Durante los últimos años —en el contexto que un periodista canadiense llamó la «Guerra de las Estatuas»— un blanco favorito del vandalismo ha sido Cristóbal Colón. Sus estatuas han sido retiradas o vandalizadas, sin embargo, por razones distintas, según el país de perpetración.
En los Estados Unidos de América, por razones tribales. La burguesía anglosajona que durante el siglo XIX exterminó a los naturales las retira hoy en el XXI para enmendar —supuestamente— el pasado colonial inglés. Como si el Almirante hubiera sido un corsario protestante al servicio de la rapacería londinense. Con ello contribuyen los vándalos al fortalecimiento de la Leyenda Negra anti-hispánica, perfectamente conscientes de lo que implica el crecimiento de cierto sector poblacional. Pero su ciudadanía es demasiado ignorante como para advertir la contradicción. Por su parte, suelen salir en defensa de dichas estatuas los descendientes de los inmigrantes italianos pues, con razón o sin ella, consideran al célebre genovés su compatriota.
Es decir, tanto el ataque como la defensa, tienden a ser tribales, manifestación de las divisiones étnicas que caracterizan el tejido social de los Estados Unidos. Lo cual no debería resultar sorprendente. Originalmente poblado por tribus que vivían en estado de dispersión —a diferencia de los pueblos del Anáhuac y del Perú, que gozaban ya de un relativo estado de politicidad antes de incorporarse a la Monarquía Hispánica—, y con la mala fortuna de haber caído en manos de los ingleses, las sucesivas olas de inmigrantes que se recibieron no cambiaron significativamente dicho estado.
Los ingleses, al haber fundado sólo colonias —en el sentido moderno del término— y no integrado reinos y señoríos como la Corona de Castilla, dotaron el territorio de enclaves mercantiles, pero no de verdaderas instituciones políticas, con lo cual condenaron a la población sujeta a ellos a vivir al margen de la auténtica sociedad, carencia que el congregacionalismo protestante y el contractualismo político no han sido capaces de remediar.
Los Estados Unidos de América son, en otras palabras, una gigantesca «Apachería» cuyo tribalismo interno ha logrado ocultarse a la mirada sólo gracias a los artificiales vestidos de la prosperidad económica y la eficacia administrativa, alicientes efímeros cuyo debilitamiento paulatino ya está comenzando a notarse.
En Hispanoamérica, en cambio, el ataque a las efigies del Almirante no suele ser tribal, sino estatal —en cuanto procede de las entidades políticas ajenas a la sociedad fundadas por la Revolución—, sectario —en cuanto procede de grupúsculos ideológicos— y extranjerizante —en cuanto pretende arrancar la raíz hispánica para sustituirla por europeísmos—.
La Ciudad de Méjico, por poner un ejemplo, acaba de presenciar un acto de tal naturaleza. El día 10 de octubre de 2020 se retiró la estatua de Colón ubicada en la avenida Paseo de la Reforma para —supuestamente— llevar a cabo una restauración material de la misma. Sin embargo, se anunció el pasado 5 de septiembre de 2021, que la estatua no sería devuelta a su lugar, sino desplazada a un parque en Polanco, para ser sustituida en el Paseo de la Reforma por una estatua «dedicada a la Mujer Indígena». Cabe subrayar que ninguna de las personas responsables de la decisión —como suele ocurrir en estos casos— es indígena.
Por el contrario, anunciada la decisión por Claudia Sheinbaum, Jefe de Gobierno de la ciudad —quien es, de paso sea dicho, de familia judeo-lituana—, tiene como objeto conmemorar los «los 500 años de resistencia de las mujeres indígenas». Conmemoración que resulta en absoluto irónica en la ciudad tomada gracias a los buenos oficios de Doña Marina.
Rodrigo Fernández Diez, Círculo Tradicionalista Celedonio de Jarauta de Méjico.