su servicio de protocolo de la confusión y exculpado así, galana y discretamente a Sánchez de todo delirio regio. Hombre, ¡como si la ciudadanía española pudiese siquiera sospechar una cosa tan fea como la ambición usurpadora en el honorable Doctor Sánchez…!

Aproximadamente medio millar de Decretos-Leyes después, Sánchez sigue reconfortándonos con su exquisito respeto a la tan cacareada y tan poco aplicada separación de poderes. Pero, para tranquilidad de muchos, Letizia y Ortiz, como llamaba con genial aunque inintencionado acierto mi hermano pequeño a Sus Majestades Constitucionales, siguen ocupando (o, incluso, okupando) el trono (con perdón de la expresión), de España.

Sánchez gobierna pero no reina. Han transcurrido ya casi tres años y nuestro heroico líder sigue sin capa y sin corona. ¡Cuán injusta es Fortuna!

Y, hablando de capas: no sé si saben que, a veces, Disney y, sobre todo, su filial y antigua competidora, Pixar, hacen películas bastante extraordinarias: de extraordinaria calidad y de extraordinario mensaje: por lo políticamente incorrecto, por lo (casi) cristiano y por lo rabiosamente carca. Una de ellas fue, en su día, Los Increíbles. Y más increíble (por inimaginablemente antifeminista) fue su segunda parte, pero otro día hablamos de las madres y el empleo remunerado.

Edna

Hay un personaje de la saga que cautivó inmediatamente al público: una excéntrica diseñadora de moda, (llamada, poco originalmente, Edna Moda), caricatura ramplona de «lo italiano», que es, como dirían los frívolos pedantes, la diseñadora de cabecera de los superhéroes y, en particular, de la familia protagonista. En un momento dado, recibe la visita del patriarca, Bob Parr, quien le anuncia su imperiosa necesidad de un nuevo súper traje para poder seguir cometiendo sus súper heroicidades (no se confundan: me gusta la película, pero no el concepto de súper héroe, pero eso lo dejamos para otro momento).

¡Ah! Bob quiere una capa: noble, digna, mayestática… ¡Zas! Bolazo de papel en la cabeza de la simpática Edna: «¡Nada de capa!». Las capas son, según parece, peligrosísimas: muchos han muerto por llevar capa: atrapados por ascensores, enganchados a misiles intercontinentales, absorbidos por turbinas de aviones comerciales… (Las escenas son casi brutales, la verdad).

 A lo mejor la agresión de celulosa esconde un importante mensaje subliminal (que, a mi juicio, podría casar bien con el argumento de la película): Bob aún no se ha ganado su capa. La capa es una prenda que hay que saber llevar: la llevan los clérigos en ciertas ceremonias, algunos militares y, al menos antiguamente, la llevaba por excelencia, el monarca.

A lo mejor, aquel no tan lejano 12 de Octubre, el ínclito Doctor soñaba ya con el día en que la ciudadanía henchida de fervor socialdemócrata expulsaría a los restos de la monarquía de España (o expulsaría a la monarquía de los restos de España) y le proclamaría Presidente Bronceado de la República de Sol y Playa. O Emperador de la Brillante Sonrisa. O cualquier otro sueño regio, a la altura de sus ambiciones y de sus méritos.

No le culpemos de haber querido soñar, por unos breves instantes, con la reverencia y la sumisión que su ego demanda pero a las que sus talentos nunca le harán acreedor. Bastaba una breve intervención de un discreto agente de protocolo para devolver a Pedro II a la triste y mundana realidad de la Presidencia del Gobierno. Pero, seguro que estarán de acuerdo conmigo: la escena hubiera sido brillante con un bolazo de papel y una vocecilla chillona diciéndole:

– «¡Pedrito! ¡Para ti nada de capa!».

G. García Vao