¿De qué unidad me hablan?

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Los periodistas y las peatones, las amas de casa y los sacerdotes, reclaman unidad de miras en lo político, un rumbo común que no cambie aún cuando lo hagan los gobiernos. Las divisiones y subdivisiones, las marchas y contramarchas −dicen− hacen que el país no tenga destino y que los problemas de la gente no se solucionen.

Pero, ¿de qué unidad me hablan? ¿Por qué le piden unidad a un sistema y unos agentes del sistema que quieren la división y realizan la división? La democracia opone la mujer al hombre, los hijos a los padres, los alumnos a los profesores, los trabajadores a los patrones, una región o una provincia a otra, una cultura a la otra, los vivos a los muertos, el embrión humano al nacido, la economía a la política, la política a la moral, la moral a la religión, etc. Así, al infinito, en tanto cuanto sea divisible. Y si no se divide por las buenas, se lo divide por las malas.

Es el arte de la división, de la que nuestros políticos son buenos alumnos. El arte de la división está en el corazón de la Modernidad, de Maquiavelo y Lutero hasta Madison y Marx y más allá y también acá.

Pedir unidad, en estas condiciones, con el imperio de estos pensamientos, con las herramientas de la Modernidad y la democracia, es pedir un imposible. Qué son el feminismo, el género, la lucha de clases, las elecciones, la lucha de partidos, el aborto, el multiculturalismo, los separatismos, la libertad de conciencia y de religión, el federalismo y el regionalismo, los derechos humanos, etc., sino aplicaciones del arte de la división.

No puede haber unidad si no hay orden. Para que haya orden es necesario un fin que ordene. Cuando el fin es dividir, separar, enfrentar, desmembrar, fragmentar, no hay orden. Cuando los instrumentos políticos dividen, enfrentan desmiembran, fragmentan, hay caos, anarquía. No hay orden. Para que haya orden debe haber bien común y éste exige la virtud de la caridad.

Incluso en la vida política es imprescindible la caridad, porque de la caridad nace la paz. «La manera de mantener la unidad es por “el vínculo de la paz”.  La caridad es, en efecto, la unión de las almas. Sin embargo, ninguna unión es duradera en las cosas materiales, si no se conserva por algún vínculo; por tanto, la unión de las almas, por la caridad, no puede subsistir sin un vínculo que la mantenga; luego, el verdadero vínculo de esta unión es la paz, que, según San Agustín, es la tranquilidad del modo, de las especies y del orden, que tiene lugar cuando cada uno obtiene lo suyo. Esta paz se conserva por la justicia (Isaías 32, 17).»

Lo dice Santo Tomás de Aquino: si no hay amor al prójimo (porque no lo hay en sistemas que se empecinan en dividir), si falta la caridad, es imposible que haya paz, también en las cosas de la política. Porque si no hay caridad no hay nada que una, como no sean los intereses que nos separan, notable paradoja de nuestras democracias. Y si hemos obtenido la paz por la caridad, hay que conservarla por la justicia.

Nuestras democracias, que dividen y reparten los despojos, huyen de la paz porque se basan en la competencia, el desamor, el enfrentamiento. Y conservan este caótico estado de cosas con su culto a la injusticia. ¿De qué unidad me hablan?

La Esperanza