Encarnacionismo y escatologismo: desviaciones de la acción política

Toma de la Bastilla, de Jean-Pierre Houël

Canals Vidal distinguía dos desviaciones de la correcta actitud de un católico español en su acción de oposición contra la Revolución imperante en nuestra actual época contemporánea: el encarnacionismo, y el escatologismo. Ambas tendencias, en realidad, sirven en la práctica para intentar apartar a los legitimistas (única verdadera oposición contrarrevolucionaria) de la acción política, y consolidar al mismo tiempo el statu quo de los poderes revolucionarios constituidos.

La mentalidad encarnacionista se caracteriza por considerar a la propia Revolución (en sus sucesivas manifestaciones), no como una realidad anticristiana (o anticrística) contra la cual habría que luchar para poder restaurar el verdadero orden social cristiano conculcado, sino como la auténtica y verdadera expresión del cristianismo en el ámbito sociopolítico. El promotor de este «bautismo» de la Revolución fue Lamennais, quien la consideraba como la genuina voz del «pueblo», cuyo sentido o sentimiento común constituía el criterio para la certeza de cualquier afirmación general. Canals atribuía al ambiente romántico de la época el origen del cambio en Lamennais desde sus primeras ideas tradicionalistas hacia su ulterior posición liberal- «católica».

Sin embargo, creemos que sí existe una conexión lógica e intrínseca entre ambas posturas ideológicas. La ideología tradicionalista- «católica» de Lamennais proviene del masón saboyano Joseph de Maistre, su auténtico maestro y fundador. Éste sostenía, siguiendo a Orígenes (su autor de referencia), la existencia de una religión primitiva y primordial, que sería la auténtica y verdadera religión («Ella nació aquel día en que nacieron los días»), siendo las religiones positivas meras expresiones imperfectas de ella, de entre las cuales la católica (según él) sería la que mejor la reflejaría. Pero la verificación de esta religión primitiva la encontraríamos en las afirmaciones generales sostenidas por toda la humanidad, las cuales habría que considerarlas expresiones ciertas de esta religión primordial. Así, tanto el lema «vox populi, vox Dei», como la sentencia de S. Vicente de Lerins «lo que fue creído por todos, siempre, y en todas partes», ya no se referirían exclusivamente al conjunto de los fieles cristianos (que es como siempre se entendieron), sino al conjunto de toda la humanidad. Esta naturalización gnóstica de la revelación cristiana es la que servirá de base intelectual a la actitud encarnacionista, actualizada últimamente con el mito de la «nueva cristiandad» de Maritain, por desgracia abrazado por el aparato oficial eclesiástico tras el Concilio Vaticano II.

La otra mentalidad, la escatologista, se caracteriza por una resignación ante la situación revolucionaria imperante, y, so capa de «espiritualidad cristiana», rechaza todo compromiso de lucha sociopolítica para vencer a la Revolución. No es incongruente situar también el origen de esta mentalidad en el polivalente y ambiguo Joseph de Maistre, a través de la vertiente providencialista-apocalípticista de su ideología tradicionalista-catolicista. El promotor social de esta corriente será Frédéric Ozanam, con la creación de sus Conferencias de San Vicente de Paúl, verdadero origen del asociacionismo democristiano, que, bajo pretexto de «dedicarse a la mera caridad sin inmiscuirse en asuntos políticos», servía de cauce para retirar de la lucha política contrarrevolucionaria a los verdaderos soldados de Cristo.

En España, serán los balmesianos los difusores de las Conferencias y los fundadores del democristianismo. El propio Donoso, que algunos creen que habría evolucionado hacia el legitimismo de no ser por su precoz muerte, en realidad, según se desprende de las cartas del final de su vida, tras caer en un profundo pesimismo, tendía más bien a retirarse de la vida política (ingresó en las Conferencias en 1850, y estaba en continuo contacto con los balmesianos). Aparte de la vía democristiana, esta desviación escatologista se ha concretado en diversas formas de comunitarismo liberal y excluyente, cuya última manifestación la podemos comprobar en el movimiento de la llamada «Opción Benito»; y resulta curiosa su perfecta complementariedad con el encarnacionismo, sobre todo en aquellos sectores milenaristas, como Le Sillon, que esperan el advenimiento del «reino divino» a partir de la propia evolución naturalista del «mundo cristiano» traído y desarrollado por la Revolución (verdadera actualizadora, según ellos, del cristianismo sociopolítico). Por desgracia, también ha tenido cabida esta vertiente en el Concilio Vaticano II, sobre todo con la desvirtuación de la Fiesta de Cristo Rey, que pasa de ser motivo de compromiso para una restauración sociopolítica cristiana, a convertirse en mera esperanza escatológica del Reino de Dios.

Félix M.ª Martín Antoniano